El cuento de la deuda
Seguramente ha escuchado en clases de historia de su país sobre las deudas de la independencia hispanoamericana. Las deudas impagables e impuestas por potencias extranjeras, según este cuento, torpedearon el desarrollo de nuestra región, desde que fuimos países independientes hasta los tiempos actuales. El lamento que escuchaba en las clases de historia es que la famosa deuda de Ecuador, con los ingleses para financiar la independencia, recién se había terminado de pagar con el descubrimiento de pozos petroleros importantes en los setentas del siglo XX, durante el periodo de las dictaduras militares. Nadie brindaba las cifras o el dato exacto en la clase, pero se repetía como parte del curriculum educativo, tal cual dogma de fe, y la leyenda sobrevivía. A pesar de que, según la leyenda, se pagó en los setentas, Ecuador es uno de los países más endeudados, a la fecha en la región. Tiene una de las relaciones más altas 60% de deuda como porcentaje del producto interno bruto. Para la Conferencia de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas, es un problema de orden mundial, según esta interesante presentación sobre los efectos de la deuda pública en el desarrollo de los países.
En este lamento de la deuda obligada y los malvados acreedores, el atraso y el subdesarrollo del país fluye de aquella fatal y terrible maldición que nos habían impuesto los ingleses (eran los acreedores) que habían financiado la independencia para romper el imperio español y así poderlo controlarlo y acceder a ese mundo rico y extenso que habían sido las joyas americanas de la corona española.
Un país endeudado más allá de sus posibilidades es verdad que hace imposible conseguir fondos para financiar obras o incluso para operar. Cuando los montos son exagerados, el presupuesto del gobierno tiene que dedicarse en gran proporción a pagar lo que se debe. A veces el servicio de la deuda termina siendo un gasto significativo, del presupuesto total del gobierno, dejando poco espacio para otros gastos. Los acreedores, son ciudadanos privados (bonistas) o grandes instituciones financieras extranjeras, y tienen poca tolerancia para deudores poco serios o para morosos que reniegan de la deuda y que irresponsablemente se endeudan haciendo promesas de pagos que nunca van a poder hacer. Estos acreedores, amenazados de no poder recuperar su dinero, hacen uso de herramientas legítimas como embargos o simplemente dejan de prestar a estos morosos contumaces, causando grandes descalabros económicos en los países cuyos gobiernos actúan irresponsablemente.
En el cuento de la deuda se habla de esto como si el deudor es una indefensa víctima de rapaces acreedores, que no sabía lo que hacía, que se aprovechaban de su proverbial y celestial inocencia para imponer tan terrible yugo de deuda. En nuestros días, se sigue echando la culpa a los acreedores y no a los deudores irresponsables. En la última crisis económica en el 2008, donde colapsó el mercado hipotecario de Estados Unidos, al igual que economías enteras como la Griega y la Española, en estos tres casos la narrativa oficial sigue siendo acusar a los malvados acreedores y no a los angelicales deudores que fueron víctimas de la avaricia de los acreedores.
Es importante distinguir dos problemas en este relato victimista de la deuda. El primero es que, no es malo endeudarse para financiar un proyecto o la compra de un bien. El mundo moderno no podría funcionar sin este instrumento financiero. Es perentorio tener expectativas realistas sobre la capacidad que se pueda tener para pagar algo prestado y cuales son las condiciones del préstamo (duración, tasa de interés, garantías pedidas). Si no hay seguridad de poder pagar lo que se debe, es mejor no prestar, es preferible ahorrar, que depende enteramente de la capacidad personal que tenemos de sacrificar consumo presente para comprar algo a futuro. No hay recetas mágicas o atajos al respecto, se ahorra o se es muy cuidadoso en los montos a pedir y en las garantías a entregar. Si aún así, la calamidad azota y no podemos pagar lo adeudado, lo correcto es reorganizar las finanzas, gastar menos y ver la forma de cumplir con las obligaciones en el menor tiempo posible. A nivel personal y a nivel público no tiene por qué ser diferente. Pedir solo lo que se puede repagar en tiempo razonable, a tasas de interés apropiadas, y aún así, si hay cambios inesperados, no seguir endeudándose y gastando.
Desafortunadamente, a nivel público el gobierno no tiene capacidad de generar ingresos más que de dos formas, subiendo los impuestos o devaluando la moneda. Lo segundo es un impuesto indirecto mediante el robo del valor de los bienes de los ciudadanos. No existe como dicen los Keynecios el estímulo a la demanda agregada que por arte de magia, o quien sabe que ciencia infusa o confusa, genera desarrollo económico por imprimir más dinero para mantener dicha demanda. Siendo así, el gobierno no debería de poder endeudarse más que para desarrollar obras de infraestructura pública, que solo puede hacer el sector público, y que es poco práctico concesionar a la empresa privada, para que lo desarrolle a cambio de un derecho a cobrar su uso. Más allá de eso, cualquier gasto tiene que ser pagado con impuestos y por lo tanto debe de limitar su gasto a lo que puede recaudar de manera consensuada, solo lo necesario, sin expoliar a sus ciudadanos, sean ricos o pobres.
