‘Todo depende de los incentivos’
Dice Naomi Klein, en su libro La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, que el modelo de libre mercado propuesto por Milton Friedman y sus seguidores se consiguió establecer en muchos países no porque fuese un planteamiento que contase con el apoyo popular, sino gracias a impactos sociales ocasionados por grandes desastres que conmocionaron a la gente y que permitieron instaurar unas medidas que eran, precisamente, impopulares. Cualquiera diría que lo que Klein afirma que realizaron los friedmanitas y demás seguidores de la Escuela de Chicago es lo que han intentado algunos de nuestros políticos. Sobre todo a la vista de ciertas fotografías, retiradas después, pero que aparecieron en las redes sociales, y que permiten advertir, con claridad, las estrategias “agendistas” de ministras como la de Igualdad.
En contra de lo que pueda parecer, se me hace muy difícil, cuando la gente está, todavía, buscando a sus seres queridos y quitando escombros de las calles, utilizar lo ocurrido en Valencia para tratar de analizar qué cosas podrían cambiarse para evitar que sucesos como el ocurrido vuelvan a tener lugar, ya sea allí, o en cualquier otro sitio. Pero también creo que es una obligación moral, para aquellos que no podemos estar allí quitando barro, analizar la situación y, modestamente, tratar de influir, en la medida de nuestras posibilidades, para que la gente vea la necesidad de adoptar soluciones que en conciencia consideramos las más correcta: por el bien de los demás, y de nosotros mismos. Y para ello lo primero que tenemos que hacer es darnos cuenta de algunas falacias que damos por ciertas, más desde una suerte de fe, que desde la razón.
Información e incentivos
Tanto el mercado privado como las estructuras políticas se enfrentan a dos grandes problemas, el de la información y los incentivos, que con detalle ha estudiado la Teoría de la elección pública, de Buchanan, entre otros. Quienes han sido seleccionados como representantes y directores de las políticas públicas deben poder conocer las necesidades y las preferencias de las personas a quienes sirven. Los políticos están a nuestro servicio, o, al menos, deberían estarlo, que no se nos olvide. Y deben proporcionar los bienes y los servicios que se deben proveer, según la organización política del país, por el Estado. Pero, además, y casi más importante, deben tener los incentivos correctos que guíen sus acciones en el sentido adecuado.
Y es que, en contra de lo que parece creer la gente, la democracia no garantiza que se vayan a obtener los resultados queridos por los ciudadanos, como por desgracia estamos viendo. Cierto es que tampoco el libre mercado es infalible y puede garantizar nada. La cuestión es determinar cuál de los dos modelos, el estatal o el privado, está mejor enfocado, en principio, para tener un mejor desempeño. Y la Teoría de la elección pública explica, creo que sin lugar a dudas, que quien mejor lo hace es el sector privado, precisamente porque en él la búsqueda de información información y los incentivos hacen que se alineen mejor los intereses de los distintos grupos sociales.
Políticos y burócratas tienen intereses propios
Pero el modelo que tenemos ahora mismo es el que es, y flaco favor nos haría, en el corto y medio plazo, preocuparnos exclusivamente de cambiar el modelo, ya que eso requiere tiempo y mucho esfuerzo. Por eso, sin perjuicio de tener en mente el objetivo a largo plazo, que instituciones como el Juan de Mariana hacen que no se olvide, conviene analizar también lo que tenemos, para tratar de mejorar, en la medida de nuestras posibilidades y hasta que no se cambie el modelo.
Autores como James Buchanan, Anthony Downs o Gordon Tullok, en su análisis económico de la política, parten de un principio claro, y que, creo, es el más realista: en la política sucede lo mismo que en el mercado, los individuos persiguen su propio interés, no el de otros. Tendemos a creer que los políticos, por el hecho de estar en el poder, dejan de ser hombres, y se convierten en una simbiosis perfecta de ángel y robot que les lleva a ser capaces de buscar, con el mayor rigor, el bien común. Y eso no es así: el político persigue, como lo hacemos los demás, su interés personal, tanto en su ámbito privado como en el público; y confiar en lo contrario es, me temo, una ingenuidad y un riesgo terrible.
Y sus intereses no son los nuestros
En efecto, tanto los políticos, como los funcionarios, persiguen sus intereses personales dentro de un marco normativo e institucional que guiará sus esfuerzos en una determinada dirección; el problema es que esta dirección no tiene por qué coincidir con el interés de los votantes. Así, el objetivo de los políticos tiende a ser siempre la reelección, y el de los funcionarios, maximizar el presupuesto sobre el que deciden y minimizar el esfuerzo que deban que realizar. Evidentemente puede haber otras motivaciones, pero la tendencia fundamental, la fuerza que tiende a galvanizarlo todo, es la que es, y no por una maldad o egoísmo especial, sino como consecuencia de la propia naturaleza humana.
Pero es que, además, hay una preferencia natural, en el político y en cualquiera, a procurar los beneficios a corto plazo, postergando los costes al futuro. Y, encima, todos determinamos nuestros objetivos a través del tamiz de ciertas teorías (intereses, ideologías…) que llevan a que algunas de las decisiones que tomamos se adopten incluso asumiendo que los resultados van a ser negativos -en algunos aspectos- para nosotros y para los que nos rodean. Y los políticos no son diferentes.
Inundaciones en Valencia
Creo que a ninguno se le escapa, a poco que haya estado pendiente de las noticias, que los tres problemas que hemos planteado -podríamos haber hablado de otros, pero alargarían el artículo más de lo conveniente- han estado presentes en Valencia: preferencia natural a buscar resultados en el corto plazo postergando los costes al futuro (que ha llevado a utilizar los recursos, escasos por naturaleza, para obtener réditos que se manifestaban en el corto plazo, y no en un futuro lejano y que a lo mejor no llegaba: ¿para qué acometer obras costosas cuyos beneficios no va a disfrutar la gente mientras gobierna el político bajo cuya dirección se ejecutan?).
