China
Como lo comenté hace unos meses, me tocó vivir en Hong Kong, como adolescente y una de las cosas que me llamaban la atención era el obvio contraste que había entre esta antigua colonia británica que había apostado por el mercado a partir de la liberación de sus territorios, de la invasión Japonesa de la Segunda Guerra Mundial y que se había visto inundada de refugiados de la China Continental tras la revolución de 1949. El tránsito entre Hong Kong y China lo hicimos en tren, recuerdo que lo primero que se veía eran campos de arroz interminables con tractores que en el mejor de los casos parecían piezas de museo. Lo más común era sin embargo el arado hecho tradicionalmente con bueyes, tal como se lo había hecho desde hace muchos cientos de años en China y en el resto del mundo. La impresión al llegar a Guangzhou, (Cantón) fue igual de impresionante, parecía una ciudad detenida en el tiempo, con construcciones que databan, en la parte que no era ya histórica, a la época anterior a la revolución comunista de 1949. Me llamaba la atención que las tapas de las alcantarillas llevaban el nombre de la compañía inglesa que tenía la concesión de dicho sistema de la ciudad, antes de la revolución. Era como que, si hubiéramos atravesado el famoso túnel del tiempo, de la serie de los sesenta del siglo pasado y llegado a 1948, poco antes de la revolución comunista, con una población boyante activa que se movía en miles de bicicletas. Mi familia llegaba de 1986 de Hong Kong, una de las mecas del capitalismo. Ya para esa fecha China a pesar de que la apertura era reciente, no más de ocho años desde que Deng Xiao Ping asumió el poder en 1978, con la revolución cultural en el pasado y sus líderes habían muerto (Mao) o habían sido encarcelados, como la banda de los cuatro, entre esos la viuda de Mao. El crimen eran los excesos y abusos a los derechos humanos cometidos en su celo ideológico de colectivización, que mataron a millones de chinos de hambre por tratar de imponer a la fuerza el famoso socialismo que propugnaba Mao y su libro rojo.
El clima político era por supuesto de curiosidad por el mundo occidental, aunque se mantenía rígidamente en manos del partido, había apertura a cambiar las estructuras de organización económica y a sacar a China de la pobreza. Aunque los cambios políticos fueron fallidos, incluso hubo una rebelión fallida en 1989, la matanza de la Plaza de Tiananmén cuando se aplastó, literalmente con tanques, a quienes se oponían y protestaban el control del partido comunista. China siguió su inexorable avance hacia una economía menos cerrada, más abierta a la innovación y al mercado a pesar de esta tragedia. Esto unido a la inmensa cantidad de gente y al potencial mercado que eso significaba, hizo que China se convirtiera en uno de los milagros asiáticos más importante de toda la región y de la historia mundial. Ciudades como Shenzen, que estaba en el camino de este tren que tomé con mi familia para ir a Guangzhou (Cantón), no existían o eran pueblos agrícolas que, a la fecha, 40 años más tarde, se han convertido en el Silicon Valley de China. Sus actuales infraestructuras son sumamente modernas y desafían cualquier recuerdo que uno pueda tener. No he tenido la suerte desde esa fecha de poder regresar a Hong Kong o a China, pero realmente me gustaría poder sentir ese vertiginoso mareo, que estoy seguro me provocaría ese mismo viaje en tren al ver tanta modernidad en poco más de cuatro décadas. Sería el equivalente a poder viajar desde la fundación de los Estados Unidos, a lo que es este país en la actualidad, pero no en 250 años sino en 40 años, dentro de un periodo perfectamente posible para nuestra corta existencia de poco más de 80 años.
