Esta vez no es diferente
“Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, decía el filósofo norteamericano George Santayana. Esta maldición es una constante en la Argentina, donde parece que somos actores de reparto de una remake vernácula de la película “El día de la Marmota”. La perspectiva histórica de los dirigentes políticos y de los ministros de Economía se remonta a lo sumo hasta la crisis más reciente (es decir no más de cinco a siete años). Todas las previas, y son muchas, se pierden en el “agujero de la memoria”. El presentismo voluntarista y el desprecio por la historia impiden que la experiencia se transforme en enseñanza. Este grave problema se agudiza cuando los economistas pensionados en el penthouse de la torre de marfil insisten con “soluciones” sacadas de libros de texto y modelos abstractos que nada tienen que ver con la realidad argentina. Repiten ad nauseam la gansada de “¿si Chile, Perú y Uruguay pudieron, por qué nosotros no?”. Como si estuviéramos donde estamos por casualidad. No hay que confundir casualidad con causalidad.
Estamos donde estamos no por casualidad sino porque vivimos desde hace décadas bajo un régimen institucional-económico corporativista capturado por grupos de interés que le sacan gran provecho a costa del ciudadano común y que, habiendo reclutado al sistema político como protector, han generado mecanismos de autodefensa que aseguran su supervivencia. Quedamos entrampados en la farsa del populismo que se repite como tragedia. Para escapar de esta trampa que nos condena a la decadencia se necesita mucho más que voluntarismo y discursos grandilocuentes. No se puede cambiar un régimen como el que nos legó el populismo corporativista en veinte meses de gobierno sin erradicar dos bases fundamentales sobre las que se sustenta: la emisión monetaria y la devaluación del peso. Con estas dos armas evita su implosión en momentos de crisis pero nos condena a la estanflación.
En 2023 argumenté en varios artículos (por ejemplo, aquí, aquí y aquí ) y entrevistas que, teniendo en cuenta que el calendario electoral es muy corto (a lo sumo 18 meses), lo primero que debía hacer el gobierno entrante era una reforma monetaria creíble, que es la “madre” de todas las reformas. Mientras persistiera la incertidumbre respecto al valor del peso, cualquier otra reforma estructural (desregulación, apertura, privatización, etc.) no rendiría plenamente sus frutos por obvias razones. Dada la historia argentina, la única manera de eliminar la incertidumbre monetaria era con una dolarización oficial o de jure (la de facto ya la tenemos desde hace décadas). Esta opción era viable en el plano político, jurídico y financiero.
Consideraba entonces y ahora, que, sin ella, sería difícil llegar a este punto en la campaña electoral con suficiente capital político para ganar holgadamente las elecciones de medio término. Y sin un triunfo en estas elecciones, el gobierno quedaría muy debilitado durante el resto de su mandato y frente a las elecciones de 2027. En tal escenario todas las reformas realizadas podrían ser fácil y rápidamente revertidas por el próximo gobierno peronista como ocurrió a partir del 10 de diciembre de 2020.
Obviamente era imposible prever qué escándalo o qué errores no forzados debilitarían al gobierno en esta etapa de la campaña electoral, pero los errores son inevitables (especialmente cuando prima el amateurismo) y además era evidente que el peronismo recurriría a todos los trucos y artimañas del manual para lograr aquel objetivo.
El gobierno tuvo todo el 2024 para dolarizar, pero no lo hizo por falta de convicción. Las dudas acerca de la viabilidad de una dolarización fueron reforzadas en parte por la opinión de un hedge fund manager neoyorquino quien durante una breve visita a Buenos Aires a fines de 2023 convenció al presidente de que no sólo era imposible sino también inconveniente (recomendación que estaba alineada con sus propios intereses; nada mejor para un trader que la volatilidad permanente de los bonos argentinos y los defaults recurrentes con sus posteriores restructuraciones). Sea cual haya sido la razón por la cual el presidente abandonó su principal promesa de campaña, la idea de la imposibilidad de una dolarización sin una “montaña de dólares” quedó firmemente instalada en el gobierno, a pesar de que no tiene sustento teórico o empírico. Los econolobbistas de los bancos, enemigos declarados de la dolarización, contribuyeron a difundirla en los medios como si fuera un dogma.
Los miembros del equipo económico confiaron en que con su programa de “tres anclas” sacarían a flote la economía argentina. Desde su perspectiva, la dolarización era una quimera para delirantes. Optaron por un crawling peg con una política de intervención en el mercado cambiario y financiero tan massista como la de Massa, cuyos resultados, para quienquiera que estuviera algo familiarizado con la historia económica argentina del último medio siglo, eran cantados. Hay que reconocer que lograron salir hábilmente de este régimen cambiario inviable sin provocar una crisis y sin tener que renunciar. Era el momento para dolarizar. La oportunidad ideal para hacerlo fue en abril cuando Milei parecía invencible y Scott Bessent visitó la Argentina para manifestar explícitamente el apoyo de la administración Trump a sus políticas.
Dato histórico: en enero de 1991 hubo una fuerte corrida y reapareció el fantasma de la híperinflación. Menem hizo un enroque en su gabinete y reemplazó a Erman González por Cavallo, que el 31 de marzo de 1991 anunció la Convertibilidad. En las elecciones de octubre el PJ menemista ganó 44% de los votos. Una alianza con la UCEDE y otros partidos provinciales le aseguró al gobierno una mayoría en el Congreso. Comenzó a partir de entonces el programa de reformas estructurales más importante de la historia argentina moderna.
Si el gobierno consigue un resultado mínimamente favorable en octubre, Milei todavía tendrá margen para dolarizar y salvar su presidencia (poderosa razón para votarlo). Tiene a favor el probable apoyo de Estados Unidos, que considera su moneda como un arma poderosa en su guerra fría con China y tiene interés en expandir globalmente su uso. Y si no contara con ese apoyo debería trabajar activamente para conseguirlo y demostrarle al FMI y al mercado que sólo dolarizando, la Argentina podrá pagar su deuda externa y evitar que cuando el populismo vuelva al poder nos lleve nuevamente por el mal camino. Si el gobierno insiste con las recetas que nunca funcionaron o se deja seducir por la fantasía de la flotación, conseguirá los mismos resultados que en el pasado y los argentinos seguiremos bailando al ritmo caribeño: un pasito pa’adelante, dos pasitos pa’atrás.
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