¿Cómo es el profesor ideal?

Aristóteles llegó a la Academia de Atenas a los dieciocho años y permaneció junto a su maestro Platón, como alumno y profesor, alrededor de 20 años.  Para Platón, una buena educación requiere de un maestro excelente y de alumnos aplicados, como Aristóteles. El maestro no enseña datos sino transmite sabiduría sobre los principios universales que rigen la vida humana. Su mensaje se deposita en jóvenes dispuestos a aprehender la verdad, por cuenta propia o con la ayuda de un guía. Ni el mejor mentor puede educar a quien se cierra al conocimiento.

Con el tiempo, las academias dieron paso a universidades que elegían a su claustro y competían entre sí por estudiantes inteligentes. Maestros destacados como Platón y Aristóteles se labraban fama y atraían a jóvenes talentosos.  ¡Imagine aprender física de Albert Einstein o ciencia espacial de Neil Armstrong!  Acceder a una universidad de renombre como la Sorbona, Oxford o Harvard casi garantizaba aprender de las mentes más privilegiadas.

Hoy, disponemos de una sobreabundancia de información en nuestros celulares y computadoras.  Los alumnos ya no buscan maestros con memorias prodigiosas o dotes para la oratoria. No destacan quienes invierten horas planificando lecciones o calificando trabajos: eso lo hace la Inteligencia Artificial (IA) con gran eficiencia.  Está en demanda el tutor empático que cura la información disponible y facilita procesos personalizados de descubrimiento. Alguien que pueda acompañar al pupilo en la ejecución de planes de estudio diseñados por IA.  Alguien que establezca una relación personal para brindar apoyo emocional y para motivar al joven.  Hoy más que nunca es importante enseñar destrezas de aprendizaje, pensamiento crítico, inteligencia emocional, creatividad y, sobre todo, valores.

Las universidades visionarias abrazaron los avances tecnológicos desde el principio, y alentaron a su claustro a reinventarse y emplear las nuevas herramientas.  Yo conozco desde cerca la experiencia vivida por la Universidad Francisco Marroquín (UFM).  Desde hace décadas, la UFM enfatizó en la discusión socrática, metodologías disruptivas y programas basados en la solución de problemas y el pensamiento crítico. Recuerdo que en 2008 el autor de El hábito de pensar: debate socrático en la sala de clases, Michael Strong, impartió un seminario para catedráticos. Tres años después, Clayton Christensen visitó la UFM para presentar su teoría sobre la innovación disruptiva. Y en 2015, se lanzó el primer curso masivo en línea (MOOC), Descubre Don Quijote de la Mancha, que aprovecha los avances tecnológicos para educar a personas dispersas por todo el mundo.

El centro de formación contínua de la UFM mantiene a cientos de profesores actualizados respecto de novedosas metodologías pedagógicas.  Dado que mucho conocimiento se afianza fuera del aula, en conversaciones distendidas, se crearon espacios agradables al aire libre, los patios y en la biblioteca. Se experimentó con lo que llamamos la desconferencia; allí se construyen relaciones mediante discusiones facilitadas, mientras que las presentaciones formales van al grano. En el CoLab se diseñan proyectos usando metodologías colaborativas e interdisciplinarias.  Estos esfuerzos se complementan con una campaña enfocada en los valores que inspiraron la fundación de la UFM: libertad, responsabilidad, respeto y verdad.

Los cambios en la docencia y el ritmo al que ocurren marean, sobre todo a quienes empezamos a dar clases magistrales con yeso y pizarra.  No obstante, es un reto emocionante que nos permite vivir, en tiempo real, la reinvención del profesor ideal.

La autora es miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES), presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). y catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).

@RiosCrios