A 36 años de la caída del Muro de Berlín
El pasado domingo, 9 de noviembre, quienes amamos la libertad celebramos 36 años de la caída del Muro de Berlín, al que llamamos el “muro de la vergüenza”. Es una fecha para celebrar y así recordar la capacidad del ser humano para destruir y crear las más horribles y miserables atrocidades contra pueblos enteros.
Cuando se celebraron los 20 años de la caída del muro, tuve la oportunidad de caminar días antes por diferentes partes de la ciudad de Berlín. Todo era alegría y la gente se preparaba para un gran concierto de Bono y otros artistas frente a la Puerta de Brandeburgo. Pienso que todos los años se debe celebrar con esa gran alegría, pues, como escribí en aquel entonces en Siglo XXI, el 11 de noviembre de 2009 (“A 20 años de la caída del ‘Muro de la Vergüenza’”), “el muro representaba lo peor que hay dentro del ser humano: la intolerancia en todo sentido; el irrespeto a la vida, a la propiedad y a la libertad; la destrucción de las familias; el rechazo al derecho de cada quien a seguir su propia religión y el continuo acoso a las diferentes iglesias; la censura continua a todo nivel; el engaño y la mentira a favor de los gobernantes; la explotación por unos pocos dirigentes políticos hacia el resto de la población; el sometimiento del ser humano al control del estado; la utopía de querer cambiar la forma natural de las personas por una ideal que unos pocos iluminados consideraban mejor para sus propios fines; la arrogancia de aquellos dirigentes estatales que se consideraban ‘superiores y omnipotentes’, y que sometían a la más cruel esclavitud al resto de los ciudadanos, así como el uso de la fuerza contra cualquiera que se rebelara contra la imposición del régimen dictatorial y comunista”.
Celebrar la caída del muro es celebrar la libertad y el respeto al proyecto de vida de cada persona. El muro se construyó en 1961 para que los berlineses del Este, o de la República Democrática Alemana (RDA), no pudieran salir hacia Berlín del Oeste, o la República Federal Alemana (RFA). Este muro les costó la vida a entre 136 y 262 personas, según diferentes fuentes, y alrededor de cinco mil personas lograron escapar a través del mismo.
Celebrar la caída y derribamiento de este muro el 9 de noviembre de 1989 es celebrar la vida, la libertad y la propiedad. Es recordar el fin de la Guerra Fría; el capitalismo venció al comunismo por su mayor eficiencia económica, pero principalmente por su superioridad moral basada en la libertad de las personas. Lamentablemente, hoy en día quedan aún muchos muros por derribar, ya que existen países donde el pueblo es esclavo de sus dirigentes y debe obedecer a base de fuerza y terror lo que se les impone.
En Latinoamérica tenemos tres países cuyos regímenes autoritarios restringen los derechos individuales a la vida, la libertad y la propiedad; reprimen a sus opositores y crean crisis humanitarias que se vuelven permanentes. Estos son Venezuela, Cuba y Nicaragua. El muro que rodea a Cuba es un mar infestado de tiburones y, aun así, muchos se han arriesgado a salir en cualquier cosa que flote, con tal de llegar a Estados Unidos en busca de su libertad. Otros han muerto en el camino. No hablemos de todos aquellos que se han opuesto y criticado al régimen en estos tres países, quienes lo han pagado con torturas y cárcel en el mejor de los casos.
Celebro cada 9 de noviembre con alegría, porque es un día para recordar ese gran tesoro que tenemos: la libertad. La libertad no es gratis; hay que vigilarla constantemente porque la podemos perder si nos descuidamos.
El autor es empresario, catedrático universitario y director del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES).
- 7 de noviembre, 2012
- 14 de enero, 2013
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- 23 de junio, 2013
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