Macbeth y la escolaridad
Transcurría el año 1606 cuando un inquieto y ávido William Shakespeare, lector de acontecimientos políticos y sociales de su época, contemplaba la calamidad de la peste bubónica que se desarrolló por entonces en Inglaterra y buena parte de Europa, forzando al cierre de la vida en una danza trágica que emulaba a algunas de las más grandes obras hasta entonces escritas. En este contexto surge, entre otras, la prolífica narración que lleva por nombre Macbeth, la historia de un noble general escocés que, influenciado por la ideología de diferentes consejeras de su entorno, emprende la conquista del trono en ese país, logrando su cometido a costa de desencadenar atrocidades que le consumen hasta su desenlace. Las memorables líneas que el inmortal dramaturgo entrega, simbolizan un canto a algunas de las sombras más recurrentes de nuestra especie, como lo es la búsqueda del poder, la ambición desmedida y el arrollamiento del libre albedrío hasta sus últimas consecuencias.
La relevancia de creaciones de tal calado no se limita a la tentación de profundizar acerca de nuestros propios demonios, miedos, dudas o cobardías -que lejos de una mirada de juicio sobre sí, emplaza a identificar su potencial superación con los insospechables beneficios detrás de esta sujeción de timón mental- sino como espacios que invitan, más allá, a revisar cómo manejamos y participamos en los asuntos más colectivos al presente, especialmente aquellos donde hacemos uso de posiciones de poder o somos objeto del efecto de éste. Con desalentadora frecuencia, se suelen arrollar convicciones o lesionar derechos u oportunidades de nuestros semejantes en distintas materias del quehacer humano. Por mencionar, en la comprensión del modelo educativo tradicional, jerarquizado, pulcramente diseñado e impertérrito, el general Macbeth podría ser encarnado por todo aquél interesado en preservar el orden establecido sin cuestionamientos, a decir, aquél donde el aparato estatal o administrativo planifica, diseña y ordena los conocimientos, programas y contenidos que deben impartirse, sin la tan necesaria mirada crítica respecto a lo que hacemos y cómo lo hacemos, en especial cuando los resultados de esas decisiones en el presente y futuro son y serán costeadas por otros, tanto de forma material como incluso en el terreno moral en la relación con sus pares.
Con célebre visión, John Emerich Edward Dalkberg Acton, más comúnmente conocido como Lord Acton, dijo alguna vez “El poder corrompe, pero el poder absoluto corrompe absolutamente”. Y una de las formas de consolidar este poder sin un necesario uso de la fuerza, suele acontecer desde medios mucho más sutiles que la conquista de un reino y o la eliminación de un rey como lo fue Duncan en la historia shakesperiana, sino a través de la enseñanza de aquellas visiones del mundo que sirven a los fines de los ostentadores del poder, lejos de las virtudes de la pedagogía clásica inspirada en el método socrático, donde una conversación o intercambio entre personas, ajeno a fines evaluativos o centrados en el mero resultado observable, abría un auténtico espacio de aprendizaje y creación de capacidades, como sostiene, por ejemplo, la autora y filósofa estadounidense Martha Nussbaum en el reconocido texto que lleva ese nombre.
