Algunas cuestiones disputadas del anarcocapitalismo (XCII): Javier Milei y la anarquía política
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La llegada a la presidencia de un estado de relativamente grandes dimensiones, como es la Argentina, por un declarado seguidor de la doctrina anarcocapitalista, como Javier Milei, es desde luego una oportunidad de oro para contrastar primero cómo funciona un estado, y segundo, los problemas que puedan existir para implantar, no ya el anarcocapitalismo, sino un programa liberal clásico.
Ni siquiera minarquista, pues el programa político de este ideario reduce el alcance del estado sólo a ámbitos seguridad y la justicia, y aún estas funciones en una escala lo más reducida posible, y de momento las reformas previstas en el decreto ommnibus de Javier Milei, no son tan ambiciosas y dudo mucho de que vayan mucho más allá de ese decreto, no por que él no quiera sino porque muchos de los suyos aparentemente no. Con que sea capaz de llevar a cabo sólo una parte de lo que en el se propone ya sería un un gran éxito. Y creo que ello, menos en el ámbito legislativo, se va a conseguir. Otra cosa es su implementación, pero eso quedaría para mas adelante.
La anarquía política
Y esto no es porque el presidente Milei reniegue de sus principios, que de momento parece que no lo hace. Es más, su discurso público sigue siendo más o menos el mismo que antes de asumir el cargo. Sino porque Javier Milei se ha encontrado con otra anarquía; no la del mercado sino la que impera en el mundo político. Antes de comenzar a analizarlo es también pertinente hacer una advertencia que tiene que ver con el alcance del poder.
En economía han sido bastante bien estudiadas las economías de escala, pero despiertan bastante menos interés las economías de alcance. Esto es, aquellas que miden la capacidad de control que tiene un dirigente sobre la actuación de sus subordinados, sea en el espacio público o en el privado. Algo de esto se apunta en el debate del cálculo económico sobre el socialismo, cuando se habla de capacidad de procesamiento de información. Pero no se aplica al interior de las organizaciones.
Límites al control de las organizaciones
Los manuales clásicos de administración, como el clásico de Kast y Rosenzweig, se detienen algo en este tema. Y tampoco está de más consultar sobre estos temas a Henry Mintzberg, uno de los principales estudiosos de la organización contemporánea en su poco conocido (en nuestros ambientes) La estructuración de las organizaciones.
Este debate, por desgracia, no se ha incorporado al maistream austríaco, a pesar de que este concepto podría ser muy útil a nuestros debates. En especial los referidos al cálculo económico dentro de empresas y gobiernos.
Esta es bastante estable, pues las capacidades humanas de control efectivo son relativamente reducidas. Se calcula que entre seis y diez personas es el control directo máximo que puede alcanzar un líder, ya partir de entonces debe delegar en otros. Ni siquiera los medios informáticos permiten incrementar el alcance porque también las actividades que llevan a cabo los subalternos que usen estos medios se hará mucho más compleja y difícil de controlar.
Un viejo libro de unos de los grandes genios del estudio de la administración pública, Christopher Hood, titulado en español Los alcances de la administración pública, nos da cuenta de cuales son estos problemas. También de los medios imperfectos que se usan para intentar hacerlos manejables y dar la apariencia de control. El uso de controles aleatorios es uno de ellos, por ejemplo.
Estructura en árbol del control de los subalternos
Esta breve alusión a la teoría de la organización tiene como fin recordar que el presidente Javier Milei sólo puede controlar una parte muy reducida de la actuación de sus ministros. Y sólo aquellas actuaciones que despierten el interés de los medios o que lo comprometan muy seriamente serán objeto de su atención. No por vagancia o desinterés, sino porque su capacidad de control está muy limitada. Y más siendo una persona que, como es normal, gasta buena parte de su tiempo en reuniones, viajes al extranjero o cumbres mundiales, sin contar todas las ceremonias y actos a los que se ve obligado a asistir por cuestiones de representación de la nación.
Esto es, la mayoría de los detalles de las medidas que toma el gobierno no llegan al conocimiento de presidente. Y es por esto por lo que existen gobiernos colegiados y no mandatos de una sola persona. La delegación es, pues, imprescindible. Y a estos niveles debe hacerse con personas de la más absoluta confianza, si es que esto existe en el mundo político. Lo mismo acontece a otros niveles con los ministros, que tampoco son capaces de controlar todo su ámbito de administración. Y de ahí para abajo, hasta llegar a los llamados burócratas de ventanilla, que también son casi siempre dificiles de controlar, aunque no tanto como en los niveles superiores. Hay otro libro muy interesante: el de Michael Lipsky, Street-level Bureaucracy que ilustra muy bien este punto.
De ahí la importancia que tiene la cohesión ideológica a la hora de organizar un gobierno que va a confrontar con otros actores estatales muy poderosos y bien organizados, como policías, profesores, jueces o altos cargos técnicos de la administración.
Anarquía interna del Estado
Cuando en artículos anteriores nos referimos a la anarquía interna en los estados explicamos que la coordinación de estos depende bien de medios económicos, esto es, sueldos y prebendas, (incluyendo a veces la tolerancia con prácticas corruptas), bien de medios ideológicos, como un sentimiento claro de misión inspirado por algún ideario fuerte compartido por los miembros. Esto incluye también a veces el chantaje referido a la revelación pública de información delicada que fuerce la renuncia del elemento díscolo. O también el medio más común, que es el de combinar ambas formas de cohesión. Lo único excluido dentro del estado es el uso de la fuerza en el interior del estado, pues entonces esta cohesión tan fuerte no se podría dar.
