Bella ordenación sacerdotal
Asistir a una ordenación sacerdotal es una experiencia única. Agradezco haber podido presenciar el momento en que el amigo de infancia de mi esposo se convirtió en el padre Bobby. Los asistentes a la solemne misa narraban, uno tras otro, cómo el nuevo sacerdote había influido positivamente en su vida y en la de distintos miembros de su familia. Desde hace años, el nuevo presbítero ha sabido querer y hacerse querer de una gran diversidad de personas provenientes de distintos rincones del mundo, y ahora que es sacerdote seguramente ayudará a sanar muchos corazones más.
Nos quedó claro que éramos testigos de un don de Dios: la vocación al sacerdocio. Algunos selectos hombres reciben, en distintas etapas de su vida, el llamado divino a servir a Dios y a la Iglesia para el resto de su vida. El padre Bobby y los otros 19 hombres que se ordenaron el 24 de mayo rezaron y amaron mucho en los años que precedieron a este día. Como seminaristas, cursaron rigurosos estudios en teología y filosofía para compenetrarse de la vida y las enseñanzas de Jesucristo y poder mostrarnos el camino a Dios. Con ayuda de sus confesores y maestros, discernieron poseer las cualidades necesarias para asumir las exigencias de la vida sacerdotal, como la compasión, el liderazgo, la madurez y la estabilidad emocional. Como les dijo quien dirigió la ceremonia, el cardenal Arthur Rogue, procedente de Gran Bretaña y actual prefecto del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, diariamente darán testimonio de las palabras y obras de Jesucristo.
La misa fue bellísima desde el momento en que el coro empezó a cantar y entraron a la iglesia los ordenandos, sacerdotes y el cardenal Rogue, hasta el momento de la despedida final.
Me conmovieron e impactaron varias partes del rito. Los ordenandos prometieron obediencia al obispo y a sus sucesores; se comprometieron a ser célibes y fieles al ministerio. Es asombroso ver a 20 hombres postrados cara abajo en el suelo, en señal de humildad y entrega, mientras ellos y sus familias y amigos invocamos la intercesión de los santos.
Luego, el cardenal Rogue ungió las manos de los ordenandos, uno por uno, con el crisma, un aceite de olivo perfumado. El padre Bobby y algunos de sus compañeros se dirigieron hasta donde estaban sentadas sus madres para entregarles el pañuelo humedecido con el aceite sagrado, y recibir un primer beso en esas manos que de ahora en adelante entrarán en contacto con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, en la Eucaristía.
Posteriormente, el cardenal Rogue impuso sus manos en las cabezas de los nuevos presbíteros, uno a uno, en silencio. Con este gesto, les confirió el don del Espíritu Santo y el poder para ejercer el sacerdocio. Lo mismo hicieron los demás sacerdotes presentes, en señal de la comunión de todos los fieles con Jesucristo. Les fueron entregadas sus casullas y se revistieron, en señal visible de que eran ya oficialmente sacerdotes. Finalmente, recibieron abrazos de la paz de parte de todos los ministros, empezando por un efusivo abrazo del cardenal.
Con reverencia, todos los nuevos sacerdotes pasaron al altar para consagrar el pan y el vino junto con los demás oficiantes. Tras recibir las últimas bendiciones, salimos todos los asistentes al atrio de la iglesia. Con gran algarabía intercambiamos saludos, risas, lágrimas y dimos gracias. Se palpaba la alegría y gratitud que nos embargaba. Sabíamos que habíamos presenciado un evento inolvidable.
No olvidemos rezar por todos los sacerdotes que nos sirven y atienden con esmero y cariño, para que sean fieles y santos.
La autora es miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES), presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). y catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).
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