Por ejemplo, las carreteras de un país pueden y deben de concesionarse, y no deberían de ser desarrolladas por el sector público bajo ningún concepto. En cambio, un puente local que no es práctico cobrar un peaje cada vez que se usa y que va a tomar 30 años pagar, podría ser financiado via deuda, siempre y cuando dicha deuda sea autorizada por los vecinos del lugar, o entidades que se benefician de este puente, que pagarían dicha mejora en su comunidad a través de sus impuestos. Esto debería de quedar claro a la hora de preguntarse si se hace o no, o saber cuanto más va a subir los impuestos para hacerlo. Otros servicios públicos deben ser pagados y financiados por entidades privadas, en tanto y en cuanto provean un servicio, no tienen por qué ser financiados o pagados por el sector público. Si no hay empresas dispuestas a entrar a estos mercados, es por que no existe el marco regulatorio adecuado para que un empresario pueda lucrar por ofrecer dicho servicio, por lo tanto no está dispuesto a ofrecerlo. La solución no radica en que lo haga el gobierno, si no más bien en permitir que sea más fácil entrar a dicho mercado de servicios para poder lucrar si el servicio es demandado.
El segundo problema es la corrupción política que significan los préstamos para obras de infraestructura. Esto lo vimos en el caso de corrupción de Lava Jato de Brasil y la constructora Odebrecht, en la cual una empresa privada pagaba coimas a funcionarios públicos, para ganarse contratos de construcción pagados por el gobierno u organismos multilaterales, a pesar de no tener las mejores ofertas. Los gobiernos entraban en colusión con entidades prestamistas públicas o privadas, o gobiernos extranjeros, para conseguir gigantescos préstamos para obras de infraestructura, repartían coimas a todas las partes que tomaban decisiones, y en el mejor de los casos se hacían obras sobredimensionadas, de baja calidad, mal hechas. En el peor de los casos ni siquiera se las hacía, quedando la deuda sin necesariamente entregar la obra pública contratada, como el caso de Refinería del Pacífico, en Ecuador. Se gastaron 1200 millones de dólares para aplanar y rellenar un terreno gigantesco y no se hizo ninguna refinería. Los fondos del proyecto, en estos casos, son robados en coimas o usados para cubrir necesidades financieras de gasto corriente del gobierno de turno.
Se viene abajo todo el relato victimista, en estos casos, la deuda no tendría por que haberse contraído y nadie más que la corrupción del gobierno y los políticos son los culpables de este malgasto. No son culpables, los tan difamados prestamistas a menos que estos sean otras entidades que se benefician de dicha corrupción y que prestan a sabiendas de que el gobierno no tiene como pagar. En muchos casos la deuda fue tomada para ser robada por quienes la solicitaron pomposamente, para decir que estaban haciendo algo o para inaugurar obras que no tenían ninguna utilidad práctica. Los funcionarios públicos o gobernantes que la contrataron pensaron, que como se la pagaba después de que dejaran el poder, no era problema de ellos, si no del siguiente funcionario electo.
No solo Hispanoamérica se endeudó infinitamente con los ingleses para la independencia, también lo hizo Estados Unidos, con sus ciudadanos, pues precisamente los ingleses los gobernaban y no les iban a prestar el dinero. Las colonias rebeldes entonces emitieron títulos de deuda, los continentales, que terminaron valiendo poco o nada, causando un grave perjuicio para quienes prestaron el dinero. Los franceses fueron otro de los malvados acreedores, hay quien dice que la revolución francesa estalló por la insolvencia que trajo al estado francés, el prestar al naciente gobierno de Estados Unidos. Como se puede ver, no solo salieron perjudicados los deudores, si no también los acreedores, que prestaron hasta quebrar y abrir las puertas a la cruenta revolución francesa.
La diferencia clave fue que Estados Unidos, sumamente endeudada, con bonos insolventes, los continentales, manejó sus finanzas de manera mucho más prudente. En la convención constituyente de 1787 se prohibió que los estados pudieran emitir deuda, y en mi opinión dicha reforma debería de haber sido extendido a toda institución de gobierno, les permitió lograr en poco tiempo, pagar la deuda de los continentals y otras obligaciones pendientes. Hicieron de su moneda una de las más sólidas que se terminó reemplazando al famoso real de a ocho español que circulaba en el siglo XVIII. Tal como el dólar americano en estos tiempos, circulaba por todo el mundo, a lugares tan lejanos como China, a pesar de que hace 300 años, este país estaba a seis meses de distancia en barco, a través del famoso Galeón de Manila español, no como ahora, a solo un vuelo de 12 o 15 horas en promedio.
Hubieron otras razones de prudencia fiscal, además de estas prohibiciones a emitir deuda por parte de los estados, entre otros Alexander Hamilton, primer secretario del tesoro. Este personaje, reorganizó las finanzas y enrumbó al país a una sólida posición financiera, fruto de manejo prudente y no como cuenta la leyenda de préstamos malvados o de robarse el oro (tema para otro comentario) y quien sabe que otra escusa fácil de este relato victimista. El manejo financiero prudente de las finanzas públicas le permitió a Estados Unidos entrar a la revolución industrial y superar con creces los niveles de desarrollo urbano y económico de Hispanoamérica, previos a la Independencia. No hay que olvidar que, Hispanoamérica era en aquella época, más desarrollada y avanzada en su independencia y con mucha más infraestructura urbana, que éstas colonias inglesas que eran pobrísimas en sus comienzos y estaban limitadas a la costa este de aquella región y al oeste limitaba con las colonias francesas o pueblos indígenas. Las colonias de Norte America no se hicieron ricas por que explotaron a otras colonias ricas o fueran ricas desde un comienzo, al contrario fueron prudentes y más orientadas al comercio y la industria que los ricos y fabulosos ex-virreinatos americanos, que tenían todo para ser el futuro del mundo en aquella época, sin embargo malgastaron la herencia recibida y se enfrascaron en guerras civiles, caudillos, cuartelazos y manejo imprudente y desordenado de las finanzas públicas. ¿Visto así, es posible seguir creyendo en este relato de ser victimas de nuestros malvados enemigos y no responsables de nuestro subdesarrollo y falta de florecimiento humano?
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