No resulta sorprendente que la Comisión para Evaluar la Organización del Gobierno Federal para Combatir la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva, ordenada por el Congreso, divulgase recientemente que “el gobierno de los EE.UU. no se encuentra organizado efectivamente para combatir la proliferación.” La comisión encontró que la diseminación de dichas armas (nucleares, biológicas, y químicas) entre los estados rufianes y los grupos terroristas “plantea una grave amenaza a los Estados Unidos” y “define una nueva realidad espeluznante para nuestro país.” Pero el panel observó que “muchas agencias gubernamentales aisladas que tienen una jurisdicción superpuesta” se encuentran involucradas en combatir la proliferación. Según el Senador Arlen Specter, el vicepresidente de la comisión, 96 agencias están realizando esfuerzos de contra proliferación.

El frenesí de la subsistencia burocrática se encuentra en funcionamiento. Las agencias gubernamentales—siempre listas para incrementar sus presupuestos y funciones—están procurando asir su parte de una vasija en expansión del dinero asignado a luchar contra esta amenaza. Incluso los departamentos del Comercio, del Tesoro, y de la Agricultura se están incorporando a ese accionar. Pero los ciudadanos no deberían equiparar a una participación gubernamental más amplia con una respuesta efectiva a la proliferación. En la conferencia de prensa durante la cual que dio a conocer el informe, los principales miembros de la comisión enfatizaron, según se informa, la necesidad de refrenarse en los caóticos esfuerzos de contra proliferación que penosamente realiza del gobierno. De hecho, existen tantas agencias involucradas que el Congreso y la rama ejecutiva no saben siquiera cuánto dinero está siendo gastado en la contra proliferación. El panel argumentó que “el resultado no es solamente la ineficacia y la duplicación sino también una demora potencialmente catastrófica ” en ocuparse de las implicancias de la proliferación.

En lenguaje llano, eso significa que más participación burocrática podría ser ineficaz para una respuesta rápida a un ataque contra los Estados Unidos con armas de destrucción masiva.

Entre otras recomendaciones para ayudar a contener este caos, la comisión propuso crear a un director nacional para combatir la proliferación—quién operaría dentro del Consejo de Seguridad Nacional—para coordinar la política y los programas de contra proliferación del gobierno y para asegurar la eficiente asignación de los recursos.

Aunque es loable incrementar la coordinación inter-agencias de modo tal que los esfuerzos del gobierno en combatir la proliferación se encuentren más enfocados, ello es como poner una curita sobre una herida de bala en la cabeza. Cualquier director nacional encontraría difícil coordinar los esfuerzos de 96 agencias. El Congreso necesita terminar con la carrera burocrática por dinero en efectivo y racionalizar el esfuerzo de la contra proliferación excluyendo a las agencias innecesarias.

Por supuesto, como la propia comisión se percató, la reorganización gubernamental no solucionará el problema de la proliferación. Los remedios burocráticos simplemente le otorgarán al gobierno de los EE.UU. una cierta esperanza de responder a una crisis más rápida y eficientemente. Y pese a que la comisión define el rol del gobierno en el combate contra la proliferación como el de evitar o impedir que los estados truhanes o los grupos terroristas adquirieran o utilicen armas de destrucción masiva, haciendo retroceder o atendiendo eficazmente a la proliferación cuando ésta ocurra, y responder si el uso de tales armas es amenazado o llevado a cabo, el panel falló en reconocer la responsabilidad del gobierno en acelerar la proliferación y aumentar la probabilidad de que un ataque catastrófico ocurra.

La política exterior intervencionista que los Estados Unidos persiguen por todo el mundo alienta realmente a la proliferación que el gobierno de los EE.UU. pretende estar combatiendo. Los negociadores chinos y rusos del control de armamentos argumentaron recientemente que los países de la OTAN (liderados por los Estados Unidos) estaban destruyendo los esfuerzos de la no proliferación con su guerra en Kosovo. Agregaron que la OTAN demostró que no respetaría a ningún país a menos que esa nación poseyera armas nucleares.

Los chinos y a los rusos no se encuentran entretenidos en un charla ociosa. Cuando el ex Secretario de Defensa William Perry—actuando como enviado especial del Presidente Clinton—presionó a los líderes norcoreanos para terminar con los esfuerzos de desarrollar misiles de largo alcance y cumplir su promesa de no producir un arma nuclear, recibió una respuesta petulante. Los norcoreanos observaron que si ellos renunciaban a dichas armas, los Estados Unidos podrían acusar a Corea del Norte de violaciones a los derechos humanos y comenzar a bombardear su nación hasta convertirla en escombros—como lo hizo en Serbia. Cuando le preguntaron a un general indio qué lecciones aprendió de la exitosa intervención de los EE.UU. en la Guerra del Golfo Pérsico, contestó que uno no debería luchar contra los Estados Unidos sin armas nucleares.

La intromisión estadounidense en los conflictos externos también incrementa la perspectiva de que las armas proliferadas serán utilizadas contra los Estados Unidos. Según la Secretaria de Estado Madeleine Albright, el terrorismo es la amenaza más importante que los Estados Unidos y el mundo enfrentan en este siglo XXI que comienza. El Secretario de Defensa William Cohen ha observado el riesgo creciente de que tales grupos obtengan y utilicen armas de destrucción masiva. Un Informe de Política Exterior del Cato Institute del 17 de diciembre, 1998, intitulado “¿Engendra la Intervención de los EE.UU. el Terrorismo?: El Antecedente Histórico,” ” catalogó por lo menos 63 incidentes terroristas que fueron una venganza por intervenciones de los EE.UU. en el exterior.

Los expertos en defensa creen que la mayor amenaza para los Estados Unidos proveniente de la proliferación de armas de destrucción masiva es planteada por los grupos terroristas, porque—a diferencia de las naciones—pueden no tener un “remitente” al cual una venganza desproporcionada podría ser dirigida. Si los terroristas obtienen armas de destrucción masiva, será difícil para el gobierno de los EE.UU. disuadir, prevenir, o mitigar dicho ataque—no importa cómo la burocracia se encuentre organizada. La mejor defensa contra tales ataques es bajar el perfil de los Estados Unidos como blanco. Esta meta puede ser lograda de la mejor manera posible interviniendo en los asuntos de otras naciones solamente en casos poco comunes, cuando los intereses vitales de los EE.UU. esten en juego.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.