La rebelión de Atlas: más actual que nunca
Atlas, en la mitología griega, era el titán condenado por Zeus a sostener la bóveda celeste sobre sus hombros. En La rebelión de Atlas, monumental novela de Ayn Rand, este titán se utiliza como metáfora que representa a los individuos productivos de la sociedad: empresarios visionarios y trabajadores competentes que, mediante su dedicación, sacrificio y buen hacer, sostienen el mundo. ¿Qué pasaría si Atlas, cansado de cargar con el peso de los cielos, harto de ser maltratado y humillado, decidiera rebelarse y sacudirse los hombros?
Ayn Rand nació en San Petersburgo en 1905, donde pronto recibiría la vacuna contra el socialismo. Huyó de Rusia y se afincó en Estados Unidos, donde presumiría de ser más estadounidense que nadie, pues no lo era por la lotería del nacimiento, sino por convicción personal. Allí desarrolló una fructífera carrera como escritora y filósofa, de marcada tendencia libertaria. En 1957 publicó su obra maestra: La rebelión de Atlas. Este llegó a considerarse el libro más influyente en Estados Unidos después de la Biblia.
Recientemente, Deusto ha republicado las obras de Rand en una cuidada colección con una traducción mejorada; una reedición que me ha animado a emprender, por fin, esta vieja lectura pendiente, durante tanto tiempo aplazada. Y esta reedición llega en el momento preciso, pues la crítica de Rand a la destrucción de la sociedad mediante el intervencionismo y el expolio estatal es hoy más necesaria que nunca.
¿Quién es John Galt?
En La rebelión de Atlas se entretejen muchos libros en uno solo. Por un lado, es una novela apocalíptica en la que el mundo se encamina a la destrucción, pero no debido a la típica catástrofe natural, ni a una pandemia, ni a una invasión zombi o a una guerra nuclear, sino debido a la deriva política hacia un creciente estatismo.
La rebelión de Atlas también es una novela épica, una batalla de titánicas proporciones entre el bien y el mal: los individuos que reclaman libertad se rebelan contra esa maquinaria estatal que va acumulando poder y control sobre la población, que cercena sin piedad la libertad, que premia la irresponsabilidad y que castiga la excelencia.
También tiene parte de obra de misterio, en la que los más productivos van desapareciendo, abandonando sus empresas y sus trabajos, siguiendo a un misterioso líder llamado John Galt, dispuesto a «parar el motor del mundo». Mientras, una pregunta se propaga incesante de boca en boca: «¿Quién es John Galt?»
Pero, por encima de todo, La rebelión de Atlas es un tratado filosófico: Rand entreteje todas las tramas sobre el tapiz de la filosofía «objetivista» que ella misma alumbró. A través de los personajes, la autora expone su visión de la realidad, de la naturaleza humana, de la ética, de la política, de la economía y de las relaciones personales.
Contra el intervencionismo económico
En la novela, el principal impulsor de la trama es el creciente intervencionismo del Estado. La clase gobernante, compinchada con empresarios privilegiados, líderes sindicales, científicos subsidiados y periodistas comprados, van aprobando regulaciones y expropiaciones cada vez más dañinas. Las demoledoras consecuencias del estatismo, a su vez, generan adicionales dosis de interferencia estatal, provocando un imparable bucle de destrucción económica.
Así, se imponen medidas de redistribución coactiva de los recursos; se regula y asfixia a los empresarios exitosos; se impide la expansión y la adecuada financiación de las empresas; se coacciona a los emprendedores más capaces desde medios de comunicación comprados; y se imponen impuestos prohibitivos a los más productivos para subsidiar a los improductivos, a aquellos que se arriman al calor del poder político.
Ante el destrozo económico generado, los gobernantes deciden imponer controles generalizados de precios, de salarios y de empleos; incluso, se establece un racionamiento político de la producción y el intercambio. El gobierno abusa de la emisión de papel moneda, provocando inflación y el expolio de los ahorros. Y se nacionaliza la innovación, la inversión y la ciencia, cosechando un acelerado retroceso tecnológico y la miseria generalizada.
El capitalismo como ideal ético
La rebelión de Atlas deja claro que el estatismo genera destrucción económica y que, si no se le pone freno, desemboca en un empobrecimiento generalizado. No en vano, Rand fue una avezada estudiosa de algunos de los más lúcidos economistas de su época, como Ludwig von Mises. Pero una idea permea toda la obra: que el capitalismo, el libre mercado, la libertad individual y el derecho a la propiedad privada no son solo recomendables por sus benéficas consecuencias económicas, sino que, ante todo, conforman un ideal ético.
Expoliar por sistema a quien satisface las necesidades ajenas en el mercado libre, para entregar lo expoliado al improductivo, no es que sea económicamente ineficiente, sino que para Rand es éticamente reprobable. De igual manera, el intervencionismo del Estado, buscando incrementar el poder y control sobre la población, tampoco es un mero problema económico sino, ante todo, ético: es una vulneración a gran escala de los derechos individuales más básicos, consustanciales a la naturaleza humana.
Una sociedad condenada
Ayn Rand nos legó en La rebelión de Atlas, en boca del personaje Francisco d’Anconia, un visionario recordatorio para sus lectores del futuro: «Cuando veáis que el comercio se realiza, no por consentimiento, sino por coacción; cuando veáis que para poder producir necesitáis obtener autorización de quienes no producen; cuando observéis que el dinero fluye hacia quienes trafican, no en bienes, sino en favores; cuando veáis que los hombres se enriquecen por soborno y por influencia en vez de por trabajo, y que tus leyes no te protegen contra ellos, sino que les protegen a ellos contra ti; cuando veáis la corrupción siendo recompensada y la honradez convirtiéndose en autosacrificio, podéis estar seguros de que vuestra sociedad está condenada».
Resulta difícil leer La rebelión de Atlas en nuestros días y no ver reflejada, nítida como la imagen de un espejo, la deriva intervencionista y autodestructiva a la que nos llevan nuestras clases gobernantes.
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