También ha estado presente que la actuación no ha estado motivada actuar no para alcanzar un mayor bienestar de la gente, sino por ideología (que ha llevado a devolver los lechos, de los ríos y los barrancos, a situación primitivas, anteriores a las acciones del hombre dirigidas a atemperar, precisamente, los rigores extremos de la naturaleza: demoliendo presas que podrían haber ayudado en Valencia, o que pueden ayudar en un futuro en otros lugares); preocuparse más por dominar el “relato” que por solucionar los problemas reales, a fin de no perder votos, suceda lo que suceda en la realidad diaria de los votantes.
Pero los ciudadanos podemos hacer mucho. No ya solo, como está ocurriendo con las decenas de miles de voluntarios -valencianos y de otros lugares-, para paliar las consecuencias de las malas decisiones de nuestros políticos, sino también para obligarles a que alineen más sus decisiones con nuestros intereses. Y es que las acciones de los políticos, aun a pesar de los incentivos señalados, pueden cambiar.
La apatía
En efecto, dado que el objetivo de los políticos es la reelección, dependerá de la actitud de los votantes cómo intenten los políticos alcanzar su fin. Si los votantes son racionalmente apáticos, están desinformados, o se han adherido a teorías erróneas, el incentivo del político no será sacarlos de su error. Querrán ofrecerles lo que buscan. Sus esfuerzos no se destinarán a satisfacer sus necesidades, ya que ello implica grandes esfuerzos, riesgos, y que las consecuencias de sus actos se materialicen principalmente en el largo plazo. Les será más sencillo esforzarse por conocer bien las creencias de sus votantes y utilizar la retórica adecuada a fin de obtener su voto.
Es lo que haríamos la mayoría, si estuviésemos en su lugar. De ahí el interés que todos los políticos manifiestan, sean de un color u otro, por controlar la educación y los medios de comunicación, cercenando, si es necesario, la libertad de prensa.
Por el contrario, si los ciudadanos saliesen de su apatía, se obligasen a analizar las cosas en profundidad, valorasen las decisiones que se toman con objetivos a largo plazo, etc… si se hiciese todo eso, los políticos, precisamente para obtener la reelección, tendrían que cambiar su forma de actuar y los criterios que guían sus decisiones.
Información e incentivos: los votantes
Evidentemente, los mismos problemas de información e incentivos que planteamos respecto de los políticos, existen respecto de los votantes. ¿Nos compensa a cada uno de nosotros dedicarle tiempo y esfuerzo a analizar con detalle lo que hacen nuestros políticos y funcionarios, máxime cuando nuestra capacidad de influencia -un solo voto- es muy escasa? ¿No estamos también nosotros influidos por la preferencia por el corto plazo y por disfrutar lo antes posible de los beneficios de las cosas que nos afectan postergando los costes al futuro? ¿Acaso nuestro enfoque no está condicionado también por nuestras ideologías? ¿No nos preocupamos fundamentalmente de nuestro bienestar particular, importándonos poco el bien común? Es evidente que sí, pero también es evidente que si nosotros no hacemos el esfuerzo por cambiar, difícilmente lo harán quienes nos gobiernan; además de que careceremos de la autoridad moral para exigírselo.
La sociedad civil está demostrando, en Valencia, que es capaz de olvidarse de los propios intereses y centrarse en solucionar también los problemas ajenos. Sólo por eso merece la pena tener esperanza y, gracias a esa esperanza, tiene más sentido hacer el esfuerzo. Sus esfuerzos no se destinarán a satisfacer sus necesidades, ya que ello implica grandes esfuerzos, riesgos, y que las consecuencias de sus actos se materialicen principalmente en el largo plazo. Les será más sencillo esforzarse por conocer bien las creencias de sus votantes y utilizar la retórica adecuada a fin de obtener su voto. Es lo que haríamos la mayoría, si estuviésemos en su lugar. De ahí el interés que todos los políticos manifiestan, sean de un color u otro, por controlar la educación y los medios de comunicación, cercenando, si es necesario, la libertad de prensa.
En el ámbito privado hay esperanza
Por el contrario, si los ciudadanos saliesen de su apatía, se obligasen a analizar las cosas en profundidad, valorasen las decisiones que se toman con objetivos a largo plazo, etc… si se hiciese todo eso, los políticos, precisamente para seguir siendo reelegidos, tendrían que cambiar su forma de actuar y los criterios que guían sus decisiones.
Evidentemente, los mismos problemas de información e incentivos que planteamos respecto de los políticos existen respecto de los votantes: ¿nos compensa a cada uno de nosotros dedicarle tiempo y esfuerzo a analizar con detalle lo que hacen nuestros políticos y funcionarios, máxime cuando nuestra capacidad de influencia -un solo voto- es muy reducida? ¿No estamos también nosotros influidos por la preferencia por el corto plazo y por disfrutar lo antes posible de los beneficios de las cosas que nos afectan postergando los costes al futuro? ¿Acaso nuestro enfoque no está condicionado también por nuestras ideologías? ¿No nos preocupamos fundamentalmente de nuestro bienestar particular, importándonos poco el bien común? Es evidente que sí, pero también es evidente que si nosotros no hacemos el esfuerzo por cambiar, difícilmente lo harán quienes nos gobiernan; además de que careceremos de la autoridad moral para exigírselo.
La sociedad civil está demostrando, en Valencia, que es capaz de olvidarse de los propios intereses y centrarse en solucionar también los problemas ajenos. Sólo por eso merece la pena tener esperanza y, gracias a esa esperanza, tiene más sentido hacer el esfuerzo.
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