¿Qué gana Trump con su injerencia en América Latina?
El presidente norteamericano, Donald Trump, arrancó el año prometiendo ocupar el Canal de Panamá, tomar el control de Groenlandia y rebautizar el Golfo de México como “Golfo de Estados Unidos”.
Y está terminando el año bombardeando embarcaciones sudamericanas, desplegando el portaaviones más grande del mundo en el mar Caribe y evaluando opciones militares contra el líder autocrático de Venezuela.
En un giro drástico de la política exterior norteamericana de las últimas décadas, el hemisferio occidental se ha convertido en el principal escenario de operaciones de Estados Unidos en el extranjero.
Además de las amenazas y las acciones militares, este año la Casa Blanca ha aplicado aranceles punitivos, severas sanciones comerciales, campañas de presión y rescates económicos en todo el continente americano.
Trump ha dicho que su propósito es impedir la entrada de drogas y migrantes ilegales a Estados Unidos. Sin embargo, en otras ocasiones los altos funcionarios de su gobierno han dejado claro que su objetivo primordial es reafirmar la hegemonía norteamericana sobre su mitad del planeta.
El presidente “considera que este es el barrio en el que vivimos”, aseguró Mauricio Claver-Carone, quien fue el enviado especial de Trump para América Latina hasta junio y hoy sigue asesorando a la Casa Blanca. “Y no se puede ser la principal potencia mundial sin ser la principal potencia regional”.
Estados Unidos lleva mucho tiempo intentando inclinar la balanza en América Latina, donde ha apoyado golpes militares, realizado operaciones encubiertas e invadido Panamá.
Esa política exterior de Estados Unidos usualmente estuvo ligada a cuestiones ideológicas. Durante la Guerra Fría, intentó defender el capitalismo, incluso a costa de apoyar a varios dictadores latinoamericanos.
En las últimas décadas, con el foco puesto en las guerras y competencias en el otro hemisferio, la relación con América Latina se centró en la democracia y el libre comercio.
El enfoque Trump parece puramente pragmático, entonces, ¿qué gana Estados Unidos con esto?
Un mayor control del hemisferio, y en particular de América Latina, promete enormes beneficios para Estados Unidos: lo que hay en juego son abundantes recursos naturales, estratégicas posiciones de seguridad y lucrativos mercados para los productos norteamericanos.
Respaldado por un equipo de halcones con una larga trayectoria en América Latina, entre los que destaca Marco Rubio, su Secretario de Estado, el presidente Trump está reformulando la política de Estados Unidos hacia la región para intentar alzarse con esos beneficios.
Nuevo panorama
El resultado ha sido una reconfiguración del panorama político en todo el continente americano, muchos de cuyos líderes se han adaptado para alinearse con Trump —obteniendo a cambio importantes beneficios— o se han jugado el todo por el todo para desafiarlo.
A esa nueva estrategia norteamericana muchos observadores han empezado a llamar “Doctrina Donroe” —un término que apareció en enero en la tapa de The New York Post—, una reinterpretación trumpista de la “Doctrina Monroe” del siglo XIX.
En 1823, el presidente norteamericano James Monroe se propuso impedir la injerencia de las potencias europeas en el hemisferio occidental.
En 2025, la potencia rival es China, que durante las últimas décadas ha acumulado un enorme poder político y económico en América Latina.
Algunos analistas de política exterior creen que Trump pretende dividirse el mundo con China y Rusia según sus esferas de influencia. En los últimos meses, altos funcionarios de la Casa Blanca han explicado su estrategia en esos términos.
El ejemplo más reciente se dio el jueves, cuando el secretario de Defensa, Pete Hegseth, escribió: “El hemisferio occidental es el barrio donde está Estados Unidos, y lo vamos a proteger”.
Para un presidente que creció en Nueva York, donde el poder se lo disputan los empresarios, los políticos y los capos de la mafia, controlar una región es de puro sentido común, según afirman exfuncionarios y analistas.
“La idea traduce esa visión neoyorquina tan particular a una visión global”, señala John Feeley, exembajador de Estados Unidos en Panamá. “Y en el contexto actual, el continente americano es su esfera de influencia”.
¿Cómo asegurarse entonces la alianza de ese bloque?
La Casa Blanca ha cancelado muchos de los programas de ayuda pensados para fomentar la influencia y la buena voluntad hacia Estados Unidos en América Latina.
En cambio, la estrategia de Trump parece estar centrada en formar una lista de aliados regionales, o al menos de gobiernos complacientes. En consecuencia, ha premiado a los líderes que se allanan a sus exigencias y castigado a los que no.
Javier Milei, el presidente de la Argentina, por ejemplo, hizo campaña con el lema “Hacer grande a Argentina otra vez” y cuestionó la derrota electoral de Trump en 2020.
Y el mes pasado, cuando el gobierno de Milei se tambaleaba al borde de una crisis económica, el gobierno de Trump apareció con un rescate de 20.000 millones de dólares y en las elecciones de medio término, que se celebraban días después, el partido de Milei obtuvo una victoria aplastante.
