Abolir el señoreaje
Hoy hablaremos de ese veneno económico que se llama señoreaje y que consiste en poner a funcionar la imprenta que produce billetes sin respaldo. El dinero tuvo una época brillante. Fue cuando los billetes estaban respaldados por oro; se le llamó Patrón Oro. Cualquier banco podía imprimir billetes bajo la regla: un dólar igual a una cantidad de oro. Esta regla monetaria se aplicó en muchos países: Inglaterra, España, EEUU, etc. El comercio fluía perfectamente, pues no importaba el color del billete si cualquiera podía redimir el oro a cambio de los billetes. En realidad, se estaba comerciando con oro, representado en el papel.
Piense, por un momento, que nunca se hubiera abandonado ese sistema monetario. Y que ningún gobierno hubiera intervenido. Los billetes estarían circulando en todo el mundo, las mercancías atravesarían sin problema todas las fronteras. La diversidad de billetes convergerían, de manera natural hacia una sola, digamos dólares o euros o cualquier otro nombre. En todo el globo habría una cantidad más o menos constante de dólares. Esa cantidad de dinero crecería a razón de 3% que es el porcentaje de crecimiento del oro en todo el mundo, porque no se incrementa a capricho.
Ejercicio mental: una cantidad constante de dinero
Más aún pensemos en una cantidad de dinero perfectamente constante, sin variación alguna. La pregunta crucial es ¿sería un obstáculos al desarrollo de los países, la ciencia se estancaría, se provocarían naciones pobres, la miseria se establecería en el mundo entero o en determinados países? Mi respuesta es que nada de esto pasaría mientras se conservarán libres los mercados, sin intervención de los gobiernos. Los precios se moverían por efecto de abundancia o de escasez, por cambios en las modas, por innovaciones tecnológicas que inciden en la productividad.
Podríamos decir que el nivel de precios sería muy estable o mejor aún, habría una constante deflación debido al incremento de productividad y a la libre competencia donde nuevos actores llegaran a ofrecer más y mejores productos. El poder adquisitivo de los trabajadores se incrementaría solo, sin necesidad de luchas sindicales, huelgas o paros. Los empresarios seguirían invirtiendo sus ganancias en nuevos proyectos sabiendo que no hay gobiernos confiscadores o expropiadores.
Pero este mundo que pudo haber sido se desvió con la intromisión de los gobiernos que se creyeron con más sabiduría e inteligencia que los mercados libres. Y nadie les puso obstáculos pues la teoría no estaba suficientemente desarrollada para señalar los errores.
La creación de la Reserva Federal
En 1913 el gobierno norteamericano comete una de las intervenciones más dañinas para la economía norteamericana y para el resto del mundo. Fue el presidente William Howard Taft, un hombre acaudalado y bastante ignorante de las ciencias económicas, quien fue convencido por los progresistas de su tiempo para crear un banco de bancos; es decir, el Fondo de la Reserva (FED).
La primera tarea de este banco fue establecer un solo tipo de billete: el dólar americano. Queda, desde entonces, estrictamente prohibido que un banco privado imprima dólares. Todos los bancos debían entregar el oro de sus bodegas para que la FED les devolviera dólares oficiales. El ciudadano regresaba los billetes locales y se le daban dólares oficiales a cambio. De hecho, el gobierno prohibió que los ciudadanos tuvieran oro en sus hogares. Todo el metal debía pasar a las bóvedas de la FED y, claro, la gente recibía dólares impresos por la FED. Digamos que hasta aquí no había casi nada reprobable, salvo la intromisión autoritaria del gobierno en el sistema monetario.
Sistema de cambio-oro
En realidad, no era necesaria esa intervención para homogeneizar billetes. Tampoco era necesaria la concentración de oro en las bodegas de la FED. Se pudo haber logrado la homogeneización del billete por acuerdos privados de los bancos. También se pudo haber tenido una bóveda única para guardar el oro, aunque tampoco era necesario. Pero el gobierno convenció a todos que él era el más fiable, el más honrado y con los funcionarios más capacitados que cualquier banquero privado. Y todos sucumbieron.
