Cuando usted se detiene a pensar al respecto, la gente mide cuán bien le está yendo en la vida no por su estado del ser absoluto sino por cómo está su situación con relación a sus expectativas. Por ejemplo, una persona pobre en un país subdesarrollado puede estar eufórica al conseguir un par de zapatos por primera vez; en contraste, un multi millonario puede cometer suicido tras perder 100 millones de dólares en un mercado en baja.

Lo mismo es válido para las naciones. La elite estadounidense ha disfrutado del estatus dominante de los Estados Unidos en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial y se embriagó completamente con la superioridad estadounidense durante las dos últimas décadas tras la desaparición de la Unión Soviética que dejó al país como la única superpotencia. Esta elite es renuente a aceptar la realidad de que un mundo multipolar pronto estará próximo.

Esta realidad llegará mucho más rápido si los EE.UU. no repliegan su informal imperio de ultramar, reduce el hinchado presupuesto de defensa y actúa más humildemente en el exterior. Incluso antes de la hecatombe financiera global liderada por los EE.UU., el vasto imperio estadounidense de bases militares en el exterior, alianzas dominadas por los EE.UU. y un libertino entremetimiento militar en los asuntos de otras naciones fue terriblemente sobre extendido. Los Estados Unidos representan el 20 por ciento del PBI del mundo pero el 43 por ciento de su gasto en defensa.

No obstante, al igual que las elites de los imperios británico y francés, que se tornaron exhaustos por encontrarse en el bando ganador de dos guerras mundiales, la elite estadounidense rehúsa darse cuenta de que el país precisa replegar su imperio ineficaz en materia de costos si es que desea evitar su desaparición como una superpotencia. Tras ser ocupados por los nazis durante gran parte de la Segunda Guerra Mundial, los franceses ignoraron su precariedad financiera posterior a la guerra y trataron de reavivar su gloria imperial recuperando Indochina. Cuando el gasto francés se puso al límite a mediados de los años 50, Harry Truman y sus sucesores hicieron los insensatos compromisos de que los Estados Unidos los financien, asistan y más adelante asumiesen la tarea por ellos Renuentes incluso a abandonar su mentalidad colonial, luego los franceses trataron y fracasaron de suprimir militarmente la independencia algeriana en los años 50 y 60.

De manera similar, los británicos intentaron mantener su dominación del Oriente Medio mucho después de que el sol se había puesto sobre el imperio británico. Incluso después de la nefasta invasión de Egipto en 1956—con la ayuda de Israel y la incontenible Francia—los británicos no se retiraron del Medio Oriente hasta comienzos de la década de 1970.

Actualmente, los Estados Unidos están conteniendo con un dedo al dique de dos atolladeros inútiles de edificación de naciones en Irak y Afganistán, mientras Osama bin Laden es muy probable que se encuentre en Paquistán y los EE.UU. están siendo severamente y debilitados por una crisis económica interna. Por supuesto, Barack Obama no fue responsable de nada de este embrollo pero puede volverse cautivo de la intervencionista elite estadounidense al tratar de lidiar con estas calamidades.

Económicamente, el periodo Bush/Obama recuerda de manera ominosa al periodo Hoover/FDR, cuando una recesión ordinaria fue convertida en la Gran Depresión por las políticas gubernamentales intervencionistas que rechazaron dejar que los mecanismos naturales del mercado sacarán al país de la crisis económica. Esperemos que la actual calamidad económica no se vuelva tan mala; pero el hecho de que ya no podemos darnos más el lujo de mantener un extenso imperio de ultramar parece no haber calado aún en las mentes de la elite estadounidense.

Otro paralelismo histórico es el periodo de Vietnam, cuando Lyndon Johnson trató de implementar una política de armas y manteca—financiando a la Guerra de Vietnam y expandiendo el alcance del gobierno domésticamente con el financiamiento de los programas de la Gran Sociedad. En la actualidad, los gobiernos de Bush/Obama están tratando de financiar dos guerras mientras también gastan al menos 1,5 billones de dólares para hacerles creer a los consumidores estadounidenses que el gobierno puede salvarlos de una recesión inevitable—todo ello mientras empeora la crisis. Y además, la gran mayoría de los “baby boomers” pronto empezará a jubilarse, poniéndole así presión a los colapsantes sistemas de la Seguridad Social y el Medicare. Durante Vietnam y la Gran Sociedad, LBJ honestamente—aunque irresponsablemente—financió al creciente gobierno con una sobretasa del 10 por ciento sobre los impuestos corporativos y a los ingresos. Nada de esa honestidad ha existido en la administración Bush, al recortar los impuestos mientras aumentaba dramáticamente el gasto federal. Ahora que ha ocurrido una crisis económica, Obama es comprensiblemente renuente a aumentar los impuestos—y ha propuesto bajarlos más—mientras prosigue con la parranda de gasto de Bush para tratar de sacar al país de su colapso económico.

De modo tal que estamos frente a un déficit presupuestario de un billón de dólares. El presupuesto federal es de 3,1 billones de dólares al año pero dos tercios de esa cifra está en piloto automático—es decir, pagos garantizados a individuos sin considerar sus condiciones económicas bajo la Seguridad Social, el Medicare, el Medicaid, las estampillas de alimentos y la compensación por desempleo o pagos de intereses sobre la ya asombrosa deuda nacional.

De los 1,1 billones de dólares que pueden ser más fácilmente modificados (gasto discrecional), más de la mitad corresponde al monstruoso presupuesto de defensa. Así, el gasto en defensa debería convertirse, y eventualmente lo hará, en un gran objetivo del prometido futuro refrenamiento fiscal de Obama. Obama tiene buenos instintos de retirarse de Irak pero está lentamente siendo cooptado por las elites de la política exterior y la burocracia militar. Sus instintos sobre Afganistán probablemente serán “inútiles”. Desea duplicar el número de efectivos en un conflicto para edificar una nación que está cebando al fundamentalismo islamista y que será mucho más difícil de “ganar” que Irak (a pesar de que los EE.UU. no han ganado a Irak por mucho).

Obama precisa caer en la cuenta, retirarse totalmente tanto de Irak como de Afganistán, concentrarse en encontrar a bin Laden en Paquistán, terminar con el imperio estadounidense y reducir dramáticamente el presupuesto de defensa de los EE.UU.. Los Estados Unidos tienen que emprender este rumbo revolucionario como un paso hacia la renovación de la que aún es la mayor economía del mundo—aquella sobre la cual dependen en última instancia todos los índices del poder nacional de los EE.UU.. Los Estados Unidos todavía pueden ser una superpotencia económica y tener vasta influencia en el mundo, pero los días de ser una potencia militar global se han terminado. La elite de la política exterior estadounidense no lo ha aceptado aún.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.