Simulacro e hiperrealidad en la ONU
Del discurso que el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, pronunció en la 80ª sesión de la Asamblea General de la ONU, se puede opinar muchas cosas. Sin embargo, hay algo que dijo que es una gran verdad, por más que moleste a los adherentes de lo “políticamente correcto”: la ONU, a pesar del inmenso dinero volcado en ella y de su descomunal burocracia exorbitantemente bien paga, no ha cumplido con el loable objetivo por el cual fue creada, que fue evitar las guerras. No da la sensación de que haya sido eficaz en prevenirlas, dado que los conflictos bélicos abundan por doquier y ni siquiera fue capaz de frenar a la Rusia de Vladímir Putin cuando invadió Ucrania, por el simple deseo de recrear a la extinta Unión Soviética.
El Cercano Oriente es un polvorín y negros nubarrones se ciernen sobre Europa, un conflicto bélico capaz de tornarse en cualquier momento en una Tercera Guerra Mundial. Entonces, parafraseando a Trump, ¿cuál es el propósito de las Naciones Unidas?
En los papeles se expresa que es mantener la paz y la seguridad internacionales, y fomentar las relaciones de amistad entre las naciones. Sin embargo, y una vez más debemos darle la razón a Trump, esas no son más que “palabras vacías y las palabras vacías no resuelven la guerra. Lo único que resuelve la guerra y las guerras es la acción”.
La relevancia de la postura de Trump reside, en que ser sinceros es el primer paso para superar un problema. Es el punto de partida básico para emprender el camino de la recuperación, tal como saben todos aquellos que sufren adicciones.
Sin embargo, lo sucedido en la reciente sesión de la Asamblea General, demuestra la hipocresía que reina allí. Realmente, si hubo algo que brilló por su ausencia, fue el “fomento de las relaciones de amistad entre las naciones” y la búsqueda de los modos más idóneos para que reine “la paz y la seguridad internacional”. Por el contrario, se constató que en ese ámbito predomina el simulacro y la hiperrealidad.
Jean Baudrillard acuñó los conceptos “simulacro” e “hiperrealidad” para hacer referencia, a “la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad”. Se trata de hacer coincidir lo real con sus modelos de simulación. Opera la simulación cuando se liquidan los referentes, cuando se suplanta lo real por los signos de lo real, es decir, por imágenes y narrativas que sustituyen a la realidad misma, originando una hiperrealidad. En esa falsificación de la verdad los medios de comunicación masivos juegan un rol relevante.
Y eso es algo que quedó patente por las palabras y las acciones de muchos líderes políticos que asistieron como representantes de sus países a la Asamblea de la ONU.
Los dos conflictos bélicos que en estos momentos acaparan la atención mundial son los de Rusia-Ucrania y Hamás-Israel. Si bien es cierto que en cualquier guerra siempre es difícil distinguir la verdad de la mentira, ya que los dos bandos enfrentados tratarán de captar la simpatía de la opinión pública internacional, hay algunos “pequeños” detalles que son objetivos: Rusia invadió Ucrania sin justificativo alguno, arrasando las normas que supuestamente la ONU debería garantizar; en cambio, Israel reaccionó a la acción terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023, cuando fueron brutalmente asesinadas unas 1.200 personas y aproximadamente 250 fueron tomadas como rehenes. En el primer caso, el motor de la acción fueron las ambiciones imperialistas de Putin; en el segundo, el deseo de Hamás de impedir el acuerdo en vías de concreción entre Arabia Saudita e Israel, para contener al mencionado grupo militante, arrestando y extraditando a sus miembros residentes en el reino saudí. Además, Riad insinuó que podría normalizar sus relaciones con Tel Aviv y así contribuir a fortalecer una paz permanente en la región, cosa que a Hamás no le interesaba. En el primer caso, sin previo aviso, Rusia utilizó la fuerza contra la integridad territorial y la independencia política de Ucrania; el gabinete israelí en cambio, antes de atacar, declaró formalmente la guerra a Hamás.
En su discurso en la ONU el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, aseguró que Israel está utilizando el hambre de los palestinos como “arma de guerra”. Esa visión es compartida acríticamente por gran parte de la comunidad internacional. Ante esa posición, teatralmente y de modo coordinado con antelación, numerosos participantes abandonaron la sala cuando Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, se disponía a tomar la palabra.
Ante esa reacción, hay varias cuestiones que no es lícito soslayar. Primero, que si bien tras el ataque de Hamás, el gobierno israelí suspendió casi por completo el suministro de electricidad, alimentos, agua y combustible a Gaza, también es cierto que, antes del conflicto, los habitantes de Gaza bajo el gobierno de Hamás, ya se encontraban en una situación económica y humanitaria crítica. Es algo que debe ser tenido en cuenta al evaluar, sin hipocresías, la situación.
La segunda es, que Israel se vio forzado a vigilar de cerca la ayuda humanitaria internacional, debido a que descubrió, que muchos de la empleados de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), eran miembros de Hamás y/o participaron en el ataque del 7 de octubre de 2023. En consecuencia, le quitó a la UNRWA, muy justificadamente en nuestra opinión, la autorización para operar en Gaza.
Por tanto, el informe de la ONU emitido por la Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre los territorios palestinos ocupados, en el cual se calificó de genocidio lo que está pasando allí y culpando de ello a los israelíes, debe ser tomado con pinzas. Daría la sensación de que allí predominó la ideología y la hiperrealidad.
Nos basamos para opinar esto en lo que afirman dos respetables fuentes, que tratan de separar la “propaganda interesada de los terroristas de Hamás”, de lo que realmente está sucediendo en Palestina. Una de ellas es Ken Isaacs – vicepresidente de programas y relaciones gubernamentales de la organización humanitaria Samaritan’s Purse– y la otra Martín Aguirre, director del diario El País (Montevideo) y profesor universitario.
