El pasado inmigrante de Miami-Dade: De la ciudad de carpas del Mariel a Alligator Alcatraz
Con la apertura de Alligator Alcatraz — con una visita incluida del expresidente Donald Trump — algunos quizás no recuerden que esta no es la primera vez que inmigrantes indocumentados en el Sur de Florida han sido alojados en campamentos improvisados bajo el ardiente sol de Florida mientras el gobierno decide qué hacer con ellos.
Ya hemos pasado por esto antes, pero esta vez se trata de castigo, no de ayuda a personas que huyen de la opresión.
Hace 45 años, en el verano de 1980, Miami-Dade instaló otra ciudad de carpas. Decenas de carpas de estilo militar se montaron bajo el paso elevado de la Interestatal 95 cerca de la Calle Ocho y el río Miami. La ciudad permitió el campamento como último recurso para albergar a cientos de cubanos indocumentados —hombres, mujeres y niños— que no tenían familiares en Miami, ni empleos, ni permisos de trabajo, ni un lugar donde vivir tras llegar durante el caos del éxodo del Mariel.
No fue una solución ideal, pero reflejaba una comunidad abrumada, no vengativa.
Se decía que una pequeña parte de los marielitos había sido liberada de cárceles por Fidel Castro, pero la deportación nunca fue una opción para quienes estaban en esa ciudad de carpas original. Tampoco hubo entusiasmo por parte de los líderes ante la idea de alojar a seres humanos en condiciones precarias o por usar “seguridad natural” —caimanes y pitones— para mantenerlos bajo control.
La versión de los años 1980 —donde ahora se encuentran las canchas de baloncesto del Parque José Martí— fue una necesidad. Más de 125,000 cubanos llegaron al sur de la Florida en solo unos meses, huyendo del comunismo de Castro. Las condiciones eran duras: carpas, poca higiene, escasa privacidad. El objetivo era el reasentamiento y la integración.
Con el tiempo, la administración de Carter respondió con el Programa de Entrada Cubano-Haitiano (CHEP), que otorgó estatus migratorio especial a quienes llegaron en esa época. Eso permitió a los refugiados del Mariel comenzar una nueva vida.
Ahora, comparemos eso con lo que ocurre hoy.
Los Everglades de la Florida —un tesoro ecológico frágil y protegido a nivel nacional— son el sitio de un extenso centro de detención temporal que podría albergar hasta 5,000 inmigrantes indocumentados. El gobernador Ron DeSantis ordenó su construcción en cuestión de días, utilizando poderes de emergencia, y lo ha bautizado orgullosamente como Allligator Alcatraz, un nombre que ya aparece en mercancía promocional del Partido Republicano.
Esta nueva ciudad de carpas no es una respuesta a una crisis humanitaria. Es un mensaje claro de DeSantis y la administración Trump con un solo objetivo: la deportación masiva.
En 1980, los líderes locales intentaban ayudar a los refugiados. Hoy, la ciudad y el condado han firmado acuerdos para ayudar al ICE —Servicio de Inmigración y Control de Aduanas— a capturar y deportar a inmigrantes que ya viven aquí.
Esta vez, la imagen es intencional. Un campo de detención en un pantano envía un mensaje claro: no eres bienvenido. Alligator Alcatraz evoca aislamiento y miedo. Es teatro político.
En muchos sentidos, estas dos crisis reflejan sus épocas. La ciudad de carpas de los años 80 fue una reacción desesperada durante la Guerra Fría para ayudar a quienes huían del comunismo. Había escepticismo, pero también un sentido de deber moral. Miami era una ciudad de refugiados.
En cambio, Alligator Alcatraz trata a los inmigrantes indocumentados no como personas a las que hay que ayudar, sino como amenazas que deben ser contenidas y deportadas por exigencia de una administración que así lo demanda. Es una mentalidad de “lárgate”.
Pero algo no ha cambiado: Miami sigue siendo el epicentro de la crisis migratoria no resuelta de Estados Unidos.
Ahora tenemos el beneficio de la retrospectiva. Muchos de los refugiados del Mariel que fueron alojados bajo un paso elevado son hoy ciudadanos estadounidenses, dueños de negocios y partes vitales de nuestra comunidad. Lo mismo podría ocurrir con muchos de los inmigrantes indocumentados actuales —si les diéramos la oportunidad.
Claro, algunos de los detenidos han cometido delitos. En general, esas personas deben ser deportadas. Pero el impulso por expulsar a la mayor cantidad posible incluye a muchos inmigrantes que no han cometido ninguna falta.
Nuestra respuesta a la crisis migratoria debe basarse en la dignidad humana: Alligator Alcatraz falla miserablemente en alcanzar ese objetivo.
Tristemente, la visita de Trump busca convertir a Florida en el modelo nacional de detención migratoria. Qué diferente luce todo, 45 años después.
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