Washington, DC—Desconfío de las películas que entusiasman a los críticos. Tengo prevenciones contra los cineastas europeos y estadounidenses que sitúan sus relatos en los arrabales del subdesarrollo porque suelen ofrecer una visión romántica del atraso y vender estereotipos. Y rehuyo las telenovelas porque lo empalagoso es enemigo de lo dulce. Todo lo cual me llenaba de escepticismo frente a “Slumdog Millionaire”, el film del director británico Danny Boyle, recientemente estrenado en los Estados Unidos.

Pero se trata, sin duda, de la obra maestra que sus primeros espectadores en diversos festivales cinematográficos han proclamado.

Como suele suceder con las grandes narraciones, la clave de esta trama no está en lo que nos cuenta sino en cómo está contada.

Es una historia de amor protagonizada por un muchacho que salta de la miseria a la riqueza. Ambientada en los barrios pobres de Mumbai, ella gira en torno a Jamal Malik, un huérfano ingenioso que sobrelleva una serie de experiencias límite y acaba participando con éxito en la versión india de “¿Quién quiere ser millonario?” Pero Boyle convierte el guión de Simon Beaufoy (basado en “Q & A”, la novela de Vikas Swarup) en una fantasmagoría intensa que alterna entre el presente, cuando el protagonista es violentamente interrogado por la policía porque cualquier chico de arrabal con conocimientos suficientes para triunfar en un programa de concursos televisivo resulta sospechoso, y el pasado: sucesivos episodios de supervivencia en un mundo dominado por la miseria abyecta, los barones del crimen, un hermano traidor y el amor imposible del protagonista por la deslumbrante Latika (Freida Pinto.)

Todo esto desemboca en el final feliz que la audiencia espera —y que la película insinúa con el uso hipnotizante del color por parte del director de fotografía, Anthony Dod Mantle, el humor controlado que atenúa el drama y la afirmación de la vida implícita en el aplomo que mantiene el muchacho en medio de la acuciante adversidad.

Que Boyle haya logrado contar una historia de Bollywood sin caer en ninguna de las convenciones de Bollywood —excepto un número musical durante los créditos finales que sintetiza el espíritu edificante de la narración— es uno de sus mayores logros. Está previsto que el film se estrene en la India, cuyos temibles censores cinematográficos serán puestos a dura prueba, en enero. No se me ocurre una película más oportuna para los residentes de Mumbai, traumatizados por los recientes atentados terroristas, que esta.

El modo de rendir homenaje a Mumbai, una ciudad con un pie en el Tercer Mundo y otro en el Primero, no es disimular o glorificar su pobreza, ni denunciar la globalización. El modo de exponer la crueldad y la explotación —esas viejas instituciones humanas demasiado vigentes en cualquier país donde el Estado de Derecho es débil— no es crear estereotipos platónicos. La forma de hacerlo es contar una historia con honradez y hacerlo bien.

Las telenovelas latinoamericanas y los viejos melodramas indios tienen muchas cosas en común. Una es su fascinación con el victimismo y su idea redistributiva de la riqueza: los héroes están siempre intentando recuperar lo que alguien les ha quitado. En cambio, el héroe de “Slumdog Millionaire” nunca se queja, jamás sugiere que los demás le deben algo, nunca envidia lo que ve. Y su determinación de seguir adelante, una y otra vez, no conoce límite. Cada pequeña victoria—así como el premio final, que no es el dinero—resulta del ingenio que se crece ante cada oportunidad.

Por supuesto, Boyle y Beaufoy no hicieron la película para vendernos estas ideas. De haberlo hecho, el film hubiese sido un desastre. Sólo nos cuentan, mediante una serie de “flashbacks” que se hacen eco del relato de Jamal a los policías que lo interrogan, las experiencias que han formado su identidad. Y aquí yace otro de los grandes méritos del film. A diferencia de tantas historias sobre el subdesarrollo, en que la identidad de un personaje se expresa a través de grupos —sociales, políticos, religiosos— que representan a los perdedores de la sociedad, esta nos recuerda, al reconstruir los fragmentos únicos e intransferibles de la tortuosa existencia de Jamal, que toda identidad es profundamente individual y que el destino es lo que uno busca, no lo que uno espera.

Si se hace justicia, “Slumdog Millionaire”—una película que costó 15 millones de dólares, cuyos distribuidores estaban llenos de dudas y un tercio de la cual está en hindi—será una de las cinco nominadas al oscar a la Mejor Película. Y ganará.

(c) 2008, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.