Washington - En 1781, un indio aymara, Túpac Katari, condujo una insurrección contra el dominio español en Bolivia, sitiando la Paz. Fue capturado y muerto, sus extremidades amarradas a cuatro caballos que tiraban en direcciones opuestas y despedazaron su cuerpo. Antes de morir, profetizó: “Volveré y seré millones”. A juzgar por la abrumadora victoria de Evo Morales, un demagogo aymara, en las elecciones bolivianas el 18 de diciembre, cumplió su promesa.

La elección de Morales se interpreta como la confirmación de que América del Sur está inclinándose fuertemente hacia la izquierda. Morales no oculta su admiración por Fidel Castro y Hugo Chávez, y sus propuestas incluyen la nacionalización de la industria petrolera, la redistribución de algunas estancias particulares y la despenalización de las plantaciones de coca en la región del Chapare. Se opone al Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y arremete contra el “neoliberalismo”.

Sin embargo, sería un error pensar que Morales puede convertirse fácilmente en otro Chávez, incluso si ese es su deseo. El nuevo mandatario boliviano no tendrá los recursos con los que cuenta Venezuela y su base de apoyo es más precaria. Por lo demás, Brasil tiene una importante presencia en Bolivia y podría ejercer una influencia moderadora.

A diferencia de Venezuela, donde la disparada de los precios del petróleo otorgó a Chávez una lluvia de dólares que le permitió construir una poderosa red social basada en el clientelismo político, Bolivia tiene pocos ingresos. La única razón por la cual las cuentas fiscales no evidencian actualmente un déficit de $1.000 millones son las donaciones extranjeras, principalmente de los Estados Unidos. Debido a que los seguidores de Morales derribaron a los dos presidentes anteriores y forzaron a las autoridades a imponer fuertes regalías sobre las empresas multinacionales que explotan el gas natural, la inversión extranjera se ha secado: apenas $84 millones ingresaron al país en concepto de inversiones extranjeras este año.

La posibilidad de convertir las reservas de gas natural de Bolivia (potencialmente nada menos que 52 billones de pies cúbicos) en una repentina bonanza exportadora ha sido eliminada por la cancelación del proyecto que procuraba exportarlo a México y California a través de puertos chilenos (Bolivia y Chile han vivido enemistados desde el siglo 19, cuando Bolivia perdió su acceso al mar en la Guerra del Pacífico).

La población indígena de Bolivia, que exigirá resultados inmediatos, también podría frenar a Morales. Su propio partido, Movimiento al Socialismo (MAS), es una lábil amalgama de grupos sociales que compiten entre sí. Cualquier intento por parte de Morales de concentrar demasiado poder precisará de una sólida y permanente base de apoyo que de ninguna manera está garantizada. Además, el sentimiento autonomista está en ebullición entre los pobladores de varias provincias, especialmente en el oriente. Ellos ya han advertido que se opondrán a cualquier intento de centralizar el poder aun más en La Paz.

Bolivia ya ha tenido gobiernos de izquierda que fueron derrocados por la misma gente que los había hecho posibles. El presidente Carlos Mesa, quien reemplazó en 2003 a su jefe, el presidente Sánchez de Lozada, tras violentas manifestaciones, contaba con el apoyo de la población cuando incumplió los contratos relacionados con el gas natural suscritos con inversores extranjeros y llevó adelante una virulenta campaña internacional en contra de Chile. No obstante ello, las masas se le volvieron en contra y lo derrocaron en junio.

Finalmente, el pragmático presidente del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, también podría constreñir las ambiciones de Morales. Brasil es hoy en la práctica el único inversor extranjero en Bolivia y su rol podría crecer aun más en importancia dado que Morales promete estatizar el subsuelo y mantener las elevadas regalías sobre la explotación de petróleo y de gas natural recientemente decretadas, responsables de haber ahuyentado a los inversores extranjeros. Bolivia necesitará por tanto que Petrobrás, el gigante energético brasileño, amplíe sus inversiones. Lula no ha logrado frenar a Chávez, pero tendrá mayor capacidad de presión sobre Morales, más vulnerable que el venezolano.

Por supuesto, dependerá en parte de la política estadounidense el que Morales se acerque aun más a Chávez o no. Y esa política dependerá a su vez de sí Morales despenaliza las plantaciones de coca. Si lo hace, los Estados Unidos no deberían sobrerreaccionar, pues nada cambiará mucho en la práctica. Aun con las restricciones vigentes en la actualidad, existen en el Chapare todas las plantaciones que la demanda de coca –y la capacidad de Bolivia de producir cocaína- justifican. En cualquier caso, la producción y distribución de cocaína seguirán prohibidas en Bolivia, según ha afirmado Morales. Si los Estados Unidos respondiesen a la despenalización de la coca obstaculizando las exportaciones de confecciones y joyería bolivianas al mercado estadounidense, docenas de miles de familias en El Alto, una de las bases de poder indígenas de Morales, perderían su fuente de sustento y el sentimiento antiestadounidense y empujaría a Morales más a la izquierda.

El Subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Thomas Shannon, me dijo recientemente que los Estados Unidos apuntan a eliminar las medidas proteccionistas que todavía subsisten (y que afectan a algunos países sudamericanos al restringir las importaciones de bienes provenientes de allí). Este es un objetivo que no muchos latinoamericanos han oído. Si se trata de impulsar el desarrollo y mejorar las relaciones a lo largo y ancho del hemisferio, la eliminación de las políticas proteccionistas resultará mucho más eficaz que hacer de las plantaciones de coca el tema principal de la relación a Bolivia. La situación en los Andes, con sus fracturas políticas y tensiones étnicas, es ya bastante delicada. No la empeoremos.


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.