Si bien la cobertura de los medios de comunicación se ha concentrado en las ocupaciones y campañas de contrainsurgencia y contraterrorismo de los EE.UU. en Afganistán e Irak—las que tuvieron el perverso resultado de inflamar aún más al terrorismo islamista—la administración Bush ha estado ocupada zarandeando el mismo avispero en otras partes del mundo, especialmente en África. La administración no solamente ha sido deshonesta con el pueblo estadounidense respecto de las razones para los ataques del 11 de septiembre, sino que también se ha engañado a sí misma.

Después del 11/09, la administración Bush—en contradicción con todo lo que Osama bin Laden y otros líderes de al Qaeda habían escrito—sostuvo que al Qaeda había atacado a los EE.UU. debido a sus libertades. Trágicamente, el público estadounidense, palmariamente inconsciente de las verdaderas causas de los ataques, ávidamente cayó en la trampa de esta patraña inverosímil, allanándole de esa manera a la administración el camino para que empeorase el problema.

Usted no precisa condonar a los monstruosos asesinos del 11/09, aplaudir a sus aborrecibles perpetradores, culpar a las víctimas inocentes o ser “antipatriota” para plantearse preguntas inteligentes acerca de las contribuciones de un sombrío tercero a todo el episodio. No se trata de Saddam Hussein—sino del gobierno de los Estados Unidos. Dejando a un lado a las inevitables teorías conspirativas, bin Laden ha declarado claramente y en reiteradas ocasiones que su principal razón para librar una guerra contra los Estados Unidos ha sido la continua ocupación e intervención de este país en tierras musulmanas con efectivos no musulmanes. Incluso los musulmanes moderados detestan tal entremetimiento no-musulmán en sus asuntos.

Por ejemplo, en Somalia, el cual es un caso clásico de los contraproducentes esfuerzos militares antiterroristas de los EE.UU., los islamistas radicales tenían poca influencia en esta nación moderadamente musulmana hasta que los Estados Unidos comenzaron a apoyar a los impopulares, corruptos y despiadados señores de la guerra. Como resultado de ello, el movimiento islamista explotó y se apoderó del país hace tres años. Los islamistas llevaron entonces orden a un país que había vivido en el caos durante años. La administración Bush luego apañó y apoyó una invasión y ocupación de los etíopes—considerados por los somalíes como no-musulmanes—de Somalia. Ahora que los etíopes se han cansado de todo este desastre y retirarán sus fuerzas a finales de diciembre, las aún más radicalizadas fuerzas islamistas están bien posicionadas para recuperar el país y remover al intrascendente y débil gobierno de “transición”.

Desesperada, la administración Bush ha actualmente bosquejado e impulsado a través del Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que le permita a otras naciones atacar a los refugios en tierra de los piratas somalíes empleando fuerzas terrestres y de aire. Los Estados Unidos podrían aprovechar dicha autoridad como fachada para directamente proseguir clandestinamente con las misiones de contrainsurgencia y contraterrorismo que dejan los etíopes en retirada. Después de todo, durante años, los Estados Unidos han usado a la campaña contra las drogas para encubrir su apoyo a favor de la contrainsurgencia de Colombia contra los guerrilleros comunistas.

Los grupos humanitarios e incluso el comandante de la 5ª Flota de la Marina de los EE.UU. ha alertado a la saliente administración acerca de que los ataques agresivos contra los “refugios piratas” podrían empeorar la situación en Somalia. El New York Times cita a Nicole Widdersheim, que dirige la oficina neoyorquina de Oxfam International, advirtiendo que “la expansión de las operaciones anti-piratería dentro de Somalia arriesga complicar aún más el conflicto y podría exacerbar una ya calamitosa crisis humanitaria”. El vicealmirante William E. Gortney, comandante de la 5ª Flota de los EE.UU., ha advertido que los ataques terrestres contra los sospechados de ser piratas somalíes pondrá en peligro la vida de civiles inocentes. Por supuesto, el corolario lógico de dicha advertencia es que tales civiles serán inducidos a apoyar a la insurgencia islamista.

Somalia no es el único lugar en el que la administración está utilizando a las fuerzas armadas estadounidenses para hacer que los Estados Unidos sean menos seguros. Tras el 11 de septiembre, la administración se embarcó en un programa mundial que les permite a las fuerzas armadas de los EE.UU. entrenar a las fuerzas locales en materia de contrainsurgencia/contraterrorismo para combatir a los islamistas. Dicho entrenamiento se ha llevado a cabo fuera del Medio Oriente en lugares tales como Indonesia, las Filipinas y África. Solamente en África, se ha brindado entrenamiento en Chad, Mauritania, Mali, Níger, Nigeria, Senegal, Túnez y Marruecos. Sorprendentemente, incluso el ejército de Muammar Qaddafi en Libia, a quien los EE.UU. acusaron alguna vez de patrocinar el terrorismo, puede conseguir entrenamiento en contraterrorismo estadounidense.

Y con el entrenamiento militar llega la acostumbrada asistencia estadounidense para la capacitación laboral, la formación docente, la construcción de escuelas, etc. En Mali, beneficiaria tanto del entrenamiento en contraterrorismo como de la ayuda estadounidense, el Pentágono se encuentra en verdad financiando radioteatros que intentan fomentar la paz y la tolerancia.

Toda esta ayuda es usualmente como una gota en el mar, pues rara vez resulta efectiva en la promoción de un desarrollo económico genuino y está basada en la ilusoria idea de los Estados Unidos de que la pobreza es otra de las causas principales de terrorismo. En Mali, por ejemplo, esta premisa puede ser demostrada como falsa. Mali ha sido por largo tiempo una nación pobre, pero recientemente células de al Qaeda (no de las fuerzas malienses) han amenazado con atacar a los efectivos estadounidenses.

De hecho, la ayuda estadounidense puede ser vista en realidad como una anuencia más a la interferencia de los EE.UU. en los asuntos locales, especialmente cuando se encuentra financiada por el Pentágono. Eso, combinado con la creación del nuevo comando militar africano de los EE.UU., pone nerviosos incluso a los gobiernos beneficiarios acerca de las intenciones estadounidenses.

Por supuesto, los islamistas están aún más alborotados con el entremetimiento de los EE.UU.. El propósito del entrenamiento militar y los programas de asistencia en todo el mundo es el de eliminar de raíz a dicho terrorismo antes de que se vuelva tan rampante como en Somalia. Sin embargo, la ceguera estadounidense acerca de que la situación somalí es de su propia autoría hace que los Estados Unidos continúen con tales intervenciones en otros países, lo que solamente vuelve más probables a futuras somalias.

Tal vez la entrante administración Obama sea más perceptiva; aprenda las lecciones de Somalia, Irak y Afganistán; y desarrolle una política militar más restringida en el exterior. Pero desgraciadamente, dado que la enfermedad del intervencionismo infecta a ambos partidos políticos en los EE.UU., tengo mis dudas al respecto.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.