Pero lo primero y principal que hay que cohesionar es el propio partido o grupo político, pues si esta no se da es muy difícil competir con los otros grupos de poder dentro de un estado. Visto desde fuera no parece que el presidente Milei haya enfatizado mucho en la cohesión ideológica de su gabinete o de su partido, La Libertad Avanza, coalición que respalda al presidente. Parece que combina elementos libertarios con conservadores clásicos argentinos, en el que los primeros, representados en el Partido Libertario, no parecen estar en mayoría.
La cuestión de las coaliciones
Al ser una coalición de fuerzas, no tiene un ideario definido; sólo el que cada uno de sus partidos establece. Han llegado a acuerdos para presentar un programa común que todos puedan respaldar. Una coalición es por definición anárquica. Esto es, cada una de las fuerzas en las que descansa la coalición es formalmente soberana para abandonar el acuerdo, y por lo tanto tiene que contar con algún tipo de incentivo para permanecer en ella.
Cuando se negocia algún tipo de medida con otras fuerzas dentro de la coalición de gobierno, que incluye fuerzas de la derecha tradicional y del viejo radicalismo argentino, cada una de las fuerzas debe ratificarla, normalmente de forma tácita, para que esta se ejecute. Lo mismo ocurre cuando se negocia con fuerzas ajenas al gobierno, que pueden ser fuerzas de la oposición, gobiernos provinciales o locales. Lo mismo acontece con las relaciones con la administración pública, las policías, el ejército y la magistratura, sin contar, claro está, con los grupos de presión económica asociados al estado argentino.
Esto, es el proceso legislativo y de gobierno, al no contar con máquinas de partido bien engrasadas organizativa o ideológicamente, se convierte en una constante negociación entre fuerzas. Por definición, al ser la postura del presidente Javier Milei la más radical en el sentido de libertaria, sólo podrán resultar cesiones en su ideario de máximos. Si bien las otras fuerzas por su parte también tendrán que aceptar cesiones en su conservadurismo o intervencionismo para seguir manteniendo la coalición. Y este quizás sea suprincipal logro político a medio y largo plazo, el de cambiar aunque sea parcialmente el discurso de la derecha argentina.
Implantar un programa libertario sin libertarios
A esto se suma que en su gabinete hay poca presencia libertaria, por lo menos no consta que ninguno de los principales libertarios argentinos, que acostumbran a ser consistentes y muy biens formados, quizás por el entorno en que han desarrollado sus carreras. Pero no es lo mismo un gobierno en el que sus miembros interiorizan las ideas que uno en el que hay que explicarles las razones de porque se toman unas o otras decisiones. Y dejados a su propio impulso, tienen que tomar ellos decisiones por su cuenta. Al no poder el presidente fiscalizarlas todas, se dejarán llevar por sus propias ideas o intereses. Y harán lo que entiendan pertinente de acuerdo a ellas, no a los principios defendidos por el líder.
No es de extrañar que muchos partidos, en especial los que aspiran a hacer transformaciones sociales profundas, hagan mucho uso de la pureza ideológica, aunque sea como simple señal, para disuadir a los arribistas. También lo hacen para garantizar una cohesión mínima que permita avanzar en los programas. Descuidar esto puede llevar a muchas disfuncionalidades y a descoordinación dentro de la coalición dominante, por usar un término de Mintzberg,
Decisiones contradictorias
Así, por ejemplo, podemos ver cómo en medio de un ajuste económico a gran escala, con resultados evidentes, se compran aviones militares de caza a Dinamarca. No entro a discutir si son o no necesarios. lo que cabría discutir es si el momento es o no oportuno. Esto se hace seguramente por presiones del sector militar del estado, o para mantener su lealtad. Por otro lado, podemos ver cómo se establecen controles de precios en las aseguradoras, tras haberlos retirado hace poco tiempo, en flagrante contradicción con el ideario del señor Milei. Y sabiendo este, como sabe, (y lo sabe bien) las consecuencias de tal tipo de intervención.
Muy probablemente la medida se tomase por algún ministro. Haría lo que se entiende como normal hacer en la política argentina (y del resto del mundo) para mantener el apoyo del electorado de mayor edad o para satisfacer a la opinión pública. También se ven ciertas disputas entre el presidente y la vicepresidenta a la hora de enfrentar votaciones, que resultó en el rechazo del Senado (presidido por la vicepresidenta). No quiero pensar mal del nuevo gobierno, pero si fuera en otro país diría que incluso hay un punto de mala fé. No sería extraño. Las tensiones entre presidentes y sus subordinados, y más si estos tienen partidos propios, son habituales en todos los gobiernos del mundo.
Mi compañero enemigo
Los enemigos son siempre los nuestros, los de enfrente son meros adversarios. También se dio algún conato de rebeldía dentro del propio partido a la hora de asignar portavoces, aprovechando que Milei estaba de viaje en el extranjero. No son graves estos problemas, de momento, pero es necesario ser consciente de ellos y afrontarlos. No basta con ganar unas elecciones para gobernar.
El problema es que Javier Milei se encontró con la anarquía, peor no con la económica sino con la política. Coordinar una organización como el estado, que es anárquico de partida, requiere entender bien su funcionamiento interno y conocer los medios, como la ideología, para poder cohesionarlo y llevar adelante programas bien dirigidos. Los politólogos acostumbran a saber poco de economía y los economistas poco de política. Es hora de integrar ambos conocimientos y sacar conclusiones. De momento el balance es positivo en muchos aspectos. Yo, de hecho, nunca había visto nada parecido. Y el premio que le otorga el Instituto es, por tanto, bien merecido. Pero se trata también de que siga siéndolo en el futuro.
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