La vida, la libertad y la búsqueda de alimentos que engordan

Las grasas trans pueden ser malas para la salud, pero la regulación gubernamental es peor.
4 de marzo, 2010

Los estados y municipios de todo el país-de Nueva York al estado de California-han prohibido parcialmente la elaboración de alimentos con aceites hidrogenados, también conocidos como “grasas trans”, en los restaurantes de su jurisdicción. Una cosa es evidente: Las grasas trans son malas para usted. Pero la regulación del gobierno también es mala para usted. Las intervenciones aparentemente inocuas y bien intencionadas pueden conducir más adelante a intervenciones menos inocuas y menos benignas. ¿Deberíamos confiar en el Estado para que regule lo que hacemos, aun cuando sea por nuestro propio bien? Además, ya que vamos a regular, ¿por qué deberíamos detenemos en las grasas trans?

El caso contra las grasas trans está bien documentado, y de ninguna manera discutiré la afirmación de que una dieta elevada en grasas trans es perjudicial para su salud. Pero ¿qué pasa con la felicidad y la libertad personal ? La historia de las prohibiciones del alcohol, el tabaco, las armas de fuego y ahora las grasas trans nos muestra que lo que está en juego es mucho más que nuestra salud.

En la década de 1990, la gente se preguntaba si el enjuiciamiento de las empresas tabacaleras llevaría al enjuiciamiento de los restaurantes de comida rápida. El gobierno derribó a Joe Camel-¿Ronald McDonald sería el próximo? “No sean ridículos”, se les dijo. “Esto se refiere al tabaco y es por los niños. Además, tratar de regular las preferencias alimenticias sería una violación inadmisible de las libertades personales”. Pero, por supuesto, aquí estamos unos pocos años después discutiendo las grasas trans y la comida rápida de la misma forma en que discutimos al tabaco.

Tampoco hay tal cosa como un almuerzo “libre de grasas trans” que sea gratis. La restricción del consumo de grasas trans requiere recursos. Los agentes de policía podrían en cambio utilizar estos recursos para hacer cumplir las leyes contra delitos como el robo, los daños a la propiedad, la violación y el asesinato, y los educadores podrían utilizar estos recursos en el aula. ¿Están los educadores utilizando su tiempo y recursos de manera inteligente al prevenir la venta ilegal de pasteles y asegurarse de que los recaudadores de fondos y responsables de las escuelas vendan sólo productos que figuren en la lista de “aprobados”?

El ciudadano curioso debe preguntarse si el hecho de tratar a los adultos como si fueran niños es un uso racional de los recursos. Y aquellos que desean controlar el comportamiento de los demás tienen que preguntarse qué les da derecho a hacerlo. La criminalización de las transacciones voluntarias con las que no estamos de acuerdo-como, por ejemplo, la decisión de intercambiar unos pocos dólares por sabrosas papas fritas cargadas de grasas trans-trivializa el concepto de delito y socava la legitimidad del sistema legal.

Una simple reducción al absurdo demuestra que las reglamentaciones destinadas a proteger a las personas de sí mismas son moralmente absurdas. ¿Por qué detenerse con las grasas trans? ¿Por qué no seguir con las actividades que puedan plantear una amenaza mayor para nuestra salud y bienestar individual? Si vamos a intentar controlar el tabaquismo y las grasas trans porque son peligrosas, ¿no deberíamos también tratar de controlar el comportamiento sexual imprudente? Concederle al Estado discreción sobre lo que usted hace en su sala de estar (fumar) le facilita regular lo que usted hace en su cocina (cocinar o consumir grasas trans). Permitir que las autoridades ingresen a su sala de estar o cocina los coloca a sólo unos pasos de su dormitorio, y no me sorprenderá cuando traten de invitarse a pasar.

Usted podría dañarse a sí mismo cuando consume grasas trans, pero tomando prestada una frase de Thomas Jefferson, ello ni me saca el dinero del bolsillo ni me rompe la pierna. Además, es ingenuo pensar que el Estado se limitará a regular y prohibir solamente las cosas que no nos gustan. Cuando cedemos el poder al Estado, les damos la facultad de hacer tanto el mal como el bien. Es sólo una cuestión de tiempo antes de que la utilicen.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Investigador Asociado en el Independent Institute y Profesor Asociado de Economía y Negocios en la Samford University.

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