La Destrucción creativa
Así fue como Joseph Schumpeter llamó al proceso económico por el cual las innovaciones económicas terminan destruyendo actividades económicas anteriores, en un proceso sin fin de innovación y mejoramiento de actividades anteriores, que como resultado de la competencia reemplaza industrias o actividades, para dar paso a innovaciones en los procesos económicos de manufactura o desarrollo de nuevos negocios. En este proceso de destrucción creativa el rol del empresario es vital, pues el afán de lucro de este, lo impulsa a buscar de manera incesante procesos que abaratan los costos y que exprimen cada vez un poco más de beneficio a su inversión inicial. Este proceso incesante de destrucción creativa a veces lleva a descubrimientos que alteran por completo el comercio, las industrias y destruyen procesos anteriores en busca de ese afán de optimizar los procesos existentes.
La historia de los Estados Unidos que empezó como unas colonias bastante empobrecidas y casi improductivas, sin grandes centros urbanos o civilizaciones como la civilización Maya o Inca ha sido eso. Hasta el gran boom del oro en California en 1850, Norteamérica no contaba con las fabulosas minas de Plata como las de Potosí en Bolivia o en México que enriquecieron y atrajeron a los hispanos a las Américas. España estaba más enfocada en controlar y administrar civilizaciones enteras que fueron encontrando, pero en Norteamérica a duras penas los ingleses encontraron riquezas o facilidades que hayaron los españoles en sus colonias. El proceso colonial en Norteamérica fue menos rico y más enfocado en el sur de las colonias en la mano de obra esclava y en el norte en la búsqueda de paraísos terrenales para gente que huía de las persecuciones religiosas del norte de Europa o Inglaterra. Cuando los ingleses fundaron las colonias de Virginia y de Massachussets, en Hispanoamérica ya había Universidades (Santo Domingo, La Habana, México, Panamá Quito, Lima, Cartagena de Indias) y ciudades con Iglesias muy ricas (La iglesia de la compañía en Quito) y abarrotadas de fieles. En contraste las colonias norteamericanas o eran refugios de piratas y bucaneros (en Virginia) que con cierta frecuencia atracaban los buques que llevaban oro y mercancías en el comercio inter atlántico con España, o eran refugios de disidentes religiosos (Massachusetts) que buscaban establecer comunidades donde pudieran practicar su religión de manera libre de persecuciones de la religión oficial, los anglicanos. Tenemos a los peregrinos muriéndose de hambre porque no sabían cultivar la tierra y querían establecer una colonia donde todo fuera compartido en común como las primeras comunidades cristianas, una especie de comunismo primitivo e idealizado. Esto se acaba al año siguiente de este experimento fallido, donde enfrentados a la realidad se ven obligados a abandonar esta utopía y a comerciar con los indígenas.
Esta gran desventaja inicial fue tal vez lo mejor que le pudo haber pasado a estas empobrecidas colonias, llenas de fanáticos, piratas, bucaneros y perseguidos religiosos. Quien llegaba tenía que rápidamente ver como sobrevivía, como se integraba en la comunidad y ver como sembraba, producía y sobrevivía a través del comercio y su capacidad inventiva. La corona inglesa más allá de reclamar un espacio político de soberanía y gobernación; dejaba a los colonos que experimentaran con su sistema político auto organizando pequeños parlamentos y formas de autogobierno. Si una colonia fracasaba, rápidamente era abandonada y sus habitantes se mudaban a otras colonias más exitosas o con más oportunidades. En contraste en Hispanoamérica, había el respaldo de la corona que velaba por la defensa y la seguridad de los territorios contra los ataques piratas y las ciudades si bien tenían cabildos con funcionarios locales, en general las oportunidades de autogobierno eran limitadas y todo pasaba por la aprobación y sello de la corona y su brazo ejecutor la casa de contratación en Sevilla (1503) que controlaba y gestionaba todos los territorios americanos que eran de Castilla. El rey Carlos o su hijo Felipe II se vanagloriaban de responder cada una de las peticiones que le hacían sus súbditos americanos, aunque esta respuesta podía tomar años. En contraste los reyes ingleses se limitaban a firmar documentos que permitían a los colonos emigrar y establecerse, luego de pagar un tributo en el mejor de los casos, pero poco más que eso. La seguridad y el éxito de la colonia dependía de la habilidad de sus colonos y de su capacidad de generar ingresos y encontrar fuentes de subsistencia si deseaban continuar con su proyecto de libertad religiosa o enriquecimiento. Dependían de sus propias milicias para defenderse pues la corona estaba muy lejos y preocupada de sus asuntos internos.