Las brujas que atizan al general Macbeth a actuar por medios hostiles contra su reino, reforzado por las creencias y ambiciones de Lady Macbeth, podrían ser una metáfora de todos aquellos asesores, técnicos y creadores de políticas públicas, que edifican magníficas obras de ingeniería social o docente para impartir en sus países, pese a “olvidar” selectivamente algunos de los componentes más importante del ser humano, como lo son la diversidad y la complejidad enraizada en nuestra esencia, acaso la fuente por excelencia del valor de la vida, que radica en la heterogeneidad y no en la homogeneidad. Nuestras habilidades y talentos no pueden ser encasillados en un cierto perfil de clases o contenidos, como no pueden serlo tampoco nuestras potencialidades físicas o destrezas socioemocionales. Así, valorar la diferencia como punto de partida en los procesos formativos de niños y adolescentes, supone el verdadero salto adelante en la búsqueda de innovar y crear valor, favoreciendo elementos como la participación de los padres en el diseño de propuestas, la facilitación del emprendimiento en materia educativa (como existen no pocos casos en Europa, EEUU e incluso en Latinoamérica por medio del llamado Homeschooling) y, por supuesto, la existencia de un sistema de reglas claras que favorezca la inversión intelectual -derechos de propiedad intelectual- para ampliar la oferta, logrando el acceso de personas de todos los niveles de la sociedad. Como siempre, no se trata de abolir lo existente, sino de generar los mecanismos y acciones para amplificar la oferta no sólo de productos y servicios educativos, sino de ideas que favorezcan la inclusión de los diferentes, lejos del dogma y la doctrina administrativa a ultranza.
El problema radica en que muchos decisores y hacedores de las formas tradicionales de educar -cuando no, de adoctrinar-, avizoran nada más que amenaza en cualquier paradigma alternativo de fomentar el pensamiento. El modelo de escolaridad actual parece encontrarse en un estado de agotamiento respecto a su capacidad de ofrecer respuestas ante la voluble naturaleza humana y su entorno cultural, en especial si nos referimos a las nuevas generaciones, cada vez más ávidas de respuestas, rebosantes de curiosidad e implacables en sus deseos, para lo cual se necesitan estrategias y enfoques de enseñanza que integren aspectos socioemocionales, de gestión de recursos, toma de decisiones y autoconocimiento, como fuente natural de búsqueda de respuestas y aprendizaje, permitiendo la existencia de medios evaluativos no obligatorios, donde existan distintas maneras de verificar conocimientos o habilidades según se desee, manteniendo igualmente los procesos de revisión de saberes en instancias superiores -por mencionar, universitarias-, como forma de validación de competencias.
Por desgracia, la mediedad aristotélica y la adopción de conductas más frugales que oscilaban entre los límites de nuestra existencia y la fe en sus potencialidades, -que por siglos constituyeron el basamento conductual del ser humano en su camino hacia el logro de grandes hazañas en la ciencia, las artes o la filosofía-, quedan a merced del mero tecnicismo sin memoria, de un esnobismo material qué privilegia el resultado por sobre el proceso, del instrumentalismo furioso o de la frialdad relacional con otros, elementos que nos catapultan a las antípodas del valor de las ideas y las emociones, la sensibilidad hacia la estética o la integración de principios que regulen la vida individual y social desde la libertad.
Desde luego, no todo está perdido. El hecho de que las mencionadas formas no tradicionales de educar hayan aumentado significativamente en los últimos tiempos, permite mantener cierto grado de confianza en que la discusión aún se encuentra vigente, especialmente si los más interesados (padres, representantes y particulares que deseen ofrecer alternativas educativas) se mantienen en la discusión pública.
En su delirio final, Macbeth no imaginó que podría ser derrotado en combate, entregado a la creencia de las brujas y su ceguera de poder. Macduff, hijo de Duncan, pone a prueba esta creencia finalmente venciendo al extraviado general, colocando un punto y final a su periplo cargado de angustia y necesidad. Extrapolando lo fatídico al mundo que nos compete, la discusión de ideas a la que se debe aspirar en materia educativa, consta de un cambio de perspectiva en las formas de hacer y ver la escolaridad, no sólo como un mero proceso de adquisición de conocimientos técnicos, comunicativos o profesionalizantes a futuro, sino como un espacio para el descubrimiento del sí mismo, donde confluyen principios que caracterizan nuestra identidad, en tanto ofrecen una vía hacia el cultivo de valores y prácticas que permitan la existencia de sociedades más responsables y capaces de sortear sus vicisitudes o sombras, alejándose a sí de senderos intempestivos como el retratado en el relato de Shakespeare.
El autor es antropólogo e investigador.
- 8 de junio, 2012
- 15 de abril, 2019
- 8 de junio, 2015
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