Tal vez lo que menos me daría vértigo y más bien me daría miedo, en dicho viaje de regreso a la China de mi adolescencia, sería el miedo político. En aquella época a pesar del retraso que sufría ese país, el tema del control político, causaba conversaciones casi a susurro y no con cualquier extraño en la calle. El hotel al que llegamos era aún manejado por el gobierno, asumíamos que estábamos vigilados por cámaras escondidas y nos cuidábamos de comentarios políticos o fuera de lugar, a pesar de que era un simple viaje familiar, para conocer la China comunista. Mi padre nos había advertido que debíamos evitar hacer comentarios inapropiados sobre las diferencias con Hong Kong o de hacer comentarios políticos, por más que fuéramos niños y adolescentes, el temor a comentar algo fuera de lugar era muy real. Creo que hoy sería igual de real ese problema, me sentiría una vez más maravillado por el desarrollo económico logrado y por el optimismo de quienes viven en ese país al poder tener acceso a muchos bienes que eran inimaginables en esa época y que aún hoy en día lo serían, comparado con el mundo occidental. Por ejemplo, la famosa red ferroviaria que China ha construido en la última década, casi 3000 millas de rieles con estaciones modernas y super rápidas que en Occidente están casi abandonadas y con trenes que no son rápidos y aún se sigue soñando. Sin embargo, el tema político y ese temor que sentíamos de niños de ser espiados sería real y tal vez, hasta más real, dado los avances en vigilancia por medio de cámaras en todas partes, bloqueo de redes de fuera de China como Facebook, Twitter, Instagram e incluso miedo real al ser un adulto que escribe públicamente y que pone sus ideas en la red para que estas sean leídas por cualquier persona o gobierno. Estoy seguro de que, a mi llegada, mediante el uso de inteligencia artificial e inteligencia natural con ese ejército de humanos que censuran las redes, estarían bien al tanto de qué clase de ciudadano soy, y quien sabe a lo mejor sería hasta considerado un riesgo para el estado. Es una de las razones por las que, conscientemente he elegido no viajar a China mientras no exista ninguna semblanza de democracia, a pesar de que me llama poderosamente la atención poder visitar y ver en vivo y en directo lo que parecería ser una historia de ciencia ficción por su acelerado desarrollo económico.
Y es aquí donde difiero mucho de lo que los analistas, políticos y sinólogos discuten sobre China en estos días. Veía hace poco un análisis muy bueno y detallado sobre la influencia de China en Hispanoamérica publicado por El Substack de Puente, La conquista silenciosa: cómo China avanza en Iberoamérica. Sugiero mucho su lectura, si bien creo que la única forma de lidiar con China políticamente es con más libre comercio y no menos, si tenemos que estar conscientes de su influencia política respaldando regímenes totalitarios que a cambio de no ser criticados abren sus puertas a las inversiones chinas. Estas inversiones muchas veces no son privadas, son estatales, más bien son parte de la Iniciativa Cinturón y Carretera (Belt and Road Initiative) que busca lo que los políticos llaman, el uso del soft power, o poder suave del comercio y la inversión, para abrir mercados e influir sin necesariamente cuestionar su régimen político. Dicha iniciativa ignora las condiciones políticas del país, si estas respetan o no los derechos de sus ciudadanos y a cambio abren esa billetera cargada de dinero para lograr nuevos mercados e influencia. Creo que, si bien es preocupante esto, estoy seguro de que en el largo plazo no funcionará. China no es la única potencia que intentó hacer esto, Estados Unidos está tratando de salirse de todos sus compromisos internacionales dado lo costosos que estos han terminado siendo. No importa si estos compromisos fueron con países que ahora son mayormente democráticos y que se desarrollaron, el resultado fueron cosas como la OTAN, que, si bien tiene un fin estratégico de defensa europea, ha sido un gran subsidio a la defensa de Europa. Igualmente, los europeos mayoritariamente siguen detestando a los americanos por su forma de ser, su amplio optimismo y peor aún, ninguno de los países que son miembros de esta alianza, están dispuestos a pagar lo que cuesta mantener este acuerdo. Hay situaciones bastante lamentables como la guerra de Ucrania en que todo el mundo exige que los Estados Unidos defienda a este país y con justa razón, pero nadie quiere pagar ni está dispuesto a enfrentar esta amenaza, a pesar de que sus miembros son países que hace rato dejaron de ser subdesarrollados e incluso tienen gobiernos con bastantes recursos y con capacidad para enfrentar al tirano ruso. Otro ejemplo lamentable de esta iniciativa parecida al BRI de China es lo que Estados Unidos trató de hacer en Hispanoamérica en los sesenta y setentas, ignorar a países dictatoriales en tanto y cuanto sean aliados, como el caso de la dictadura de Somoza en Nicaragua o la de Fulgencio Batista en Cuba. El resultado es que de todas formas estos países no se volvieron democráticos y en muchos casos como el cubano o el venezolano evolucionaron a dictaduras crueles y peores, que se sostienen a pesar de los bloqueos o los embargos. Como bien lo explica Daniel Lacalle, China va a caer en los mismos problemas al apoyar o comprar el apoyo silencioso a su dictadura política, tarde o temprano la aventura del soft power los va a hundir y quebrar económicamente. El gobierno venezolano al igual que el gobierno cubano o el nicaragüense no solo torturan políticamente a sus ciudadanos, sino que son regímenes que viven de explotar a cualquier país dispuesto a darles un respiro económico que puedan tener. Tarde o temprano terminan por no cumplir sus compromisos económicos internacionales, si no son capaces de cumplir con los que tienen con sus ciudadanos, peor lo harán con quienes ni siquiera viven en ese país.