Por el lado español, nadie podía de ninguna manera ir a las Américas sin permiso de la casa de contratación. En algún momento haciendo algo de investigación genealógica me encontré con cédulas tan tardías como a inicios del siglo XIX, después de la independencia, de antepasados recibiendo permisos para poder embarcarse a las Américas con destino a Cuba aún colonia española con gran nivel de detalle de lo que podía hacer. Había pocas innovaciones pues no había necesidad, había abundante riqueza por explotar, indígenas por gobernar y evangelizar y en general los colonos y más tarde criollos, venían a explotar algún beneficio otorgado por la corona.
Esta abundante riqueza hizo que las colonias hispanoamericanas fueran rápidamente desarrolladas en grandes ciudades o grandes latifundios con misiones evangelizadoras, misiones de pueblos, encomiendas e hizo que la cultura hispana se extendiera rápidamente por las américas, los colonos y los locales formaran una gran civilización, casi de la noche a la mañana en poco más de los primeros 100 años de la llegada de los españoles. Esto fue un problema para cuando las colonias empezaron a independizarse tras la invasión napoleónica de 1808 que dio el gatillazo, primero con las juntas de defensa de la corona y eventualmente al movimiento independentista pues nadie estaba preparado a lo que vendría. Hispanoamérica estaba aún en pañales en cuanto al autogobierno y sus élites locales eran mayoritariamente terratenientes con privilegios extractivos con poco interés en buscar innovaciones comerciales o mejorar el rendimiento de sus privilegios o simplemente comerciar con otros que no fueran parte de la corona. El auge de la revolución Industrial en el siglo XIX pasó casi ignorado por Hispanoamérica enfrascada en guerras civiles y cuartelazos con élites locales más preocupadas de explotar las riquezas heredadas del imperio.
En Norteamérica en cambio cuando los ingleses tratan de establecer impuestos, estos se encuentran con el motín del té, una revolución pues las comunidades reclamaban su derecho a solo pagar impuestos si es que tenían representación o autorización de los parlamentos locales. Estos impuestos eran en parte para sufragar los gastos de defensa necesarios para proteger a sus colonias de los avances franceses y los indígenas aliados con los franceses, que rechazaban a los ingleses, en lo que se denominó la guerra franco – india o la guerra de los siete años como se la conoció en Europa por el control de norte America y las colonias inglesas y francesas. Si bien había una razón legítima para estos impuestos, dada la falta de protección y la creciente agresividad de las poblaciones indígenas aliadas con los franceses, los colonos consideraban un abuso de poder el que se establecieran dichos impuestos, como el impuesto al té. Pero el motivo iba más allá de la legalidad de los impuestos, era más bien el nivel de experiencia y preparación de las élites locales sobre temas de autogobierno y la idea de que ellos habían levantado estas colonias pobres y miserables sin ayuda de la corona y por lo tanto tenían derecho a decidir su destino. Gracias a este aparente abandono y poca ayuda que habían recibido los colonos y eventualmente futuros ciudadanos de la naciente república se sentían en capacidad de tomar las riendas de su destino.
Esta actitud de autogobierno, de espíritu comercial, de innovación y de competencia hizo la diferencia entre la independencia de Estados Unidos y las independencias hispanoamericanas. Por supuesto no quiero decir que Hispanoamérica no tuviera élites preparadas como Jefferson, Madison, Washington, Franklín, o Hamilton. Gabriela Calderón del CATO recientemente ha publicado un libro “En busca de la libertad. Vida y obra de los próceres liberales de Iberoamérica” de posibles personajes de similar calibre en Hispanoamérica de la época independentista. Estos ilustrados si bien es cierto tenían conocimientos similares a las elites americanas, no necesariamente eran ilustrados apreciados por sus compatriotas pues en general las élites locales mayoritariamente habían de alguna manera heredado y desarrollado actividades comerciales que al final del día dependían de la corona y lo que la corona había permitido. Las élites de conquistadores y potencialmente empresarios habían lentamente desaparecido pasada la fase inicial de la conquista del imperio Inca y el Imperio Azteca. Los hispanos conquistadores habían logrado mediante astucia política reemplazar a las élites indígenas por élites hispanas, y las estructuras sociales y de poder habían sido reemplazadas y absorbidas mas no destruidas. Las anteriores élites indígenas habían recibido títulos nobiliarios y habían sido incorporadas a la élite hispana a través de matrimonios o alianzas y habían recibido reconocimiento y beneficios especiales que los incorporaban al naciente imperio. Sin embargo, había poca o ninguna innovación comercial o industrial, ni deseo de trastocar el orden establecido. Se había respetado el orden establecido y el Inca o el Tlatoani era ahora el emperador español. Las elites que surgieron después de la conquista eran los nuevos Curacas que controlaban el imperio en nombre de la corona, tal como los Curacas controlaban a nombre de los Incas el Tahuantinsuyo.
