La pretensión del conocimiento
Cuando todavía existía la Unión Soviética, o si uno va a Cuba o a Corea del Norte una de las cosas que más llaman la atención es que hay pocas alternativas a los servicios y a las actividades de entretenimiento. Hay un canal de televisión, un solo proveedor de internet, una sola compañía de buses, un solo sistema escolar, una sola marca de productos. En algunos casos, conscientes de que los ciudadanos demandan alternativas, a veces permiten varias marcas de productos o varias empresas de buses, pero todas siguen compartiendo la propiedad de los medios o de los productos o de los servicios. Es algo que comparten todas las economías socialistas. Inevitablemente cuando hay problemas, fallos humanos, o simple y sencillamente desastres naturales todo falla y toma mucho tiempo reestablecer los servicios o recuperar los productos que se perdieron. Es una de las grandes fallas que se dan en este tipo de sistemas. Se asume que los empresarios son egoístas y poco orientados al bien común o del estado y por lo tanto se les prohíbe competir o se los limita. Esto necesariamente deriva en escasez, falta de innovación y absoluta torpeza en la provisión de bienes y servicios cuando hay problemas, e incluso esto pasa muchas veces sin necesariamente haber desastres naturales, hay escasez y absoluta falta de abastecimiento. El mayor desastre, no natural, es la pretensión de conocimiento como tituló Hayek su conferencia de aceptación del Nobel de Economía en 1972.
En las economías libres o casi libres, sin mayores barreras de entrada lo que abundan son las opciones, diferentes marcas de mantequilla, leche, arroz, toda clase de productos de lujo, de primera necesidad, o de uso diario. Cuando se trata de servicios hay alternativas. Si le gusta el internet de alta velocidad, pues hay compañías de cable, de telefonía, satelitales que brindan alternativas. Si usted es una persona que detesta la tecnología y se considera un ludita, pues tampoco tiene que consumir tecnología y puede vivir como las comunidades Amish de los Estados Unidos. Si le gusta la comida chatarra la consume, si la odia hay alternativas naturales y diversas. Si le gusta las cosas baratas, las consigue, si le gusta las cosas de alta gama, también las encuentra, no baratas, pero hay y es legal usarlas. El ciudadano es dueño de su destino, y uno es libre de escoger como vive, que consume y que ve.
Los consumidores al final del día deciden que les conviene y cuál es el presupuesto del que disponen para escoger lo que les conviene. Esa es la esencia del libre mercado, del capitalismo. Los ciudadanos lejos de ser oprimidos por la abundancia de opciones se sienten liberados para escoger. Unos prefieren las opciones, otros se sienten abrumados, pero cada cual puede escoger o no lo que le resulta más conveniente. Me encanta ver en YouTube canales de cubanos (Yoel y Mari por ejemplo) o migrantes que logran salir de su país y emigran a Estados Unidos o a España o incluso a países que son altamente regulados y que no son tan libres, pero más libres que en sus países. El primer shock que se encuentran es la visita al supermercado y la abundancia de opciones. Quienes realmente adoran el socialismo y la falta de opciones son aquellos que nunca han vivido en un país socialista y opinan desde un país con muchas opciones y que desconocen la realidad, aunque cuidado, si se les quita el IPhone o su teléfono Samsung último modelo, inmediatamente protestarán y se sentirán oprimidos.
Otro tipo de persona que adora el socialismo es el dirigente de un gobierno de ese tipo pues son los grandes y únicos beneficiarios de tal sistema. Detrás de toda la verborrea a favor del proletariado y los más desfavorecidos, la realidad es que quienes viven en el socialismo viven peores que los más pobres en los países capitalistas. Es verdad, hay pobreza en los países capitalistas, y hay problemas sociales en estos con drogas u otros problemas sociales, pero se vive inmensamente mejor en estos países que en los supuestos paraísos socialistas.
El error está en pensar que unos pocos sabios pueden organizar y ordenar una sociedad desde sus puestos de gobierno e importancia. Es no entender que la sociedad es un organismo complejo donde hay millones de decisiones y seres humanos, que ni con inteligencia artificial se pueden resolver todas las necesidades y anhelos de sus habitantes. Mientras más decisiones individuales sean tomadas en el mercado de productos o de ideas, más satisfacción vamos a encontrar en la comunidad. Lamentablemente no se entiende, ni siquiera en países industrializados, modernos y desarrollados. Esa falta de confianza en el poder de decisión de los individuos se da incluso en sociedades más o menos capitalistas y conduce a los más brutales fallos en la provisión de bienes.
Hace unos pocos días vimos con desparpajo como toda la península ibérica e incluso partes del sur de Francia se quedaban en tinieblas. El gobierno español en su afán de avanzar el pacto verde, reducir la dependencia de los combustibles fósiles se ha embarcado en un acelerado proceso de reemplazar, por decreto, las fuentes de energía fósiles, por fuentes renovables, como los paneles solares, los molinos de viento y la reducción del consumo. Probablemente esto ha causado un fallo en la red eléctrica por sobre producción de energía renovable que no se puede absorber por el sistema y que no se puede sincronizar con las fuentes de energía fósil, lo cual ha causado un evento sin precedentes en España de apagón generalizado. Aún es pronto para saber que realmente pasó y es un tema que le toca a los expertos discernir. Lo que queda claro es que la centralización de las decisiones, la falta de opciones y una inflexible agenda de cambio de la matriz energética ha causado este problema.
