El resurgimiento de la extrema derecha europea
Associated Press explicaba lo que habia acontecido en las elecciones parlamentarias francesas en el decimoctavo párrafo de su crónica del 8 de julio: “En lugar de unirse detrás de [el presidente Emmanuel] Macron”, informaba AP, “millones tomaron la votación como una oportunidad para desahogar la ira sobre la inflación, el crimen, la inmigración y otros reclamos”.
Al final, el beneficiario del descontento fue el Nuevo Frente Popular (NPF) de extrema izquierda, una alianza de comunistas, activistas del cambio climático, populistas y socialistas que se han apartado de la socialdemocracia. La aglomeración del NPF obtuvo el mayor número de escaños en la Asamblea Nacional (más de 180), los muy disminuidos centristas de Macron quedaron en segundo lugar (con más de 160 escaños) y la Agrupación Nacional, el partido nacionalista y populista de extrema derecha liderado por Marine Le Pen, terminó en tercer lugar (con más de 140 bancas). Esta cifra difiere bastante de la mayoría que muchos temían que lograría la Agrupación Nacional después de haber obtenido (con sus aliados) unos 10,5 millones de votos en la primera vuelta electoral, cómodamente por delante del NPF y de los candidatos del Partido Renacimiento de Macron.
Pero eso fue antes de que Macron celebrara un acuerdo con el NPF, por el cual cada parte retiraba a sus candidatos en los distritos en los que la otra era más fuerte, socavando de hecho a los candidatos de la Agrupación Nacional.
Si bien los partidos europeos usualmente calificados de “extrema derecha’ son heterogéneos, las diversas formas de nacionalismo, populismo, euroescepticismo y conservadurismo muy asertivo asociadas a ellos se encuentran en alza, como se ha visto en los recientes comicios al Parlamento Europeo.
¿Cómo deberían lidiar con ellos los partidos mayoritarios existentes? ¿Deberían formar coaliciones para ayudarlos a incorporarase al “sistema” o establecer un “cordón sanitario” para mantenerlos alejados del gobierno y de otras instituciones nacionales y europeas?
Hasta ahora, los europeos del norte, particularmente los escandinavos, han optado por la primera opción. En cambio, Alemania, España y actualmente Francia han elegido la segunda. En algunos países, la extrema derecha, como el partido italiano Hermanos de Italia (encabezado por una mujer, la Primera Ministra Giorgia Meloni), el Partido de la Libertad de Austria, el húngaro Viktor Orbán y Jaroslaw Kaczyński de Polonia ya han alcanzado el poder. En Italia, el gobierno resultó ser más de “derechas’ que de “extrema derecha”, mientras que en Hungría ocurrió lo contrario. No existe una fórmula definitiva.
¿Qué es lo que impulsa la popularidad de la extrema derecha en Europa? Detrás de los agravios citados está el fracaso de los modelos socioeconómicos de Europa y Francia.
En Francia, por ejemplo, el gasto público representa ya cerca del 60% de toda la actividad económica del país, generando enormes déficits gubernamentales (5,5% del Producto Bruto Interno este año) y una deuda (que asciende ya al 111% del PBI) y está desplazando a la inversión privada.
El tamaño del gobierno nacional y sus cargas reguladoras se ven agravadas por la Unión Europea, que interviene a través de su gigantesca burocracia en las 27 economías de la UE.
El resultado es trágico: en las cuatro mayores economías de la UE, el crecimiento de la productividad se ha desplomado de alrededor del 7% hace varias décadas a cero en la actualidad. El éxito de algunas importantes empresas francesas se debe a su habilidad para sobrevivir en este entorno asfixiante y, lo que es quizás más importante, al capitalismo de amigos. Mientras tanto, la economía francesa se encuentra estancada y tres cuartas partes de los hogares franceses reciben algún tipo de asistencia gubernamental.
Francia no está sola. Desde 2008, el ingreso per cápita en la UE ha crecido a una anémica tasa promedio del 0,6% anual, la mitad que el ritmo del aumento en Estados Unidos (también lejos de ser el adecuado, pero ese es otro tema), y muy por debajo de la tasa de inflación, especialmente desde la pandemia.
Este estancamiento se ha traducido en una escasa movilidad social ascendente y una creciente frustración con el gobierno y la burocracia europea, a los que muchos culpan de sus problemas. La reacción contra la inmigración debería ser analizada desde esta perspectiva.
Incluso en las sociedades abiertas y libres, los masivos ingresos de extranjeros suelen ser recibidos, al menos al principio, con recelo. En las sociedades en las que la mayor parte de la gente depende de manera abrumadora del gobierno y no logra ser participe de las “bendiciones” del capitalismo de amigos, se vuelve una cuestión infinitamente más delicada (agravada, en Francia y varios otros países, por las minorías militantes que operan entre los inmigrantes musulmanes y ofrecen un pretexto a los grupos xenófobos).
Esto no implica que las sociedades más flexibles y generadoras de riqueza sean totalmente inmunes a problemas similares. Estados Unidos tiene un sistema más abierto y flexible que Europa (aunque dista mucho de ser lo que alguna vez fue), y la inmigración es también un punto álgido en materia política.
Pero un sistema en el cual la iniciativa individual, la innovación y la inversión sigan siendo alentadas, y en el que las personas sientan que aún tienen la oportunidad de triunfar y prosperar, proporcionaría a los verdaderos liberales de Europa una base mucho más sólida para luchar tanto contra la extrema izquierda como contra los populistas nacionalistas.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí.
Álvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global del Independent Institute. Sus libros del Independent incluyen Global Crossings, Liberty for Latin America y The Che Guevara Myth.
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