El dilema de Corina
Se necesita volver a escribir sobre Venezuela. Es demasiado el dolor de más de 30 millones de personas tan cercanas a Chile y que además fueron tan solidarias con nosotros cuando perdimos nuestra democracia. Ha pasado un mes de la elección en que millones de venezolanos modestos y empobrecidos fueron engañados y humillados por Maduro desconociéndoles su esforzado voto. La posterior reacción violenta del ya definitivo dictador demuestra que ese pueblo y sus dirigentes enfrentan un desafío que literalmente es de vida o muerte. Difícil que puedan recuperar su democracia y volver a reunirse con sus familias sin muchos dispuestos a entregar sus vidas.
El dilema de Corina es, ¿sigo llamando a los venezolanos a manifestarse en las calles, aunque eso genere la muerte, prisión y tortura de decenas o centenares de ellos en manos de los secuaces de Maduro?
Esa ha de ser la angustiante pregunta que se debe estar haciendo María Corina mañana, cada semana, cada mes. Lacerante para una persona que ha mostrado estar actuando con plena conciencia, y cuyos actos parecen surgir de su profundo amor por cada uno y cada una de sus compatriotas. Además, para una persona religiosa, ese dilema debe ser desgarrador.
Pero parece inevitable que Venezuela no va a recuperar su democracia por la intervención extranjera. Las acciones de los venezolanos serán las que logren o no terminar con la dictadura que los oprime. Y la principal palanca que tienen a la mano son las manifestaciones en las calles insistiendo que Maduro entregue el poder alcanzado ilegalmente.
Ni las presiones externas solas, ni las manifestaciones internas solas bastan para restaurar la democracia. Cada una es condición necesaria pero no suficiente. En lo que ha devenido el sistema político y económico internacional actual era ingenuo pensar que la presión externa de algún país o grupo de ellos fuera lo determinante para sacar del poder al dictador y su camarilla. Para ningún país con capacidad de intervenir Venezuela es tan importante como para asumir los riesgos asociados a esa acción. No lo es para Brasil y tampoco para Colombia ni México. Menos para Estados Unidos. La muy probable emigración que volvería a agudizarse tampoco es algo que afecte mucho a esos países.
Lo principal que podría ocurrir en el plano internacional es que, dentro del inestable equilibrio de poder mundial actual entre las tres potencias nucleares, alguna decida “entregar a Venezuela” (terminar su apoyo) a cambio algo que busca obtener. Por ejemplo, que, en una negociación de paz en Ucrania o Gaza, EE.UU. obtenga que Rusia y China den su apoyo a una resolución especial de Naciones Unidas que abra alguna opción de intervenir allí en favor de la democracia. En otras palabras, Venezuela es sólo una ficha o “moneda de cambio” más en el tablero de poder mundial. Chile no fue ni siquiera eso durante nuestro proceso de recuperación democrático.
La presión en las calles periódicamente es insustituible para que Venezuela vuelva a la democracia. Es indispensable, aunque sea insuficiente por sí sola. Una dictadura casi siempre se termina de una manera u otra por una división interna entre las personas, grupos o instituciones en el poder. En el caso venezolano probablemente vendría del fin del apoyo de los militares a Maduro y sus cercanos. Hasta los más poderosos dictadores dependen de otros para mantenerse en el poder. Operan dentro de un sistema.
Los militares, como todo grupo humano, tienen sus aspiraciones, pero también una racionalidad mínima sobre los costos que están disponible a pagar para alcanzarlas. Seguramente la principal aspiración de la oficialidad militar venezolana sería conservar su poder, privilegios y altos ingresos entregados directamente a ellos por Maduro. Hasta la elección de julio estaban obteniendo lo que querían sin grande costos ni sobresaltos. Pero eso cambió indefectiblemente el 28 de julio. Antes, Maduro podía argumentar que tenía una determinada legitimidad democrática alcanzada en su anterior elección. Hoy día, tanto los oficiales más cercanos a Maduro como muchos otros no tan cercanos y las tropas en general, deben estar dudando y poniéndose nerviosos. Se deben dar cuenta que el costo de aparecer apoyando a Maduro subió ostensiblemente. Es inevitable, por su forma militar de pensar, que ya haya algunos considerando alternativas.
Hay varios estudios y libros recientes sobre cómo caen las dictaduras. “Ser un tirano es peligroso”, como dice el cientista político alemán Marcel Dirsus. Parodiando a Tolstoi, en el poder los dictadores son todos parecidos, pero en sus formas de caer son diferentes. Tienen un patrón común: parecen invencibles hasta que alguien que lo sostenía simplemente dejó de obedecerle. Y esto se acelera con presiones.
De 865 dictadores que han perdido el poder en más de 180 países desde la Segunda Guerra, el 69 % terminó en la cárcel, el exilio o asesinados. Por eso es peligroso serlo y se aferran al poder con tanta violencia y amenazas. Pero penden de un hilo: de un momento a otro quedan solos; recordemos a Mussolini, Gadaffi, Ceausescu, Trujillo, etc.
Las dictaduras parecen muy sólidas, pero en su base tienen sostenes débiles. Y no caen solo por los empujones desde fuera de ellas, sino también por movimientos internos que conducirán a su término especialmente si afuera hay gente confiable y capaz de hacerse cargo del país. Eso pasó en Chile y en muchos otros lugares. Creo que pasará en Venezuela principalmente gracias al estilo de liderazgo de María Corina. Por eso, a pesar del miedo, suyo personal y de tantos compatriotas, llama a “no dejar las calles” y declara que “hoy tenemos más fuerzas que nunca”. Ganarán gracias a su determinación, inteligencia, sabiduría y genuino amor por los venezolanos.
- 31 de octubre, 2006
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