Dejen la valla en paz: Una economía política de los bienes comunes y reglas sencillas para la sostenibilidad
Por Art Carden
¿Una mayor población es una bendición o una maldición? Durante gran parte de la historia, la creencia popular ha considerado que se trata de «una maldición». No obstante, los últimos siglos han demostrado que, en una sociedad mercantil, la producción adicional que obtenemos de más manos y cerebros supera los reajustes que se producen por tener más bocas que alimentar y espaldas que vestir. Sin embargo, las poblaciones más numerosas agotan los recursos de uso común de los que nadie es propietario y que todos pueden utilizar. Hay que hacer algo.
Pero, ¿es necesario? G.K. Chesterton sostuvo una vez que cuando encuentres una valla en un paraje deshabitado, asegúrate de saber por qué está ahí y qué problemas resuelve antes de derribarla. Las instituciones indígenas evolucionadas son como esas vallas y, como lo demuestran Meina Cai, mi coautor Ilia Murtazashvili, Jennifer Brick Murtazashvili y Raufhon Salahodjaev en su libro Toward a Political Economy of the Commons: Simple Rules for Sustainability, la idea de un gobierno centralizador de poder que ignoraba los numerosos y evolucionados centros de gobernabilidad y administración se convirtió en un auténtico desastre.
¿Cómo? Desmantelando las vallas que no entendían y sustituyéndolas por reglas que sí comprendían, pero que eran inadecuadas para las condiciones sobre el terreno. En el noroeste del Pacífico, por ejemplo, las autoridades estadounidenses y canadienses sustituyeron evolucionados mecanismos de gobierno autóctonos como la ‘Potlatch’ (ceremonia en la cual las personas se hacían obsequios, resolvían disputas, gestionaban las relaciones entre tribus y administraban los recursos comunes como la pesca del salmón) «con una mescolanza de reglamentaciones que resultaron ser ineficaces para reducir la sobrepesca».
Los autores analizan en un capítulo la gestión forestal y señalan que la administración forestal estadounidense pretendía fomentar la agricultura en virtud de la Ley Homestead de 1862, lo que condujo a un desmonte generalizado. La asignación de derechos de Brasil, según la doctrina del uso beneficioso, fomentó la agricultura a costa de un paisaje denudado. Los problemas surgieron cuando la gente intentó reemplazar los sistemas descentralizados y evolucionados que funcionaban tolerablemente bien por sistemas planificados y diseñados de manera centralizada que resolvían algunos problemas, pero creaban muchos otros.
Los sistemas que funcionan, sostienen, son policéntricos, en los que existe una red dispersa de fuentes de poder y aplicación de la ley, en vez de una sola. Los autores explican que la gobernabilidad policéntrica, derechos de propiedad garantizados y el libre mercado, reforzados por una cultura que valora la confianza, la paciencia y el individualismo, conducen a una gestión satisfactoria de los recursos de uso común como los bosques, la pesca, los minerales y el clima, y recomiendan avanzar en esa dirección a medida que afrontamos los desafíos medioambientales del siglo XXI. Proporcionan el contexto institucional en el que puede desarrollarse un consenso social sobre lo que es y no es un «recurso».
Soy escéptico respecto a la «justicia climática.» Parece otro ejemplo de intentar encubrir intereses en el lenguaje de un imperativo moral, tal como ocurre con la justicia reproductiva. Sin embargo, podemos obtener la «justicia climática» no dejando que los activistas decidan quién vive y quién perece, sino empezando por dónde nos encontramos y examinando cuidadosamente los modelos de leyes y normas para ver dónde mitigan o exacerban los problemas medioambientales.
La tendencia humana al sesgo de acción implica que estamos acostumbrados a derribar vallas extrañas en lugares inhóspitos. Cai y el resto de los autores explican por qué debemos esforzarnos por entenderlas antes de cambiar algo, y aconsejan un poco de humildad, algo que es difícil de encontrar entre la gente que lee libros académicos. Sin embargo, si leen éste, puede que aún haya esperanza.
Traducido por Gabriel Gasave
El autor es Investigador Asociado en el Independent Institute y Profesor Asociado de Economía en la Samford University.
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