Mientras el presidente Obama pronunciaba un discurso autocomplaciente acerca de mantener su promesa electoral de retirar las fuerzas de combate de los EE.UU. de Irak a finales de agosto, lograba esta hazaña mediante la mera redefinición de la misión de los 50.000 efectivos estadounidenses entrenados para combate que permanecen allí a fin de “asesorar y asistir” a las fuerzas iraquíes. Por supuesto, esto en verdad significa que aún no estamos a salvo en ese país fracturado y propenso a la violencia.

Los 50.000 efectivos entrenarán a las fuerzas iraquíes, pero al asistirlas, las fuerzas estadounidenses seguirán llevando a cabo misiones de combate, incluida la persecución e intentos de eliminar a al-Qaeda y otros insurgentes que resten. Más importante aún, las fuerzas de los EE.UU. representarán un compromiso implícito de los Estados Unidos por garantizar el futuro de Irak en caso de problemas. Tal escenario podría incluir una nueva escalada si la violencia insurgente repunta u otra guerra civil etno-sectaria entra en erupción. Y si alguna vez Irak consigue tener un nuevo gobierno—un retraso que en sí mismo es un indicador de las continuas fisuras etno-sectarias en la sociedad—se espera que los Estados Unidos e Irak renegocien el acuerdo de la época de Bush sobre el estatus de las fuerzas, el cual requiere que todos los efectivos de los EE.UU. sean retirados a finales de 2011. Bases estadounidenses permanentes cerca del Golfo Pérsico probablemente sean algo demasiado atractivo para que los burócratas de la seguridad estadounidense lo dejen pasar. Después de todo, la sustitución de las bases militares de los EE.UU. que se perdieron en Arabia Saudita por otras nuevas en el Golfo Pérsico en Irak fue probablemente una de las verdaderas razones de George W. Bush para la invasión de Irak en primer lugar. Por supuesto, esas bases podrían ser muy vulnerables ante cualquier guerra civil etno-sectaria de los iraquíes.

Pese a que el discurso de Obama marca un hito en gran medida vacuo, ha reducido las fuerzas de combate de los EE.UU. en Irak en cerca 95.000 efectivos desde que asumió el cargo. No puede negársele ese logro, pero debería aprovechar esta oportunidad para evaluar si valió la pena librar el conflicto en primer lugar. La respuesta: La guerra ha sido desastrosa en casi todos los aspectos.

Algunas de las confesiones más sensacionales e irrecusables acerca de la ingenuidad y crasa ignorancia de los funcionarios de la administración Bush cuando se lanzó la invasión han provenido recientemente del General Ray Odierno, comandante saliente de las fuerzas de los EE.UU. en Irak. Odierno reconoció en una reciente entrevista que, “Todos fuimos muy ingenuos respecto de Irak. Fuimos ingenuos acerca de cuáles eran los problemas en Irak; no creo que entendiéramos lo que denomino la devastación social que se produjo”. Se refería a la guerra Irak-Irán, la derrota de Irak en la primera Guerra del Golfo Pérsico, y a las más severas sanciones económicas internacionales en la historia de 1990 a 2003 que destruyeron a la clase media iraquí. “Y luego atacamos para derrocar al gobierno”, afirmó.

Odierno admitió también que “simplemente no entendimos” las divisiones étnicas y sectarias del país. Por supuesto, si alguien en lo alto de la administración Bush hubiese consultado un libro de texto básico sobre Irak o la región del Medio Oriente o hubiese conversado con algunos expertos sobre ese país, fácilmente se hubiese topado con esa información básica.

Consultado sobre si la intervención estadounidense empeoró las fisuras de Irak, Odierno no negó la premisa. “No lo sé. Están todas estas cuestiones que no comprendimos y con las que tuvimos que lidiar. ¿Y eso tal vez hizo que las cosas empeoraran? A lo mejor”. Eso es lo más cerca que usualmente usted puede llegar a estar de una admisión de culpabilidad por parte de un funcionario público.

Incluso el New York Times, en un reciente editorial en el cual llamaba a la guerra “desastrosa”, subestima los efectos nocivos de una innecesaria invasión y ocupación de los EE.UU. de otro país musulmán. El periódico, tratando de mantener cierto equilibrio, cita el fin del "homicida gobierno de Saddam Hussein" y los inicios de la democracia como resultados positivos. Sin embargo, la invasión de los EE.UU. y la posterior guerra de guerrillas ha causado como mínimo la muerte de 110.000 civiles iraquíes, soldados, guerrilleros y tropas de los EE.UU. en un período de siete años. El total real puede que sea mucho mayor.

El Times también mencionó la pérdida de credibilidad de los EE.UU. por ir a la guerra a fin de evitar que Saddam le diese armas de destrucción masiva a los terroristas y luego no encontrar esas armas. El Times olvida mencionar que la propia CIA de Bush, en un informe completo y hecho público parcialmente antes de la invasión, consideraba que incluso si Saddam hubiese tenido armas de destrucción masiva, probablemente no las habría utilizado ni dado a los terroristas a menos que su régimen se viese amenazado (¿tal vez por una invasión?). Por otra parte, la administración Bush no dijo—en verdad sostuvo todo lo contrario—que Saddam nunca había apoyado a grupos terroristas que centraban sus ataques contra los Estados Unidos.

El Times señala correctamente que la guerra de Irak costó cientos de miles de millones de dólares y alejó la atención y los recursos estadounidenses de la captura o eliminación de los autores de los ataques del 11 de septiembre de 2001. La que se suponía sería una guerra de 50 mil millones de dólares habrá costado 785 mil millones de dólares a finales de este año, y el medidor sigue corriendo.

Todavía más importante, la guerra de Irak no sólo desvió recursos de la lucha contra los terroristas, sino que empeoró al terrorismo en todo el mundo. El presidente Bush hizo exactamente lo que Osama bin Laden esperaba que hiciese al reaccionar en exceso a los ataques del 11 de septiembre. Y Bush incluso hizo más de lo que aquel esperaba al lanzar una invasión de Irak, radicalizando de ese modo a más potenciales terroristas en el mundo islámico como reacción a otra sensible ocupación no musulmana de tierras musulmanas. Tal intento solapado por obtener una reacción exagerada de la parte más fuerte es una táctica estándar mediante la cual los terroristas y guerrilleros , es decir la parte más débil, obtienen más apoyo público, dinero y reclutas para futuros ataques. Y funcionó.

Después de la invasión y ocupación de Irak, las muertes a causa del terrorismo en el mundo se incrementaron sustancialmente (aún cuando se excluya al enorme aumento en el terrorismo dentro de Irak), de acuerdo a la Base de Conocimiento del National Memorial Institute for the Prevention of Terrorism. La guerra también fortaleció a Irán, el patrocinador más activo de terroristas a nivel mundial, al debilitar a Irak, su principal rival.

La guerra de Irak no sólo fue desastrosa, fue uno de los peores errores estratégicos en la historia de la política exterior de los Estados Unidos. El presidente Obama no debería renegociar el acuerdo sobre el estatus de las fuerzas con ningún gobierno en Irak. Debería evitar cualquier presencia a largo plazo de los militares estadounidenses en ese país que pudiese dejarlos enmarañados en una futura violencia y retirar a los 50.000 efectivos restantes antes de que finalice el año próximo.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.