El apostolado del nacimiento
¿Aquí está Belén? ¿Ese es el burrito que llevó a María a Belén? ¿Puedo mover las tortuguitas? ¡Mirá, una señora con su gallina! ¿Por qué está vacía la iglesia? Parados frente al nacimiento, mis nietos señalan y tocan todo. Lanzan preguntas que intento responder rápidamente. Estos curiosos niños representan a una nueva generación que crecerá amando los nacimientos, tanto como la mayoría de guatemaltecos.
Es una tradición entrañable. Algunas familias dedican habitaciones completas a sus obras de arte. Hacemos una excursión anual al mercado para comprar personajes nuevos, así como musgo, aserrín, piedrín, guirnaldas de manzanilla, gallitos y luces. Entre montañas, ríos y lagos, caminos, viviendas y aldeas, figuras humanas cultivan, venden, cantan y bailan, y conviven con animalitos domésticos y salvajes. Corona la composición, por supuesto, la gruta o el ranchito en el que José y María, y el buey y la mula, contemplan al Niño Jesús. No faltan los pastores y sus ovejas adorando al Mesías, ni los tres reyes magos guiados por la estrella, ansiosos de conocer a la Sagrada Familia.
Los franciscanos trajeron los pesebres a Guatemala, en 1524. Siglos antes, el fundador de dicha orden, San Francisco de Asís, organizó en Greccio, Italia, en 1223, la primera representación del nacimiento de Jesús con personajes vivos. Luego, la costumbre se extendió por Europa y América. En cada sitio se incorporan elementos locales, pero el propósito ha sido siempre manifestar la cercanía de Dios y hacer tangible el misterio de la Encarnación.
Pensemos en los nacimientos como teología en miniatura. Cada figura evoca pasajes del Evangelio. Inclinada sobre su Hijo, María nos modela la fe y nos enseña a “guardar todo en nuestros corazones”. De pie ante su esposa e hijo, José encarna la obediencia silenciosa. Es fiel. Protege. Rehuye el protagonismo. El Niño, envuelto en pañales, luce frágil y humilde, pero es verdadero Hombre y verdadero Dios. Nos trae la salvación. Los ángeles anuncian a todos sin distincción—pastores, reyes y tamborilero—que “nos ha nacido un salvador”. (Lucas, 2:11) Hasta los animales recuerdan que la creación entera espera la redención.
Al ver un nacimiento, nos detenemos. Contemplamos. Aunque sea por unos minutos, apreciamos el trabajo de quienes lo elaboraron, y nos metemos en escena. En el mejor de los casos, nos apostamos al lado del pesebre para rezar, y buscamos inspiración en las pequeñas figuras. ¿Qué habría hecho yo si fuera un pastor y se me aparece una hueste de ángeles? ¿Habría dado posada a José y María? ¿Qué Dios es éste que adoramos, que se hizo Hombre por amor a nosotros, y se hizo pequeño, para que no temiéramos acercarnos a Él con la confianza de los niños pequeños?
Para Benedicto XVI, el belén es la tradición navideña más hermosa. “En ese Niño se manifiesta el Dios-Amor: Dios viene sin armas, sin la fuerza, porque no pretende conquistar, por decir así, desde fuera, sino que quiere más bien ser acogido libremente por el hombre,” afirmó el pontífice en una audiencia general el 23 de diciembre de 2009. “Quien no ha entendido el misterio de la Navidad, no ha entendido el elemento decisivo de la existencia cristiana, “ agregó.
Aprovechemos los próximos ocho días para dedicarle una bella oración al Niño en el pesebre: “Oh Dios todopoderoso, que tanto amaste al mundo que nos has entregado a tu único Hijo Jesús,/ nacido de Santa María Virgen para redimirnos y llevarnos de nuevo a ti./ Te pedimos que con tu presencia en nuestro hogar en el pesebre,/ nos ayudes a celebrar la Navidad con alegría y a verte en todos los que necesitan nuestro amor.”
La autora estudió Ciencias políticas y Economía en Dartmouth College, en New Hampshire y Obtuvo una maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C. EE. UU.. Es profesora universitaria de análisis económico de la política, desarrollo económico e historia; miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales(CEES) y de la Asociación Familia, Desarrollo y Población (FADEP); y de la Sociedad Mont Pelerin.
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