Los Francisco Pizarro, Hernán Cortés, Francisco de Orellana, Balboa, hombres rudos y broncos, que contrario a la leyenda no eran analfabetas sino más bien hombres hechos a sí mismo, sin mayor fortuna que la experiencia en la gresca de la reconquista hispana de la península y la conquista de las américas fueron eventualmente reemplazados por la burocracia eficiente y educada, pero controladora que terminó generando la corona española. No eran hombres de industria o de comercio estas burocracias, eran un cuerpo eficiente y fiel para asegurarse que la corona recibiera su quinto real y la conquista y el proceso civilizatorio hispano no fuera el desorden que había sido en un principio con aventureros que amenazaban al mismísimo rey de España, Carlos I y sus sucesores. Vemos así que la corona, ante la amenaza de un Francisco Pizarro que podría haberse levantado el imperio Inca como propio no encontró nada mejor que mandarlo a capturar por parte del hijo del conquistador Diego de Almagro, y descuartizado ante todos para evitar que nunca más un aventurero de igual calaña se atreviera a cuestionar la autoridad real. Fue un castigo brutal e inusual, pero un mensaje para cualquier otro atrevido que tratara de hacer lo mismo. Cualquier espíritu bronco o aventurero de la conquista inicial fue aplastado eventualmente con el establecimiento de la burocracia hispana. Este espíritu contaba con personajes como un Hernán Cortes que con poco más de 500 hombres lograra en base a alianzas y astucia política conquistar el imperio Azteca que martirizaba a poblaciones locales circundantes con entre 20.000 o 30.000 sacrificios humanos en las pirámides por año. El reino del terror se acabó y evidentemente las nuevas autoridades fueron bienvenidas por parte de los indígenas que vieron con buenos ojos este cambio de régimen, pero la estructura política se mantuvo, sin sacrificios humanos eso sí.
¿Cabe preguntarse, si la burocracia hispana no hubiera sido tan eficaz en su control y hubiera dejado a sus colonos que retuvieran ese espíritu aventurero y bronco de la conquista inicial y que sus habitantes tuvieran más autogobierno que el de los cabildos y dejara a sus súbditos que experimentasen con esa destrucción creativa que impulsó a los colonos norteamericanos, cual habría sido el destino de nuestro América Hispana? ¿Habríamos estado preparados para la vida independiente y por sobre eso para la vida de florecimiento humano y de búsqueda permanente de mejoramiento de la condición humana que ha caracterizado a los Estados Unidos? Es difícil saberlo, pero solo entendiendo como llegamos al punto que hemos llegado y lejos de quejarnos del éxito de la américa inglesa deberíamos de copiar este espíritu de destrucción creativa, estar dispuesto a mejorar, cuestionar y cambiar las cosas de manera progresiva e incesante para lograr el florecimiento humano.
Tampoco es que deberían de habernos conquistado los ingleses, en Norteamérica la brutalidad de la esclavitud y la destrucción de cualquier cultura nativa dado su nulo interés por la humanidad de los indígenas y los africanos importados como mano de obra en condiciones de esclavitud fue una gran tragedia, y muy probablemente de haber sido al revés, los ingleses descubriendo primero las Américas habrían sido tal vez muy parecidos o más despiadados que los hispanos cuando se encontraron con semejante tesoro que fueron las civilizaciones Maya e Inca y todas sus riquezas naturales.
- 23 de junio, 2013
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