Isaacs expresa que acaba de regresar de Gaza, donde fue testigo de la catástrofe humanitaria que ha provocado el ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023. Afirma, que esta crisis es incomparable con cualquier otra situación que haya vivido en sus casi cuatro décadas de experiencia, trabajando en la respuesta a desastres en más de 100 países. El sistema de gobierno ha colapsado, las vías de acceso son peligrosas y la población padece un inmenso sufrimiento.
Dentro de ese tremendo ambiente, constató que la organización que está siendo más efectiva para llevar alimentos a la Franja, es la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF). Esta es una organización privada respaldada por Estados Unidos e Israel, que cuenta con personal palestino profesional para distribuir alimentos. Isaacs señala que la labor de GHF es muy peligrosa porque debe saber manejar profesionalmente a grandes muchedumbres, cuyo comportamiento es impredecible, y, además, potencialmente pueden estar infiltradas por terroristas de Hamás, que recurren a la violencia para robar alimentos a costa del resto de la población.
Isaacs observó cómo GHF utiliza métodos no convencionales para distribuir alimentos a civiles a una escala impresionante, en circunstancias casi imposibles, dado que Gaza es una zona de guerra donde los combatientes terroristas se esconden entre civiles. Menciona que constató in situ que, aunque la labor de GHF no es perfecta, obtiene un buen resultado. Agrega, que en contraposición y según las propias estadísticas de la ONU, el 82% de los camiones que ingresaron a Gaza en agosto de este año fueron saqueados, “ya sea de forma pacífica por personas hambrientas o por la fuerza por grupos armados”. Sin embargo, movidas por la ideología, las autoridades de la ONU pretenden que únicamente su organización pueda llevar alivio humanitario a esa zona, a pesar de sus magros resultados. O sea, que parecería que mitigar el hambre de los palestinos no es realmente lo más importante para ellos, sino atribuirse el mérito.
Por su parte, Marín Aguirre expresa, que cuando todo el mundo parece tener mucho que opinar sobre lo que pasa en Medio Oriente, poder ver en persona esa realidad tan compleja, solo puede enriquecer el trabajo de los periodistas. Mucho más, cuando se pretende imponer una sola visión sobre ese asunto, y marcarles a los periodistas dónde está la raya que separa a los buenos de los malos. Dentro de ese marco, Aguirre denuncia varias “falsificaciones” de la realidad que, sin embargo, han generado gran impacto comunicacional. Entre ellas, menciona la foto del niño palestino desnutrido, atribuyendo su condición al “bloqueo” de alimentos a la población, y que justificaría el rótulo de genocidio. Sin embargo, Aguirre aclara que resultó, que su impactante aspecto tenía más que ver con una enfermedad previa, que con la guerra de ahora. O, cuando servicios internacionales de medios europeos -que en el tema Medio Oriente tienen una postura muy anti -israelí- “informaron” sobre un “misil israelí que había matado a 300 palestinos (casi todos niños, como siempre), y que a los tres días resultó que era un cohete fallido de la Jihad Islámica, y los muertos no llegaban a 40”. Otra más: “Esta semana vimos cómo algunas de las fotos más impactantes del conflicto, han sido burdamente escenificadas, sin que eso evite que, por ejemplo Time, las use de portada”- señala Aguirre.
Es el simulacro y la hiperrealidad que se exhibió en todo su “esplendor”, con la histriónica salida de la mayoría de los líderes políticos de la Asamblea de la ONU.
Si vamos a hablar de genocidio con rigor, quien lo cometió realmente fue Hamás, que asesinó a 1.200 personas en un día simplemente porque eran judíos. Más claro, imposible. En cambio, lo que está aconteciendo en Gaza es una tragedia y pasan cosas terribles, pero eso es lo que ocurre en toda guerra. Por eso es un imperativo moral impedirlas, cosa que Hamás no solo evitó, sino que promovió.
Por otra parte, en los discursos en la ONU se habló mucho de Gaza y casi nada de Ucrania. Y, aunque cuando habló el representante de Rusia el salón estaba casi vacío, no hubo ninguna salida aparatosa de los líderes políticos, ni se pronunció la palabra genocidio. Lo cual resulta llamativo porque si nos guiamos por una de las definiciones la propia ONU, esta indica que se lo comete cuando se traslada “forzosamente a niños de un grupo a otro grupo”.
Eso se aplica precisamente al accionar ruso. Cuando los ejércitos de Putin comenzaron su invasión a Ucrania en febrero de 2022, los niños fueron secuestrados de hogares de acogida, del campo de batalla después de la muerte de sus padres o bajo coerción directamente de sus familias. Se calcula que alrededor de 35.000 niños ucranianos siguen desaparecidos y se cree que están retenidos en Rusia o en territorios ocupados por Rusia. Las familias dicen que se ven obligadas a tomar medidas desesperadas y arriesgadas para intentar rescatarlos. Pero Rusia ha rechazado las demandas de que los niños sean devueltos.
Además, en los últimos días Rusia intensificó sus bombardeos a escuelas, guarderías e infraestructuras civiles, lo cual viola el derecho internacional humanitario. Pero parece que eso no tocó la “sensibilidad” de la mayoría de los lideres políticos que asistieron a la Asamblea, o por lo menos, no lo hicieron notar con “histrionismo”.
Por lo dicho, la reciente reunión en New York fue una muestra palpable de que la ONU ha perdido el rumbo. La ideología y los prejuicios dominan a la verdad objetiva (dentro de lo que es humanamente posible). La hiperrealidad y el simulacro, a la honestidad intelectual.
La autora es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.
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