Si bien creíamos que un momento inolvidable de la presidencia de George W. Bush había sido cuando lució un traje de fajina azul ante una pancarta que rezaba “Misión cumplida” sobre la cubierta de un portaviones tras la invasión inicial de Irak en 2003, este episodio bien puede haber sido pateado a un costado por la escena del presidente siendo agredido de manera insultante con el calzado de un periodista iraquí.

Esta bochornosa saga ilustra que la presidencia de Bush ha pasado de la tragedia a la farsa. La opulenta formación del presidente ha dado lugar al síndrome del “chico rico”, según el cual a lo largo de la vida de Bush su adinerado padre se la pasó rescatando a este holgazán andariego y sin compromisos. De ese modo, Bush comenzó a creer que sus acciones “audaces” (léase: temerarias) siempre saldrían bien. También, Bush puede ser etiquetado como un “farsante” por su fabricación posterior al 11 de septiembre de un vínculo entre Saddam Hussein y al Qaeda o el 11/09, a fin de invadir a una segunda nación musulmana no relacionada con los ataques. Mientras tanto, simplemente ahuyentó de manera temporal a Osama bin Laden—permitiendo que un movimiento islamista radical a nivel mundial se fortaleciera debido a las pisadas no musulmanas en Irak, para amenazar posiblemente a los Estados Unidos en otra oportunidad.

Por supuesto, la invasión de tierras musulmanas por los ejércitos no musulmanes fue mucho más insultante para el mundo islámico que el hecho de no quitarse los zapatos al ingresar a una mezquita. De allí la simbólica respuesta final de los zapatos volando por el aire en la conferencia de prensa en Bagdad—una afrenta que ha resultado ser ampliamente popular en todo el mundo musulmán.

Bush ha procurado disimular elegantemente todo el evento de Irak enfatizando que la violencia ha sido reducida a los niveles de 2004 (los cuales considerábamos por entonces que eran horrendos), pero después de más de cinco largos años de guerra, más de cuatro mil víctimas estadounidenses, decenas o incluso cientos de miles de víctimas iraquíes, y el despilfarro de cientos de miles de millones de dólares (billones en inglés), esto es como intentar darle lustre a un viejo y desvencijado zapato que ha sido jalado por el perro. Y ninguna cuantía de trabajo del elegante zapatero Karl Rove en el ámbito de las relaciones públicas tendiente a reparar el legado de Bush, lo rehabilitará como eventualmente un moderno Harry Truman—especialmente si se arroja el otro zapato y una masiva guerra civil etno-sectaria estalla después de que las tropas estadounidenses lo pateen fuera de ese país.

Pero Irak ni siquiera representa la peor parte del historial de Bush. De manera concomitante a su “guerra contra el terror”, pisoteó las libertades civiles al eliminar el habeas corpus para los sospechados de terrorismo, juzgándolos en irregulares tribunales militares y violando de manera flagrante los códigos penales al torturarlos y espiar a los estadounidenses sin autorización fundada. Antes de que Bush asumiera el cargo, la presidencia imperial había generado grandes zapatos que llenar, pero todas estas políticas hincharon los tobillos de Bush (junto con su cabeza) de modo tal que fácilmente rompió las costuras. La creación de una presidencia hiper-imperial puede ser la huella más duradera de Bush.

¿Y qué hay de las “mejoras” de Bush posteriores al 11/09 en materia de seguridad interior? Si en la actualidad se les exige a los periodistas que se quiten los zapatos, por razones de seguridad, en las conferencias de prensa presidenciales, tal vez escribirán historias más críticas acerca de la ridícula remoción del calzado que el pasajero promedio de aviones tiene que padecer cada vez que vuela. Francamente, tales requisas inconstitucionales en el nombre de una falsa seguridad aeroportuaria, sin ninguna cusa probable de comportamiento criminal, son hediondas.

La historia recordará también que la preparación y respuesta del gobierno federal al huracán Katrina requirió que los residentes de Nueva Orleans tuviesen que usar vadeadores—tanto para combatir a las crecientes inundaciones como para lidiar con las tonterías de Bush acerca de la labor del director de la Agencia Federal para el Control de Emergencias, Michael D. Brown.

Además, el brillo del legado de Bush se verá enmohecido por siempre por el severo descalabro económico que aconteció tras ocho años de un desenfrenado despilfarro federal que hizo que los gastos en su apariencia de Imelda Marcos lucieran moderados. Las acciones del fabricante de calzado Birken se desplomaron y una rama republicana del socialismo—que hubiese enorgullecido incluso a Nikita Khrushchev quien blandió su zapato de modo amenazante en una sesión de la ONU—ganó un renovado lugar de apoyo en la economía estadounidense.

Incluso las pocas veces que Bush intentó hacer lo correcto—al tratar de reformar a la Seguridad Social y las políticas sobre inmigración—apenas y sin éxito sumergió su dedo del pie en el agua o hizo un trabajo deslucido, respectivamente.

Resumiendo, la presidencia de Bush ha arrojado lodo sobre toda la reputación de los EE.UU. en el exterior y clavado un estilete (taco aguja) en el corazón de la república estadounidense en el país. Mientras Barack Obama atraviesa el campamento militar de la transición presidencial, precisa aprender de la presidencia de pacotilla de Bush.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.