La economía del conocimiento de Mokyr aplicada a la teoría económica
No todos los años tenemos la fortuna de que el premio Nobel de economía se lo den a un economista de verdad, pero este 2025 ha sido uno de ellos. El trabajo de Joel Mokyr es digno de tal reconocimiento, pues gracias a sus modelos somos capaces de comprender mejor los fenómenos económicos en un ámbito tan importante y de actualidad como es la innovación.
El modelo propuesto por Mokyr es un modelo cualitativo: al igual que en los modelos praxeológicos, no aparecen fórmulas matemáticas, únicamente relaciones lógicas. Ya sabemos que las matemáticas en economía parecen aportar rigor, cuando en realidad lo que hacen es eliminar aspectos fundamentales de la economía que resisten su utilización. En este sentido, Mokyr habla en términos de costes y beneficios, y se refiere expresamente a los costes relacionados con el conocimiento, algo ajeno al economista mainstream y sus modelos con información perfecta.
Mokyr identifica los costes de crear conocimiento, los costes de almacenarlo o distribuirlo, y los costes de incrementar su “solidez” (traduzco así “tightness”, que es el término utilizado por Mokyr). El conocimiento útil es tanto más sólido cuanto más fiable y distribuido está. Y, lógicamente, cuanto más sólido es el conocimiento, más valor tiene. Así, llegamos a la típica dicotomía coste-valor, que nos permite analizar en qué condiciones se tenderá a crear conocimiento, se perderá el mismo o se incrementará su solidez. ¿Cuesta mucho o poco hacer el conocimiento más sólido? ¿Justifica el valor de dicha solidez adicional el coste de obtenerla? Pero, en el fondo, nada de esto es original, y es lo mismo que aplica a cualquier bien económico, cada uno con sus particularidades.
Como cualquier persona con un mínimo de sentido común aceptaría (aunque no muchos economistas si miramos a sus modelos de bienes homogéneos), el conocimiento es heterogéneo. La verdadera aportación original de Mokyr consiste en establecer dos categorías para el conocimiento útil, de entre todas las posibles, categorización que muestra un potencial explicativo brutal cuando el autor las utilizar para explicar fenómenos históricos como la Revolución Industrial o la aparición de las factorías, entre otros muchos.
Dichas categorías son el conocimiento epistemológico (Omega) y el conocimiento prescriptivo o aplicado (Lambda). El primero es el conocimiento básico, la explicación de los fenómenos que observamos. El segundo es la aplicación de dichos conocimientos básicos a la solución de problemas. Mucha gente equipararía el primero con la ciencia, y el segundo con la tecnología, pero Mokyr es muy cuidadoso en afirmar que el conocimiento epistemológico no tiene porque ser científico, como ha ocurrido durante la mayor parte de la historia de la humanidad. Los prehistóricos podían controlar el fuego sin conocimientos científicos sobre el mismo, aunque tendrían sus creencias míticas sobre el origen del fuego. Es de suponer que el conocimiento aplicado no dimanaría de dichas creencias, al menos en las sociedades que sobrevivieron.
Una vez establecidas estas dos categorías, Mokyr constata que los costes de crear e incrementar la solidez de ambos conocimientos están interrelacionados. A mayor solidez del conocimiento epistemológico, será menos costosa la creación de conocimiento aplicado, por ejemplo. Y en el sentido contrario, si se tiene un conocimiento aplicado más sólido (por ejemplo, por la experiencia continuada en su uso), se rebajan los costes de elaborar conocimiento epistemológico.
Con este modelo de análisis, es fácil entender el gran impacto que tuvo sobre el conocimiento la invención del método científico (que no deja de ser un conocimiento aplicado, no epistemológico). En efecto, gracias a dicho método, se incrementó enormemente la solidez del conocimiento epistemológico, lo que tuve espectaculares repercusiones en el abaratamiento de la creación y solidez del conocimiento aplicado.
Sin el método científico, la construcción de cúpulas como de la Santa Sofía era un verdadero arte, con el que solo se atrevían los genios de la época. Dicha construcción solo se podía basar en la experiencia previa del arquitecto, y con frecuencia se perdía cuando aquel dejaba de practicar. Además, las mismas técnicas que se estaban aplicando podrían usarse para resolver problemas con la misma base epistemológica, pero nadie era consciente de ello, por carecerse de dicha base o ser errónea.
Lo que se desprende de lo dicho es que la solidez del conocimiento epistemológico es fundamental para facilitar la consecución de conocimientos aplicados sólidos. Sin dicha base, los conocimientos aplicados son palos de ciego construidos sobre experiencias personales, con pocas posibilidades de expandirse y extrapolarse.
Mokyr desarrolla este modelo para lo que denomina “conocimiento útil”, y que es aquel que nos permite dominar a la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades. Con esta definición, queda excluido de su modelo lo que los austriacos llamamos conocimiento empresarial, relacionado con el descubrimiento de dichas necesidades. Y tampoco se incluye el conocimiento social o filosófico, en particular la teoría económica.
Contrariamente al premio Nobel, yo sí que creo que la teoría económica es conocimiento útil tal como lo define Mokyr, y consecuentemente entiendo que su modelo de economía del conocimiento también le es aplicable.
Y lo que observamos en el desarrollo de la teoría económica es que la mayor parte de la academia se dedica a la definición de modelos ad-hoc tratando de explicar casos particulares. Dichos modelos raramente son extrapolables más allá del caso estilizado, pese a las ambiciones y afirmaciones de sus creadores, que se apresuran a hacer recomendaciones con tan endebles bases. Ni siquiera son conciliables con los modelos de otros economistas, aunque traten de explicar la misma situación. Para el economista mainstream esto es hacer teoría económica: léase quien tenga dudas “Economic Rules” de Dani Rodrick.
En esencia, tenemos un conocimiento aplicado consistente en montones de modelos, entre los que el economista sagaz habrá de elegir el más adecuado a la situación a analizar. Y si ninguno vale, como suele ser el caso, pues se hace uno nuevo, lo que equivale a decir que todo el conocimiento aplicado de teoría económica es inútil. La situación es muy parecida a la que he descrito antes para la cúpula de Santa Sofia.
Lo que revela que el mainstream carece de conocimiento epistemológico para su teoría económica. El ya citado Rodrick no tiene empacho en declarar que en la teoría económica no hay grandes teorías unificadas, que la única forma de avanzar es a base de nuevos modelos.
Aquí es donde quería llegar, por supuesto. Mokyr nos muestra la decisiva importancia que tiene la base epistemológica para el desarrollo de conocimiento aplicado sólido. Y cuando miramos a los economistas, nos los encontramos declarando que la teoría económica no necesita base epistemológica. Así va esta ciencia claro.
Por suerte, se equivocan los economistas mainstream, también en esto como en tantas cosas. Por supuesto que hay base epistemológica, aunque ellos no la acepten, y se puede identificar con la teoría económica austriaca y la praxeología. De hecho, la praxeología es la lente con la que hay que mirar los modelos que elaboran los economistas para ver si son útiles o no, y también es la praxeología la guía que te permitirá ver por qué el modelo es o no aplicable a una situación y qué cambiar en él para que lo sea si no lo es.
Cuantos más economistas acepten que el modelo de conocimiento de Mokyr también es válido para su ciencia, más y mejor progresará la misma. ¿No llegó la Revolución Industrial cuando se empezó a usar el método científico para el conocimiento epistemológico? A ver si algún día llega la Revolución Económica y se acaba la demagogia política en todas las decisiones económicas.
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