Washington, DC—-La oposición logró un avance importante en los recientes comicios regionales y locales de Venezuela. Cuenta, a partir de ahora, con algunos bastiones políticos desde los cuales podrá hacer resistencia contra los intentos de Hugo Chávez de buscar la reelección permanente mediante un nuevo referendo constitucional.

A pesar de que el gobierno ganó 17 de las 22 gobernaciones en juego, la oposición triunfó en cuatro de las cinco más importantes: Zulia, rica en petróleo; Carabobo, muy importante plaza industrial; Miranda, que incluye zonas alrededor de la capital, y, por último, la alcaldía de Caracas. Añádanse a la lista otros dos estados en los que el gobierno perdió —Táchira, fronterizo con Colombia, y Nueva Esparta— y queda claro que la oposición, no representada en el Congreso y hasta la semana pasada confinada en dos estados, contará ahora con cierta base de poder institucional.

El contexto de estas victorias opositoras no pudo ser peor para la oposición. Cinco de sus mejores candidatos, incluido Leopoldo López, el ex aspirante a la alcaldía mayor de Caracas que superó en popularidad a Hugo Chávez durante buena parte del año, fueron descalificado con artilugios legales. En las últimas semanas, a medida que se hacía evidente que el gobierno estaba en aprietos en los estados clave, Chávez lideró una campaña personal de intimidación, amenazando con la cárcel al gobernador saliente de Zulia, que era candidato a alcalde de la capital de ese estado, y advirtiendo a los votantes de Carabobo que les enviaría a los tanques si triunfaba la oposición.

La oposición obtuvo, en total, el 52 por ciento del sufragio popular contra 48 por ciento del gobierno. Esto es significativo porque Chávez, derrotado en diciembre pasado en un referendo que le hubiese permitido la reelección permanente, quiere someter nuevamente a consulta popular sus megalómanos designios. Dados los resultados del domingo pasado, es seguro que perdería un nuevo referendo.

Nada de ello, por cierto, debería hacernos perder de vista que, diez años después de llegar al poder, el autócrata venezolano disfruta todavía de apoyo popular. Eso se debe en parte a una cultura populista fuertemente arraigada, que el gobierno ha afianzado con su retórica bolivariana, su utilización de la chequera petrolera y la demonización y persecución de sus retadores. Un reciente sondeo de Datanálisis le otorgaba un índice de aprobación del 58 por ciento: es una recuperación sustancial tras caer a 35 por ciento a comienzos de este año, cuando la escasez, la inflación y el crimen pusieron a muchos simpatizantes del gobierno, en los barrios de Caracas y otras ciudades, en contra del régimen.

Pero el costo del resurgimiento de Chávez será alto—tanto económica como políticamente. Su último presupuesto estuvo basado en la presunción de que el precio promedio del barril de petróleo sería de 90 dólares. Pero la caída de la demanda ligada a la recesión global ha hecho descender al crudo venezolano a 40 dólares. Si bien valía 8 dólares cuando Chávez asumió el cargo, lo que sugeriría que incluso un precio de entre 30 y 40 dólares le garantiza unos ingresos fiscales con los que no soñaba cuando planeaba su captura de las instituciones del país desde adentro, no hay duda de que la crisis internacional limitará su capacidad de sobornar a una vasta parte de la sociedad a través del clientelismo político.

Por ello mismo necesitaba una gran victoria el domingo pasado a fin de convocar un referendo constitucional antes de que las consecuencias de la recesión global corroan el sistema populista sobre el cual descansa su poder. Podemos asumir que aun así lo intentará otra vez más porque sabe que las condiciones internacionales no mejorarán en los próximos meses. Pero las posibilidades de que triunfe son muy tenues.

Una elección no bastará para deshacerse de Chávez. Pero lo ocurrido significa que la oposición será capaz de continuar su guerra de desgaste contra el gobierno matón con renovada confianza. Es trágico que una generación entera de venezolanos haya tenido que dedicar buena parte de sus mejores años a la resistencia contra la dominación de un autócrata. Pero esa frustración no es nada comparada con la que debe sentir Chávez tras diez años de incapacidad para establecer una segunda Cuba en América Latina.

(c) 2008, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.