Caracas—Tras una extenso recorrido por los barrios pobres de esta capital, estoy convencido de que el presidente venezolano perdió el reciente referendum con el que procuraba legitimar su intención de buscar la reelección indefinida no porque sus compatriotas valoran la democracia sino porque sus programas sociales se están desmoronando. En los barrios de Petare, Catia, Baruta y otras zonas, el modelo nacional-populista está colapsando.

A través de una red de “misiones”, el gobierno ha venido utilizando los ingresos petroleros para proporcionar alimentos, vivienda, educación, servicios de salud y automóviles a millones de venezolanos. En teoría, los pobres están disfrutando de la “justicia social” que les fue negada durante décadas de elitismo. En realidad, las misiones están plagadas de corrupción, corroídas por la ineficiencia y severamente golpeadas por la inseguridad y las escaseces que se han convertido en el drama cotidiano de la sociedad venezolana.

La misión “Barrio Adentro” era manejada, originalmente, por unos 30.000 médicos cubanos. En la actualidad, muchos de esos centros de salud están cerrados; el resto carece de personal suficiente. “Los cubanos se están yendo”, explica Félix, un cooperante social de Baruta, “porque no se les paga, porque son víctimas del crimen rampante o sencillamente porque se han mudado: sólo se ofrecieron a trabajar en Venezuela como una excusa para salir de Cuba”. En algunos casos, el gobierno jamás suministró los fondos necesarios para finalizar la construcción de una clínica. En Baruta, donde una desolada obra a medio hacer recuerda al vecindario local que, como dice Félix, “un abismo separa la realidad de los discursos”. No me sorprende que, según la Universidad Andrés Bello, el 60 por ciento de los centros de salud de “Barrio Adentro” no estén funcionando.

La misión “Mercal”, una serie de supermercados en los cuales los pobres pueden en teoría adquirir alimentos a precios extremadamente bajos, tampoco va bien. Debido a los controles de precios, los productos esenciales han desaparecido de los anaqueles. La gente forma colas durante horas para comprar alimentos o leche. En algunos casos, como me dijeron en Petare, los productores han cesado sus actividades por los controles de precios; en otros, la gente que administra los supermercados vende los productos de primera necesidad por debajo del mostrador a quienes tienen la posibilidad de pagar más.

Los comedores, que supuestamente sirven comidas gratuitas a 150 venezolanos en cada vecindario todos los días, se han vuelto víctimas de los faltantes crónicos. Jesús, un simpatizante de Chávez que administra un comedor en el barrio Unión Petare, me dijo que no atendería a sus vecinos hasta la próxima semana, cuando espera obtener algunas nuevas provisiones. ¿El resultado? ”Los escuálidos”, concluye, empleando el término con el que Chávez se refiere a sus críticos, “ya son mayoría por aquí”.

La corrupción ha erosionado el prestigio de la misión “Hábitat” a través de la cual el gobierno supuestamente reparte cheques a los venezolanos de pocos recursos para que puedan adquirir una casa. No es infrecuente que un aspirante a propietario descubra que una persona misteriosa ha cobrado el cheque usando su nombre. “La misma gente que reparte los cheques los cobra en beneficio de sus parientes”, explica Eladio, cuyo sobrino, según me cuenta, vivió recientemente esa experiencia.

La decisión de hacer que los automóviles estén disponibles para millones de venezolanos ha significado que Caracas sea en la actualidad un infierno de tráfico. “Con el dinero que gasto en gasolina en un día en los Estados Unidos puedo conducir durante todo un mes aquí”, dice Virginia, una productora de televisión que viaja constantemente entre Caracas y Nueva Cork y pasa buena parte de su vida en el auto. “¿De qué les sirve a millones de personas poseer autos si desperdician gran parte de sus vidas en el tránsito''.

La misión “Sucre”, que ayuda a los adultos a completar su educación secundaria, también está generando problemas. Los beneficiarios tienden a asistir a las universidades controladas por el gobierno que exigen pocas calificaciones. Por eso, numerosas profesiones están saturadas y los venezolanos se quejan de no ser capaces de obtener un empleo a pesar de sus credenciales. Junto con una tasa de inflación del 30 por ciento anual, el cierre de miles de comercios debido a las reglamentaciones socialistas, las usurpaciones de tierras y las nacionalizaciones ha lesionado la capacidad productiva del país—y en consecuencia la demanda de trabajadores.

“El gobierno llevó a los venezolanos a creer que podían convertirse en una sociedad de consumo sin producir nada”, afirma Luis Ugalde, el presidente de la Universidad Andrés Bello, “y los resultados ahora hablan por sí mismos”.

Cuando le pedí que me hablara acerca de las misiones de Chávez, Beatriz, una cooperante que pasa su tiempo en Catia, me respondió: “Una no puede hablar de lo que no existe”. No es una mala fórmula para resumir al modelo nacional-populista de Venezuela.

(c) 2008, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.