Los otros países, que también llegaron a tener el patrón oro se fueron convencido para que guardaran en las bodegas de la FED el oro y a cambio recibieran divisas, dólares americanos que era como si tuvieran oro. Así que cambiaron el patrón oro por el patrón dólar (acuerdo de Bretton Wood). El oro que recibiera un banco digamos de Guatemala, se mandaba a USA para recibir dólares por el equivalente. Entonces la regla cambió: ahora se pueden imprimir billetes locales solo si hubiere divisas en la bodega del banco local. Forzadamente los países pensaban que estaba bien, pues los dólares estaban respaldados y el oro seguro en las bodegas del país más rico, poderoso, serio, fiable y honesto. Todo marchaba, digamos que bien.
El gran impago de 1971
Por laboriosidad, agunos países empezaron a acumular dólares. Francia, con Charles de Gaulle de presidente, se percata que tiene una buena cantidad de dólares y decide pedir a Estados Unidos la cantidad de oro correspondiente. Richard Nixon se da cuenta que se vaciarían sus bóvedas si regresaba el correspondiente metal áureo y decreta que no, no va a devolver ni un gramo de oro, es decir elimina la convertibilidad de manera unilateral. Charles de Gaulle regresa triste, sin nada de oro. Nixon le recomienda que sus dólares los use para comprar lavadoras, radios, refrigeradores y toda mercancía que quiera, pero de oro, nada.
Los demás países de pronto despiertan pero se quedan callados ante el fenomenal poder de los norteamericanos. Perdieron su metal y se quedaron con papel impreso. Desde entonces quedó rota la regla de imprimir billetes propios solo si tenían divisas en bodega. Desde entonces, la regla es: cada gobierno es libre de imprimir sus propios billetes discrecionalmente, sin necesidad de divisas u oro en bodega. Se dio libertad al señoreaje, sin restricción alguna.
Los gobiernos, compuestos normalmente de funcionarios ignorantes de las teorías económicas, pensaron que tenían el instrumento ideal para resolver todos sus problemas: Podían imprimir dinero y dar créditos baratos y abundantes a las empresas. Podían construir universidades y escuelas con profesores pagados con dinero impreso. Podían construir carreteras, puentes, puertos y aeropuertos, con solo echar a andar la imprenta. Parecía magia, pero se llama señoreaje.
Además, ya se sabía que el dictador Adolfo Hitler así había resuelto el problema de desempleo. Todos los jóvenes, las mujeres gozaban de sueldos del gobierno. Las fábricas de armas, uniformes y más estaban en plena actividad usando la magia de la maquinita de imprimir dinero.
Señoreaje en la URSS
En la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, el dictador José Stalin aplicó el señoreaje. Pero la “Ley es la ley” y provocó incremento de los precios, una pieza de pan, digamos que costaba en rublo y al día siguiente dos y luego tres. Para detener ese crecimiento de precios, Stalin ordenó matar al panadero que alterara los precios. Pero ahora crecían más los precios del pan, pues la oferta ya era menor, porque había menos panaderos.
Algunos países abusaron tanto del señoreaje, es decir, de la impresión de dinero, que para comprar un kg de pan los ciudadanos tenían que llevar billetes en carretillas. En fin, un desastre en todas las economías y el culpable estaba en el gobierno con su política de señoreaje.
De hecho, los Estados Unidos de América furtivamente usaron señoreaje imprimiendo dólares que no tenían ningún respaldo en oro. Es porque los países se dieron a la tarea de pedir prestado. Por eso mismo tuvieron que eliminar unilateralmente la convertibilidad, pues se habrían vaciado todas las bodegas que guardaban el metal.
El comercio de papelitos por bienes
¿Por qué no les afectó tanto el furtivo señoreaje que aplicaron los gobiernos norteamericanos? La explicación radica en que los gobiernos fuera de los EEUU pedían dólares para tenerlos en bodega y así darse el derecho de imprimir dinero local. En otras palabras, era dinero que no entraba a la economía norteamericana.
