¿Una Sudamérica nuclear?

6 de September, 2006

WASHINGTON, D.C.—Mientras el mundo seguía de cerca el drama del uranio iraní, los latinoamericanos también eran noticia por razones nucleares. Argentina y Brasil han relanzado a lo grande sus respectivos programas de energía nuclear y, a pesar del escepticismo inicial de la presidenta Michelle Bachelet, Chile empieza a ponderar esa opción.En el caso de Brasil y Argentina, está en juego una rivalidad antigua y tan intensa que hay chistes como éste. Un brasileño le cuenta a un oficial que atropelló a un turista argentino y olvidó informar a su familia. El oficial responde: “Bien hecho, habría provocado una guerra si les avisaba. Usted es todo un pacifista”. “Pero cuando lo enterré, el tipo gritó que estaba vivo”, explica el compungido brasileño. “No se preocupe”, responde el policía, “todos mienten”.

Brasil, que posee las sextas mayores reservas de uranio en el mundo, ha inaugurado dos centrifugadoras en su planta de enriquecimiento de Resende. Esta planta abastecerá a los dos reactores nucleares, que proporcionan actualmente el 4 por ciento de la electricidad. El plan anunciado por el presidente Luiz Inacio Lula da Silva potenciará significativamente el componente nuclear de la matriz energética con siete nuevos reactores a quince años plazo.

En la Argentina, cuyos dos reactores nucleares suministran ya el nueve por ciento de la electricidad, el presidente Kirchner ha anunciado un paquete de $3.500 millones que consiste en construir una tercera planta, realizar estudios de factibilidad para una cuarta y reabrir la usina de enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu, cerrada en 1983 tras la revelación de que la dictadura había desarrollado un proyecto de armas nucleares.

Ambas naciones juran que sus intenciones son benignas. Las centrifugadoras del Brasil solamente enriquecerán uranio hasta un 3,5% U-235, bien por debajo del 90% necesario para producir armamentos. Sin embargo, ambos estamentos militares tienen antecedentes oscuros. En los años 70, Brasil canalizó secretamente su tecnología hacia el programa militar de “Solimoes”. Ante la presión extranjera, el proyecto fue abandonado en 1990. Por su parte, las fuerzas armadas argentinas desarrollaron los misiles estratégicos “Cóndor” hasta su cancelación en los años 90. Desde entonces, los dos países han suscrito -y cumplido- tratados de no-proliferación y ya no gobiernan los militares.

Apunto esto porque no existe lógica económica alguna detrás del lanzamiento de estos mastodónticos programas de energía nuclear. Se trata exclusivamente de una cuestión de orgullo nacional y de una competencia de poder regional. Los problemas energéticos podrían ser resueltos fácilmente de manera más económica.

La crisis energética argentina se debe a que el control de precios ha provocado una sequía de inversiones en gas natural en el momento en que el crecimiento económico ha impulsado la demanda de electricidad. Desde 2002, la capacidad de generación de electricidad del país se ha mantenido alrededor de los 17.000 megavatios mientras que la economía ha venido creciendo a paso sostenido.

A su vez, los brasileños están preocupados por la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia pues dependen de ese país para la mitad de su consumo de gas natural. Pero el gas es todavía un parte pequeña del “mix” energético y Brasil ha anunciado que muy pronto logrará la “independencia” petrolera. Gracias a una moderna tecnología, Petrobrás está perforando yacimientos muy profundos en los campos petrolíferos de Barracuda y Caratinga, en pleno Océano Atlántico, al este de Río de Janeiro.

Es cierto: hay un “revival” nuclear en el mundo. Los europeos están construyendo o renovando plantas, y Washington impulsa un costoso esfuerzo para dar a la energía nuclear el beso de la vida. También Rusia, India y otros países están encargando nuevos reactores, al igual que Australia (este último con tecnología argentina). Los altos precios del petróleo y la limpieza de la energía nuclear han ayudado a superar el trauma causado por el accidente de Three Mile Island en los EE.UU. y, especialmente, el desastre de Chernobyl.

¿Cuánto durará esta nueva moda? Probablemente hasta que algún acontecimiento lleve a la gente a decir que la energía nuclear no es tan limpia después de todo, dado que, tras sesenta años de investigaciones, no se ha hallado una solución perfecta para disponer de los residuos nucleares.

¿Deberían los países latinoamericanos que poseen fuentes de energía abundantes y más baratas emprender programas nucleares que se volverán impopulares cuando pase la moda? Por su puesto, si un inversor privado quiere invertir en un reactor nuclear para vender electricidad, debería ser libre de hacerlo. Pero las centrales nucleares no son por ahora rentables. Resulta irónico que sean auspiciados por gobiernos de izquierda de los mismos partidos que antes denunciaron los programas nucleares de sus “establishments” militares.

Si Estados Unidos, país muy próspero, quiere desviar recursos para subvencionar el renacimiento de la energía nuclear en el contexto de la histeria generalizada contra el petróleo, es un lujo que probablemente pueda solventar. Sudamérica, no.

(c) 2006, The Washington Post Writers Group

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