Hay pocos registros de un mapa político nativo, carente de alternativas en el horizonte, con una creciente apatía de la sociedad y un camino allanado para un Gobierno como el de Javier Milei.
Entre aquéllos registros, aflora el tsunami del 2001 y el “que se vayan todos” que dio lugar a la atomización de las opciones electorales, con varios peronismos y otras tantas propuestas de centroizquierda y centroderecha en 2003, que abrieron paso a la irrupción de Néstor Kirchner, quien pasaría a hegemonizar la política, frente a un puñado de actores en la vereda de enfrente.
Otro momento sobrevino con el fallecimiento del santacruceño, que terminó empoderando a Cristina Kirchner con el 54% de los votos frente a una oposición, de nuevo, fragmentada, que dio pie al “vamos por todo”.
Pero el fracaso de la aventura de Cambiemos, que reunía a todo el antiperonismo, sumado al fracaso del peronismo de la mano de Alberto Fernández y Cristina Kirchner, entronizaron a Milei, que asumió sobre los restos de la clase dirigente. Con la baja de la inflación y el sorpresivo triunfo de la elección de octubre, nuevamente un Gobierno queda ante la inmejorable situación de moldear el país, con una tibia resistencia.
“El fenómeno Milei es mayormente no ideológico más allá de lo que quiere expresar, para una sociedad que buscó calma. La gente votó, pero al otro día siguió con la suyo y no habló más, y eso despolitiza. De hecho, la batalla cultural proclamada por los libertarios se menciona menos porque no prende, no se instala, a diferencia del kirchnerismo que tuvo otra respuesta, pero era otra época”, define el consultor político Carlos Fara.
Fara define el actual contexto como el de “una sociedad anestesiada por cierto bienestar económico” y, por ende, considera que “será muy difícil que se despunte alguna alternativa opositora renovada durante 2026, sobre todo con el Mundial de por medio”:
No es un dato menor la apatía. Ese estado de indolencia y desinterés es el que permitió que Milei atravesara decisiones y expresiones tan polémicas en otros tiempos, que hubieran provocado una crisis institucional como tantas veces ocurrió. Agravios hacia gobernadores o jefes de Estado de otros países con intereses comerciales como Brasil, Chile, Uruguay y España; insultos hacia los diputados y senadores que votaran en contra de un proyecto oficialista, y a la prensa por su rol crítico; escarnio hacia cualquier expresión de izquierda; ruptura del vínculo con su vicepresidente, Victoria Villarruel; ataques hacia los políticos dialoguistas o más cercanos como Mauricio Macri o a la UCR y a la figura de Raúl Alfonsín; ofensas a la comunidad homosexual en un foro mundial como Davos; incumplimiento de leyes -más allá del control de las pensiones indiscriminadas- que otorgan más presupuesto a un sector tan sensible y a veces desprotegido como quienes padecen de una discapacidad o la pelea con el Hospital Garrahan.
Pero la derrota bonaerense se septiembre le hizo dar un giro de 180 grados a Milei ante la posibilidad de perderlo todo. Hubo cuatro episodios en el segundo semestre del 2025 que marcaron a fuego esa transformación: la prisión domiciliaria de Cristina Kirchner, el salvavidas de Donald Trump, el triunfo electoral y la búsqueda de consenso con la oposición más cercana.
Con una oposición desacreditada y descabezada al quedar Cristina fuera de juego, el problema fue el recalentamiento de la economía, resuelto como nunca antes hubiera ocurrido -porque la política no lo habría permitido- con la irrupción de la Casa Blanca interviniendo en el mercado cambiario a través de Scott Bessent, blindando el dólar y garantizando los pagos de la deuda. El fantasma kirchnerista, sumado a la ayuda de Trump, consolidaron la victoria en las urnas. El llamado al consenso, fue la frutilla del postre. Ya no era el Milei irascible y desmedido; se empezaba a convertir en un gobierno negociador, sentado en la cabecera de la mesa del toma y daca. Claro que el slogan anticasta se fue desvaneciendo solo.
Ocurre que el corolario del triunfo legislativo con el que Ejecutivo finaliza el año, la aprobación por primera vez del Presupuesto, se logró en base a los mismos recursos de siempre: negociación de más fondos a los gobernadores a cambio de votos, otorgamiento de cargos claves como en la Auditoría General de la Nación -así como Axel Kicillof creó mas cargos en el Banco Provincia para dárselos a la oposición y aprobar la ley de endeudamiento-, y algunas leyes beneficiando a distintas provincias.
Dos de los artífices de ese logro fueron Diego Santilli desde la cartera de Interior, y Patricia Bullrich en el Senado. Hasta hace poco, espadas del PRO de Mauricio Macri, lo que refleja la debacle del partido amarillo, hoy convertido casi en una expresión provincial, o porteña.
Lo que Javier Milei comprendió, en la mitad de su mandato, es que el economista que ignora la política, hace mala economía. Intentó lograrlo solo desde la baja de la inflación y el control del dólar, pero no funcionó.
Le queda por delante dos desafíos claves como la reforma laboral y la tributaria. La primera, ha sido considerada desde hace décadas como la madre de todas las batallas, que sólo Carlos Menem logró franquear con una flexibilización, en nombre del peronismo. Pero esta vez surge desde el anti peronismo. Aunque, claramente, el contexto es otro y el Partido Justicialista, un difuso recuerdo.