Diez premisas alberdianas
La obra de Juan Bautista Alberdi es profusa; su estilo, farragoso; sus ideas, cambiantes. Nos atrevemos sin embargo a un repaso de sus críticas a las presidencias de Mitre y Sarmiento, herederas de la convención reformadora de 1860.
Su base de análisis es el poder absoluto de la Colonia que “queda existiendo aunque los presidentes reemplacen a los virreyes y la república a la monarquía”. La suma del poder persiste “en recursos y elementos de poder económico y rentístico, más real y eficaz que el poder compuesto de atribuciones escritas y nominales”. Se trata, por tanto, del “reemplazo de un gobierno soberano por un pueblo soberano”, cambio que colisiona con “un pueblo educado en la obediencia absoluta”.
Cita a Washington, para quien “el supremo bien es la unidad de la nación”. Cuestionando a los partidos que “abren el camino a la corrupción y al influjo extranjero”, aconsejaba “la difusión de los conocimientos como medio de ilustrar la opinión pública a medida que ésta toma el gobierno en sus manos” y alerta: “¿Cómo puede existir la libertad de la crítica donde la crítica es considerada como un acto de guerra? Un hombre que recibe la crítica como un ultraje, y que mira en su crítico un enemigo, no entiende ni sabe jota de libertad. No es un liberal, sino su caricatura. Es un tirano”.
Alberdi reafirma la importancia de la alternancia en el poder –“la esencia de la república”– y cuestiona al Estado con “gobierno vitalicio y dictatorial”, para extender su perdigonada hacia “los liberales argentinos”: “Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en gobernar a los otros. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo”.
Define la clave del self government –“el gobierno de sí mismo, o la libertad”– que implica “obedecerse a sí mismo” o ser un esclavo; desafío pendiente aún tras los hitos de 1810 y 1852: “Que la libertad falte bajo los tiranos se concibe; ¡pero que falte bajo los liberales!”.
No debe confundirse autogobierno con invocaciones al amor a la patria. “Es crimen de lesa patria el gobierno que se considera él mismo como la patria” y recalca: “las dos peores plagas del Plata son la gloria militar y la prosa guerrera”. Por su lado, los demagogos infunden temores en el pueblo “sirviendo solo a los intereses de su egoísmo”.
“El pasado es siempre la más fuerte razón de ser del presente”. Ese pasado instaló al gobierno “omnipotente, omnímodo, ilimitado y absoluto”, modelo que repiten los presidentes constitucionales dada su “facultad o poder de levantar empréstitos nacionales, de carácter forzoso, sin veto, limitación, ni control de la nación, por la emisión de su deuda-papel-moneda-legal o liberatoria”: “La libertad, los libertadores, los liberales: tres cosas de la comedia política, que se llama República Argentina”.
La “reconstrucción del régimen” exige “la inteligencia en las cosas de estado, ciencia y estudio de sus fundamentos esenciales (…) y la espera, tiempo y paciencia, que exige la formación de los hábitos de gobierno y la trasformación de las reglas en costumbres arraigadas”. La lucha será sostenida: “los ex-gobernantes son una resistencia para toda reforma”.
Como el escollo más temible “es el saber, la honradez, el juicio, el prestigio, el desinterés”, “naturalmente, su arma de guerra contra su gran obstáculo, que es el mérito, consiste en la calumnia, en la falsificación de la verdad, en el fraude, en la intriga”.
Grave rémora es el entusiasmo, que “Adam Smith considera el enemigo de la ciencia, la ebriedad que se exalta, grita y atropella, equivalente a la barbarie”, vicio que es “la primera virtud en la América del Sud” donde “la libertad es la exaltación, el arranque repentino, el calor, el entusiasmo, la fe que no ve y que cree y obra sin ver, sin pensar, sin esperar”.
Todo ello “es atraso político, resto de despotismo militar, que ha podido ser útil en un momento de guerra y que es funesta durante la vida ordinaria. En el Plata nadie razona. porque nadie está frio. Es un festín en que cada hombre habla con la copa del entusiasmo en la mano. En lugar de hablar, grita. El que más grita tiene más razón” aunque –recalca– “en un espacio reducido y limitado los gritos son inútiles, incómodos, que, lejos de persuadir, indispone y repele”. Concluye: “La educación moderna debe proscribir el entusiasmo, como el vicio más peligroso para la libertad y para la ciencia”.
Por fin, Alberdi encierra respuestas en preguntas: “¿Puede una cuestión política dejar de ser cuestión social? ¿Puede no ser social lo que es público y político? En efecto, estas tres grandes cuestiones no son más que una sola y misma cuestión con tres fases: ¿Cómo ser repartida la riqueza? ¿Cómo ser repartida la libertad? ¿Cómo ser repartido el poder? ¿Quién no ve que riqueza, libertad y poder son tres nombres de una misma cosa?”.
La política es “lo que hay de más serio en la vida” concluyen los Escritos póstumos que resumimos en diez tópicos cuando el presidente Milei prefija a su vez diez puntos de agenda estratégica.
En rigor, en el espíritu de Mayo y de Alberdi, este debate no debería canalizarse en una reunión de gobernadores sino a través del pueblo soberano mediante un congreso constituyente que legisle reformas hacia el “gobierno de sí mismo”.
Pero el Presidente parece inclinarse por instrumentar un acuerdo como el de aquella “liga de gobernadores” que dio origen al roquismo, una componenda liberal, sostén del poder concentrado y el “unicato”. Alberdi dixit….
- 31 de octubre, 2006
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