¿Desaparecerá la humanidad por una falla de mercado?
Negar el deterioro que la actividad humana genera en el medio ambiente es una tontería; pretender que el problema se puede solucionar celebrando acuerdos entre los gobiernos de los diferentes países, es una ingenuidad. Ergo, la humanidad enfrenta un enorme problema.
Cambio climático es hoy el ejemplo más relevante de deseconomía externa, como se denomina al fenómeno de provocar daño con nulas consecuencias para quien lo provoca. Enorme discusión acerca de si se debe al accionar humano o a un ciclo “natural”, pero irrelevante desde el punto de vista decisorio. Porque los humanos tenemos que adoptar decisiones, aunque –difícil de creer– el problema no sea culpa nuestra.
El problema es mundial, pero no existe nada parecido a un poder mundial capaz de resolver el problema internalizándolo. En 1927, Torcuato Di Tella se enteró de que Juan Colominas, un español radicado en Montevideo, fabricaba una reproducción exacta de las máquinas de panadería SIAM. En lugar de hacerle juicio le ofreció la representación de dichas máquinas y Colominas aceptó. Este es un ejemplo de negociación privada que internalizó la economía y deseconomía externas.
Por su amplitud geográfica, es imposible esperar que la cuestión del deterioro ambiental se pueda solucionar de esta manera. Ergo, la humanidad está delante de un enorme desafío. Es fácil decir que la humanidad no se va a suicidar “en masa”, pero no existe hoy ningún mecanismo plausible que tome el toro por las astas. Alieto Aldo Guadagni, con la vehemencia que lo caracteriza, desde hace muchos años viene alertando al respecto.
La historia enseña que, afortunadamente, todos los pronósticos pesimistas terminaron fallando. El cambio tecnológico más que compensó los rendimientos marginales decrecientes; el aumento del ingreso y los anticonceptivos terminaron con la explosión demográfica y no ocurrió nada parecido al agotamiento de los stocks de recursos no renovables planteado hace medio siglo por el Club de Roma.
Pero me parece que estamos delante de un desafío diferente a los anteriores, los cuales se pudieron corregir sobre la base de millones de decisiones adoptadas de manera individual. Organicemos un gran concurso, que en materia ambiental pase del “qué”, que está razonablemente claro, al “cómo”, donde hoy por hoy abundan las declaraciones generales y los compromisos difíciles de hacer cumplir, por algo más concreto.
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