Precisamente el gobierno de los Estados Unidos se da cuenta que tiene una máquina maravillosa, mágica, que le puede producir negocios fabulosos con la simple impresión de dólares. En efecto, los países latinoamericanos y europeos quieren crecer; necesitan infraestructura, maquinaria, escuelas, etc. No tienen recursos, así que acuden a los créditos internacionales, básicamente a los Estados Unidos. Pero, por la regla del patrón oro, la cantidad de dólares es limitada. Si usa esos dólares respaldados, tendría el efecto de un recorte de recursos para su propia economía. Pero, ¡eureka! Recuerda que tiene la imprenta. Basta introducir papel blanco e imprimir dólares, todos los dólares que demandan los países que buscan crédito.
Argentina
Por ejemplo, Argentina piensa en dolarizar su economía, calcula que todo su circulante equivale a 100 mil millones de dólares, mismos que pide a manera de crédito a los EEUU. Al tío Sam no le cuesta nada prender la máquina, meter papel blanco e imprimir esa cantidad, misma que manda en barco a Argentina. Acto seguido, el gobierno de Milei anuncia que tal día los ciudadanos deben acudir a hacer el cambio de moneda. En dos o tres días ya se dolarizó la economía.
Veamos el cuento final: los ciudadanos argentinos ni pierden ni ganan, su poder adquisitivo es el mismo, pueden comprar lo mismo pero ahora pagan con dólares; el gobierno tiene ahora toneladas de pesos argentinos que ya no van a circular, es decir, los billetes se transformaron en basura, los debe mandar al incinerador, sus bodegas se vaciaron de dólares, pero quedó con una deuda de cien mil millones de dólares que devengan una tasa de interés, digamos del 4% al año.
Los Estados Unidos poseen un activo, es decir, un pagaré que le va a cobrar a Argentina, digamos que en un año. Se cumple el plazo y Argentina no tiene para pagar el préstamo, ni siquiera para pagar los intereses. El gobierno norteamericano, en su afán de “ayudar” a Argentina, le dice: “no te preocupes, me puedes pagar con ganado. Mándame cien millones de vaquitas». El gobierno argentino, buen pagador, manda todas sus cabezas de ganado a los Estados Unidos. Digamos que así saldó su deuda, pero se quedó en la ruina, sin ganado, sin leche, sin piel, y con doble deuda, pues ese ganado lo consiguió con promesas de pago a futuro a los ganaderos argentinos. Una verdadera pesadilla.
Préstamos con señoreaje
Por su lado, el Tío Sam se frota las manos del gran negocio que fue prestar dinero usando el señoreaje. Transformó unas toneladas de papel periódico en miles de cabezas de ganado. Un negociazo demencial.
La moraleja de este cuento es para decirle a Javier Milei que no pida dólares prestados a los Estados Unidos para hacer la dolarización. Hay otros métodos que no requieren empréstitos internacionales, ni domésticos. En realidad, hoy día se puede dolarizar un país a costo cero.
Con libertad de señoreaje para los gobiernos, ya no necesitan ni oro ni divisas y pueden imprimir a capricho. Resultados: estancamiento, distorsión de precios, pobreza, huida de capitales, etc. La moraleja debió ser “no uses el señoreaje, no imprimas dinero porque los efectos son devastadores”. Pero los gobiernos no se distinguen por ser honestos ni entendidos.
Javier Milei
Aquí resalto la política del liberal libertario Javier Milei que prometió “dinamitar el Banco Central de Argentina” que en realidad quiere decir, no imprimir ni un peso más. Es decir, queda fija e invariable la cantidad de dinero en la economía argentina. Y esta viene siendo la mejor política monetaria que pueda tener un país. No necesita relacionar la cantidad de dinero con la cantidad de oro en bodega. Ni tampoco necesita respaldar con divisas. Su moneda será dura, sana y confiable en tanto no violen la regla de “cero señoreaje”
En realidad, si todos los países establecieran la regla de “cero señoreaje” estarían construyendo un robusto y confiable sistema monetario mundial que tendría el mismo efecto del patrón oro o mejor aún.. Basta garantizar una masa fija y constante. ¿Y cuál es la cantidad de pesos o sucres que deberían tener Argentina o Perú u otro? Esa respuesta ya la dio el economista austriaco Ludwig von Mises: Es la cantidad de dinero que hay hoy mismo.
- 31 de octubre, 2006
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