¿Qué hacer entonces frente a la amenaza China que constantemente nos la recuerdan los medios, y los gobiernos de los países libres? Hay que seguir comerciando con este país que tiene casi una cuarta o quinta parte de la población mundial, no hacerlo perjudica a quienes no lo hacen, dado su gran tamaño en influencia en el mercado mundial. Hay que hacer acuerdos de libre comercio con este país y tener reglas muy claras para resolver disputas y evitar injerencias políticas. Si China está dispuesta a invertir en nuestros países, en Hispanoamérica hay que aceptarlo, pero no con privilegios especiales, ni monopolios, y sin ignorar violaciones a las reglas locales e internacionales. Si quieren comerciar con nuestros países y ofrecernos productos baratos, pues en buena hora, pero también pidamos que nuestros productos puedan ser vendidos en sus fronteras sin aranceles o restricciones paraarancelarias. Algunos argumentan que los productos chinos son demasiado baratos porque están subsidiados y porque destruyen la producción local. Como el senior fellow de Archbridge Institute y premio nobel de Economía, James Heckman menciona en un editorial del Wall Street Journal, titulado The real story of the China Shock, sobre el análisis de estos efectos del comercio con China, los datos muestran que, si bien hubo desplazamiento de la producción local, mucho de este desplazamiento terminó siendo una ventaja al tener que gastar menos en productos más caros. Los recursos adicionales disponibles por este ahorro sirvieron para invertir en otros bienes y servicios que antes no se podían hacer por tener que gastar en productos locales caros. El aparente problema del desempleo y destrucción de industrias desapareció cuando se abrieron nuevas oportunidades en otras regiones de Estados Unidos con los recursos ahorrados. Quienes se beneficiaron fueron las ciudades o áreas más flexibles, abiertas y desreguladas, en el sur del país, en detrimento de las áreas que no se adaptaron a este influjo de productos baratos. La verdadera historia de esta supuesta invasión de productos chinos es, que quienes perdieron fueron aquellos ciudadanos que siguieron eligiendo o exigiendo políticos que apoyaban regulaciones que desincentivaban inversiones en sus comunidades. Esto último debería de ser la conclusión que muchas zonas afectadas por este inmenso comercio deberían de llegar, antes que quejarse permanentemente por la amenaza China.
En cuanto a China, estoy seguro de que tarde o temprano, de no mediar un cambio político, el crecimiento económico sin precedentes terminará colapsando. Esta política de apoyar con dinero e inversiones a regímenes políticos totalitarios, a cambio de silencio o pocas críticas, fracasará, pues son círculos poco virtuosos que solo se sostienen a través del engaño y el férreo control político. Tarde o temprano, a China le llegará la caída de su muro de control político y sus ciudadanos en la búsqueda del florecimiento humano, gravitarán a una mayor libertad política, si es que de hecho no está pasando ya, y puede que, en Occidente, no nos hemos enterado.
- 23 de julio, 2015
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