En España, si bien es cierto las generadoras son privadas en muchos casos, las redes de distribución, y muchas de las empresas solo operan con fondos públicos o privados, y bajo dirección del ente regulador eléctrico con lo cual este tipo de eventos se vuelve factible. En el caso de español como bien lo explica Juan Ramón Rallo, aunque el accionariado de la empresa distribuidora de electricidad es mayoritariamente privado, su control es 100% estatal y el presidente de la institución es designado por el gobierno. No es un sistema totalmente libre y es altamente regulado. Lo que en un principio se hizo con la idea de centralizar la toma de decisiones y hacerlo más eficiente ha resultado ser algo peor que lo que se quería evitar. Es una arrogancia en la capacidad del ser humano para entender estos sistemas complejos. No es cuestión de falta de ingenieros o de tener gente capacitada, es que el sistema está orientado hacia la centralización, interconexión que, en vez de ayudar, ha hecho posible que hasta otros países se vean afectados. Cuando escribo esto, por ejemplo, la red eléctrica de Portugal ha decidido mantenerse desconectada del sistema español pues desconfían de este y de sus autoridades. Lo más sorprendente es que España celebraba hace no más de una semana que sus sistemas eléctricos habían alcanzados niveles muy altos de generación de energía por renovables. Es decir, cuando finalmente han logrado el objetivo político de deshacerse de la dependencia de los fósiles y están a punto de lograr cerrar las pocas centrales nucleares de las que dispone España, el sistema les falla de una manera aparatosa y sin precedentes. No es por falta de anticipación de problemas técnicos que estaban resueltos hace más de 100 años como la sincronización de los diferentes sistemas interconectados, es por la pretensión de centralizar e interconectar todo y dirigir desde un ministerio de energía, siguiendo una política energética de control absoluto. La mejor política energética es una en la cual el mercado opere abiertamente y que cada comunidad o cada consumidor decida que es mejor para este. La mejor política es aquella hecha por los proveedores y los consumidores en el mercado y con criterios técnicos y no por los políticos tal cual lo argumentan en el Wall Street Journal, Gabriel Calzada y Manuel Fernandez Ordoñez.
El problema no son tampoco las renovables, una de las más grandes innovaciones de la última década es el advenimiento de estas tecnologías, como el auto eléctrico Tesla o los modelos de BYD en China, o el uso de paneles solares y molinos de viento, pero es un error pensar que eso se puede hacer subsidiándolas o haciéndolas más baratas en base a subsidios o incentivos fiscales. Estos incentivos artificialmente las promocionan y no demuestran innovación, sino más bien necedad ideológica de quienes las promocionan. Si realmente tenemos que dejar de lado nuestra dependencia por los combustibles fósiles, la única alternativa es buscar opciones reales que no dependan del subsidio estatal, de la agenda 2030 o de otras directivas que causen estos problemas. El avance tecnológico, se ha dado en aquellos lugares donde la libertad ha operado. Es muy raro, por no decir inexistente el desarrollo tecnológico en países como lo fueron la antigua Union Soviética, o Cuba, o Corea del Norte. No digo que sea imposible, el ingenio humano sale a relucir incluso en las condiciones más brutales de dominación y control, pero es muchísimo menos probable, que en una economía que respeta la propiedad de sus individuos, la libertad de expresión y el comercio.
Esto es un error, no solo de los socialistas, sucede en países que creen que el problema es quien gobierna, o que el problema son las políticas que sigue el gobierno. Es un error que cometen conservadores, socialistas y comunistas. Las políticas públicas no hay mejores y peores, es que deben de ser mínimas, pues ahi donde el estado usa su poder monopólico de la violencia para dirigir la sociedad en uno u otro sentido termina aplastando la iniciativa individual y todos perdemos en conjunto. Sin ir más lejos, es el error de esta administración con su desastrosa y arrogante política arancelaria y de promoción industrial. Si realmente se quiere seguridad y autonomía tenemos que comerciar con todo el mundo y dejar que los ciudadanos decidan a quien le compran o a quien le venden. Ni los gobiernos, ni los estados, ni los países deciden a quien le compran y a quien no, o que tecnología usan. Hacerlo significa sacrificar la libertad de sus ciudadanos. No importa si la mayoría lo decidió a través de las elecciones, tampoco se trata de hacer lo que la mayoría eligió, eso es la tiranía de la mayoría, no es democracia. Se defiende la libertad de otros para lograr la libertad de todos. Los límites a la libertad tienen que ser pocos y para cosas fundamentales como la vida, el no agredir a terceros o atentar contra su vida. Nadie tiene derecho a interferir en las preferencias de los demás, ni a imponer su visión de la vida al resto. La solución no está en imponer otra visión diferente al resto de la comunidad si algo no nos parece. Solo con respeto a los demás y a sus preferencias personales lograremos el florecimiento humano.
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