Al día siguiente, Trump se atribuyó el mérito. “Estamos tomando el control de América del Sur”, declaró ante la prensa. El jueves, Trump y Milei anunciaron el marco de un acuerdo comercial que le otorgaría a Estados Unidos un mayor acceso a los minerales críticos que tiene la Argentina.
En El Salvador, el presidente Nayib Bukele aceptó acoger en la prisión de máxima seguridad de su país a más de 200 venezolanos deportados de Estados Unidos que ningún otro país quería recibir.
Trump rápidamente salió a elogiar a Bukele ante las cámaras en el Salón Oval y le dio un impulso crucial a la industria turística de El Salvador: ordenó que el Departamento de Estado levante su alerta de viajes para ese país.
Bukele, quien ha manejado personalmente una amplia campaña de represión del delito en su país, también consiguió otro objetivo: la devolución de los líderes de la pandilla MS-13 que se encontraban bajo custodia en Estados Unidos. Previamente, funcionarios norteamericanos habían encontrado evidencia de negociaciones secretas entre el gobierno de Bukele y los líderes de la pandilla; el presidente salvadoreño ha negado tener un pacto con ellos.
Para muchos, seguir las directrices de Trump ha sido una estrategia ganadora.
La semana pasada, El Salvador, Ecuador y Guatemala firmaron nuevos acuerdos comerciales con Estados Unidos, y Panamá logró frenar las amenazas de Trump. Una relación positiva con Washington ayudó a algunos líderes latinoamericanos a mantenerse entre los más populares de la región, y gracias a lo mismo parecen estar en ascenso las figuras de la derecha.
El mes pasado, Bolivia le puso fin a dos décadas de gobiernos izquierdistas, un resultado electoral que la Casa Blanca celebró.
Chile parece estar a punto de elegir a un presidente de derecha que ha manifestado su apoyo a Trump.
Y los funcionarios del gobierno de Trump quisieron mostrar su apoyo a un destacado candidato a la presidencia de Perú —un alcalde de derecha conocido como Porky—, justo cuando el candidato le rindió homenaje a Charlie Kirk, el activista conservador norteamericano asesinado en septiembre.
Garrote
Por otro lado, quienes no cooperaron fueron sufriendo las consecuencias.
La Casa Blanca se abocó a castigar a los tres gobiernos autocráticos de izquierda de América Latina: amenaza de aranceles del 100% a las importaciones nicaragüenses, más aislamiento para Cuba y una intensa campaña de presión sobre Venezuela.
La Casa Blanca ha calificado de “fugitivo” al líder autoritario de Venezuela, Nicolás Maduro, y ha ofrecido una recompensa de 50 millones de dólares por su captura. Y en las últimas semanas Trump estuvo evaluando realizar ataques terrestres y el uso de fuerzas de Operaciones Especiales en la zona.
Al mismo tiempo, el ejército norteamericano ha desplegado la mayor presencia militar en el hemisferio en décadas, con más de 15.000 soldados.
La semana pasada, la Armada de Estados Unidos movilizó su portaaviones más grande hasta una distancia que le permitiría atacar Venezuela. Desde septiembre, el ejército norteamericano ha llevado a cabo 21 ataques contra lanchas rápidas que, según afirma, transportaban drogas, causando la muerte de 83 personas, aunque sin presentar pruebas de que las embarcaciones efectivamente estuvieran traficando drogas.
Esa misma campaña, sumamente inusual y que ha generado preocupación sobre su legalidad en el Congreso norteamericano y otros ámbitos, también se ha utilizado para presionar a otros países.
En Colombia, por ejemplo, el presidente Gustavo Petro se ha convertido en uno de los críticos más destacados de Trump, y también en uno de sus blancos preferidos.
Después de que Petro, de ideología izquierdista, criticara los ataques contra las lanchas, Estados Unidos suspendió la ayuda a ese país y el ejército norteamericano atacó una embarcación procedente de Colombia.
Posteriormente, el Departamento del Tesoro impuso sanciones a Petro, acusándolo de narcotraficante. La popularidad de Petro cayó en picada y los analistas creen que en las elecciones del próximo año Colombia podría inclinarse hacia la derecha.
Una muestra evidente del impacto de Trump es que este mes, y por primera vez en sus 31 años de historia fue abruptamente cancelada la Cumbre de las Américas, el principal foro diplomático del hemisferio.
Pero la verdadera prueba de fuego de la estrategia de Trump es el caso de Brasil. En julio, se despachó con aranceles del 50% para todos los productos de ese país y con sanciones contra jueces y funcionarios brasileros para intentar frenar el juicio y condena del expresidente Jair Bolsonaro, aliado de Trump.
El actual presidente Lula da Silva salió rápidamente a criticar a Trump y sus niveles de aprobación en las encuestas se dispararon. Luego la Justicia brasilera encontró culpable a Bolsonaro de intentar montar un golpe de Estado y lo condenó a 27 años de prisión.
Semanas después, Trump cambió abruptamente de postura: se reunió personalmente con Lula, dijo que le caía bien, y ahora ambos países están negociando para poner fin a los aranceles.
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