En su discurso sobre el Estado de la Nación, el Presidente Bush amenazó implícitamente con expandir la guerra contra el terrorismo a los países que están desarrollando armas de destrucción masiva y a las naciones que son “tímidas para enfrentar al terror.” El presidente seleccionó a tres naciones-Corea del Norte, Irán e Irak-como el “eje del mal” y sugirió que podría tomar acciones militares para prevenir la amenaza de sus armas de destrucción masiva.

Aunque tal retórica puede simplemente significar blandir el sable para intimidar a esas naciones, la posibilidad de una extensión de la guerra es una eventualidad cierta y peligrosa. Esos tres países difícilmente constituyen una alianza organizada contra los Estados Unidos-como sí lo constituía la colaboración mucho más peligrosa entre Japón, Alemania e Italia durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Irán e Irak se odian. A pesar del abrigo continuo que Corea del Norte les otorga a algunos pocos miembros del Ejército Rojo Japonés, ese país no ha patrocinado activamente ataques terroristas por muchos años. Aunque Corea del Norte, Irán, e Irak están desarrollando (o han adquirido) armas de destrucción masiva, también lo hacen muchas otras naciones. De conformidad con el Pentágono, 12 países poseen programas de armas nucleares, 13 naciones tienen armas biológicas, 16 países poseen armas químicas y 28 naciones tienen misiles balísticos. ¿Se encuentra preparado el presidente para atacar a todas esas naciones? ¿Qué ocurre si Corea del Norte, Irán o Irak han enviado ya operativos de inteligencia o a terroristas a los Estados Unidos con armas de destrucción masiva para permanecer a la espera, en caso de que se precise un ataque en venganza por una tentativa de cambio de régimen por parte de los EE.UU.? Irán o Irak podría hacer lo mismo con Israel.

El hecho es que los Estados Unidos deben convivir con un número creciente de naciones que han adquirido armas de destrucción masiva. Corea del Norte, Irán o Irak son naciones pobres al otro lado del mundo con respecto a los Estados Unidos y no deberían ser enemigos naturales de los Estados Unidos-a menos que los Estados Unidos sigan interviniendo en sus regiones. Además, si el presidente ataca a Corea del Norte, Irán o Irak, podría exacerbar el problema de la proliferación en vez de reducirlo. Otras naciones creerían que podrían ser las siguientes y pensar que el trabajar en misiles y armas de destrucción masiva sería la única manera de mantener alejada a una superpotencia inclinada a intervenir en guerras civiles por todas partes en nombre de combatir al terrorismo.

E ¿intervendrían realmente de forma unilateral los Estados Unidos en naciones amistosas pero que se cree que fueron demasiado tímidas en combatir al terrorismo-por ejemplo, las Filipinas o Yemen? En las Filipinas, los Estados Unidos ¿intervendrían contra los deseos de una democracia a la que ayudaron a instituir?

Un estado de guerra perpetuo-como el que el presidente pareció prever cuando afirmó que la guerra puede continuar más allá de la duración de su mandato-podría minar la recuperación económica, no se condice con los valores de una república y conducirá probablemente a la erosión de las libertades constitucionales y a la acumulación de demasiado poder en la rama ejecutiva. Y una guerra a perpetuidad no es necesaria para minimizar la amenaza de Corea del Norte, de Irán y de Irak. Si los Estados Unidos pudieron contener la amenaza de una superpotencia rival durante la Guerra Fría, pueden contener ciertamente a tres pequeños países pobres. Además, una guerra aparentemente no provocada contra otra nación musulmana-ya sea Irán, Irak o ambas-podría actuar como un afiche de reclutamiento para los terroristas en los años venideros en la comunidad islámica fundamentalista. Así, una guerra expandida de los EE.UU. contra el terrorismo podría generar en última instancia más terrorismo.

Lo que es más importante aún, interviniendo contra los grupos terroristas que no tienen a los Estados Unidos como objetivo primario-por ejemplo, el discurso del presidente mencionó al Hezbollah, a Hamas, a la Jihad Islámica, y al Jaish-e-Muhammad-, contra naciones opresivas tales como Corea del Norte, Irán e Irak, e incluso en naciones demasiado tímidas con el terrorismo, distrae y diluye el combate estadounidense contra la amenaza más calamitosa a la patria estadounidense en medio siglo. Al Qaeda, una organización terrorista global, probablemente todavía posee intactos mucho de su liderazgo y de su red mundial y mantiene los objetivos de los EE.UU. en su mira. Los Estados Unidos deben centrarse en aplastar a esa amenaza inminente. De hecho, atacar a los grupos terroristas que en la actualidad no se centran primariamente en blancos estadounidenses podría hacer que esos grupos dispares se unan a al Qaeda y así multiplicar dramáticamente la amenaza contra los objetivos de los EE.UU..

En síntesis, un aparente ensanchamiento de la actual guerra diseñado para realzar la seguridad de los EE.UU. podría tener el efecto opuesto. Esperemos que la retórica del presidente sea solamente eso.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.