Usted ya no lee como antes (pero quizás no lo sepa)
El debate está lejos de la agenda noticiosa aunque su influencia resulte decisiva en la transformación de los medios de comunicación y en la capacidad de comprensión de los lectores. Y, por lo tanto, en la toma de decisión de los ciudadanos.
¿Cómo está transformando la tecnología nuestros hábitos de lectura? ¿Somos lectores más o menos virtuosos que hace décadas?
La aparición del libro “El valor de la atención”, del periodista Johann Hari (publicado hace un año en inglés con el más sugerente título de Stolen Focus) renueva la inquietud.
¿Qué plantea Hari en su libro? La pérdida de nuestra capacidad de concentración y atención profunda a partir del vínculo con ciertas herramientas de la tecnología.
Para demostrarlo ofrece estadísticas que siempre impresionan por su magnitud: la proporción de estadounidenses que leen libros por placer se encuentra en el nivel más bajo jamás registrado, y una muestra representativa sobre 26. 000 personas realizada entre 2004 y 2017 indica que la proporción de hombres que leían por placer había descendido un 40%, y en las mujeres un 29%.
En la actualidad, más de la mitad de los estadounidenses no lee un solo libro al año, y en 2017 el ciudadano medio de ese país pasaba 17 minutos al día leyendo libros, y 5,4 horas atendiendo a su teléfono celular.
Pero el planteo gana en interés con el cruce de ideas y testimonios. Uno de ellos es el de la profesora de lectoescritura Anne Mangen, de la Universidad de Stavanger, Noruega. “ Leer libros nos adiestra en un tipo de lectura muy concreto, nos enseña a leer de manera lineal, centrados en una cosa durante un periodo sostenido”, define. Y diferencia: “Leer pantallas nos habitúa a leer a partir de saltos nerviosos que nos llevan de una cosa a otra. Cuando leemos en pantallas pasamos los ojos rápidamente por la información para extraer lo que necesitamos. Lo que se descubre es que la gente entiende y recuerda menos lo que absorbe a partir de pantallas, fenómeno al que se ha llamado “inferioridad de pantalla”.
¿Y cómo afecta esto a los medios de comunicación y a sus audiencias? Hari escribe: “Imagina leer un periódico de 85 páginas. En 1986, si sumabas toda la información que se lanzaba sobre un ser humano medio -TV, radio, lectura- equivalía a 40 periódicos de información al día. En 2007 había aumentado hasta alcanzar los 174 periódicos”.
Vale preguntarse, ¿cuánto habrá crecido ese volumen informativo hasta este 2023?
Con esos datos, el autor se atreve a una reflexión subjetiva pero cuanto menos atendible: afirma que la lectura de noticias on line induce al pánico, mientras que la lectura en periódicos físicos induce a la perspectiva. El matiz no es menor e invita a ser pensado con detenimiento. “Es como si estuviéramos bebiendo información de una manguera de incendios: el caudal es excesivo. Estamos empapados de información”, subraya.
El planteo invita a una pregunta: ¿es un problema de soporte o de volumen de producción? Sin obviar las diferencias entre los instrumentos de lectura y con la certeza de que la tecnología llegó para quedarse, la idea de recuperar lectores, estimular su capacidad de compresión y contribuir a la construcción de sentido propone, sobre todo, moderar la dinámica. En los medios eso se traduce en buscar lectores profundos y no visitantes fugaces. Como define el propio Hari, quizás el problema no sea tanto la tecnología, sino el uso que hacemos de ella.
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