Mientras el Presidente Obama reflexiona sobre sus próximos pasos en Afganistán, debería prestar atención a lo que los expertos tienen que decir acerca de un campo que aparentemente no guarda relación: la psicología de los inversores.

Piense en Afganistán S.A. como una empresa en dificultades en la cual el fondo de pensiones de los EE.UU. ha invertido ya miles de millones de dólares (billones en inglés). ¿Debería el fondo invertir miles de millones más para tratar de rescatar a la empresa o tendría que darla por liquidada?

Los analistas que argumentan a favor de subir las apuestas advierten que la empresa puede ser “demasiado grande para fracasar”. Si Afganistán colapsa, los inversores podrían perder la fe en todo el sector y poner a la economía en riesgo.

Los analistas que solicitan la liquidación de la inversión afirman que sería una locura invertir más en una empresa cuyo gerente general obtuvo su puesto mediante una manipulada votación de los accionistas, cuyos divisiones principales están dirigidas por pandilleros y traficantes de drogas y cuyos descontentos trabajadores están saboteando las líneas de producción a diario.

Los inversores exitosos no dependen de las bolas de cristal ni de la información privilegiada para sopesar estos argumentos. En cambio, conscientemente corrigen los prejuicios humanos que impulsan el resto de nosotros a cometer los mismos errores reiteradamente.

En particular, los inversores inteligentes prestar atención a las ideas de los expertos en finanzas conductuales como el psicólogo de Princeton Daniel Kahneman, quien ganó el Premio Nobel de Economía en 2002 por desenmascarar los impulsos irracionales de homo economicus.

Kahneman y su colaborador Amos Tversky demostraron que la gente se preocupa mucho más por el riesgo de perder dinero que por la posibilidad de obtener un beneficio imprevisto que sea equivalente—una tendencia llamada aversión a la pérdida.

La aversión a la pérdida es el motivo por el cual la mayoría de las personas se aferran demasiado tiempo a las malas inversiones en lugar de enfrentar la realidad de sus pérdidas mediante la venta.

Es también la razón por la que tantos apostadores no pueden soportar alejarse de una mesa en la que están perdiendo, y en cambio siguen haciendo apuestas hasta que la casa los deja limpios.

Los estudios muestran que los inversores conforman dicho comportamiento irracional mediante la búsqueda de evidencia confirmatoria de sus preconcepciones y el olvido de los fracasos del pasado.

No hace falta ser un premio Nobel para ver que tales prejuicios sistemáticos se aplican también a la política.

Como lo destacó Jack S. Levy, politólogo de la Rutgers University, en 2003, los hallazgos sobre la tendencia humana a querer recuperar los costos hundidos “ayudan a explicar por qué los Estados siguen persiguiendo intervenciones militares fallidas. . . en lugar de reducir sus pérdidas y negociar una retirada. . ., tal como fue evidenciado por Francia en Argelia, los Estados Unidos en Vietnam, la Unión Soviética en Afganistán e Israel en el Líbano”.

En verdad, en 1965, el Subsecretario de Estado George Ball, predijo célebremente que si la administración Johnson realizaba una escalada en Vietnam para evitar perder la guerra, nunca sería capaz de revertir esa política: “No vamos a irnos. Vamos a duplicar nuestra apuesta y a perdernos en los arrozales”.

El Presidente Obama debería hoy día prestar atención a estas poderosas ideas mientras sopesa las suplicas de los asesores de duplicar la apuesta en Afganistán. Para evitar que sigamos perdiéndonos aun más en sus arenas del desierto y montañas escarpadas, debe resistir conscientemente nuestra aversión colectiva a admitir y aceptar las pérdidas.

Traducido por Gabriel Gasave