Mariano Moreno y el eje del librecambio
Hay muchos puntos para destacar en la obra de este prócer pero en esta nota periodística centro la atención en un aspecto clave: el concepto del comercio libre tan olvidado en nuestro medio desde hace décadas. Antes he escrito sobre esta personalidad descollante pero como reaparecen falacias en relación a un tema tan relevante, con algunos cambios insisto con el asunto. Nunca resulta suficiente reiterar la obra de personas como Mariano Moreno que son estrellas en el firmamento de nuestra historia.
Moreno nació en 1778 y murió a los treinta y tres años en condiciones extrañas aún no dilucidadas en alta mar en su misión a desempeñar en Inglaterra enviado por la Junta Grande, pero en la práctica un autoexilio por la incomprensión de Cornelio Saavedra y sus allegados que lograron imponer la idea de mantener el statu quo del estatismo español en lugar de adoptar las ideas de la libertad que patrocinaban con vigor Mariano Moreno y algunos partidarios de esa visión. Es por esto que más adelante Juan Bautista Alberdi insistía que a partir de 1810 dejamos de ser colonia española para serlo de nuestros propios gobiernos. En lo personal confieso que algunos de mi familia festejamos la independencia el primero de mayo que fue cuando se juró la Constitución liberal de 1853 que hizo de la tierra argentina un ejemplo para el mundo libre, mientras que el 25 de mayo preferimos festejar el cumpleaños del Padre Pio.
Moreno se doctoró en leyes y era un estudioso de autores como Adam Smith, Quesnay y Condorcet. Fundó La Gazeta de Buenos Aires y fue Secretario de la Primera Junta. Sus trabajos se han publicado en muchos volúmenes pero tal vez el más completo sea los Escritos compilados y prologados por Ricardo Levene donde no solo aparece La representación de los hacendados -del que transcribimos algunos pasajes que estimamos esenciales en relación al referido librecomercio para luego explayarnos en los conceptos allí vertidos- sino que incluye escritos jurídicos, escritos políticos, escritos económicos, escritos culturales, escritos militares y valiosas piezas de su correspondencia.
Nuestro personaje escribe en la obra aludida lo que consideramos es su eje medular: “Hay verdades tan evidentes que se injuria a la razón con pretender demostrarlas. Tal es la proposición de que conviene al país la importación franca de efectos que no produce ni tiene y la exportación de los frutos que abundan […] Nada es más conveniente a la felicidad de un país que facilitar la introducción de los efectos que no tiene y la exportación de los artefactos y frutos que produce […] Los que creen la abundancia de efectos extranjeros como un mal para un país, ignoran seguramente los primeros principios de la economía de los estados. Nada es más ventajoso para una provincia que la suma abundancia de los efectos que ella no produce […] El interés que puede más que el celo y que burla fácilmente la vigilancia del gobierno, abrió puertas ocultas por donde han entrado todos los socorros, el contrabando subrogó el lugar del antiguo comercio.”
En este contexto reiteramos con algunas variantes ideas anteriores dada la avalancha de absurdos muy contraproducentes y empobrecedores que se dicen sobre el comercio exterior atadas a sandeces como el tristemente célebre “vivir con lo nuestro” y destacamos la referencia de este prohombre al contrabando como una salida para evitar las barrabasadas del mal llamado proteccionismo que en verdad desprotege a la comunidad, muy especialmente a los más necesitados. Préstese atención a la expresión contrabando no es contra el derecho sino que alude a la prepotencia militar. Entre muchos otros, el premio Nobel Friedrich Hayek ha precisado la diferencia crucial entre legislación y derecho en su obra en tres tomos titulada Derecho, legislación y libertad.
Una de las falacias más recalcitrantes de nuestra época consiste en sostener que es muy bueno para un país exportar y es inconveniente importar, o dicho en otros términos el objetivo debiera ser exportar más de lo que se importa al efecto de contar con un “balance comercial favorable”. Esta conclusión deriva del mercantilismo del siglo XVI que seguía el rastro de las sumas dinerarias, sin percatarse que una empresa puede tener alto índice de liquidez y estar quebrada. Lo importante para valorar la empresa o el estado económico de una persona es su patrimonio neto actual y no su grado de liquidez.
En última instancia, el mercantilismo se resumía en que en una transacción el que gana es el que se lleva el dinero a expensas de quien obtiene a cambio un bien o un servicio. Esto en economía se conoce como el Dogma Montaigne pues ese autor (Michel Montaigne, 1532-92) desarrolló lo dicho en el contexto de la suma cero: “La pobreza de los pobres es consecuencia de la riqueza de los ricos”, sin comprender que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes ganan y que la riqueza es un concepto dinámico y no estático. El que obtiene un servicio o se lleva un bien a cambio de su dinero es porque valora en más lo primero que lo segundo, lo cual también sucede en valorizaciones cruzadas con el vendedor que valora en más la suma dineraria recibida a cambio.
Lo ideal para un país es que sus habitantes puedan comprar y comprar del exterior sin vender nada, pero lamentablemente esto se traduciría en que el resto del mundo le estaría regalando bienes y servicios al país en cuestión y en nuestras vidas apenas si podemos convencer a nuestros familiares que nos regalen para nuestros cumpleaños. Entonces, reiteramos, lo ideal es contar con el balance comercial más “desfavorable” posible pero las cosas no permiten proceder de esa manera por lo que no hay más remedio que exportar para poder importar o utilizar el balance neto de efectivo como veremos a continuación. El objetivo de un país y el objetivo de cada persona es comprar no vender, la venta o la exportación es el costo de comprar o importar.
Ahora bien lo relevante no es el balance comercial sino el balance de pagos que siempre está equilibrado en un mercado abierto tanto en un país como en cada persona. Veamos el asunto más de cerca, el balance de pagos significa que los ingresos por ventas o exportaciones son iguales a los gastos por compras o importaciones más/menos el balance neto de efectivo o cuenta de capital. Por ejemplo si una persona o un grupo de ellas (país) recibe en un período determinado ingresos o exportaciones por valor de 100 y sus compras o importaciones en ese mismo período fueron 400 quiere decir que su balance de efectivo o el uso de los capitales asciende a 300: 100 = 400 – 300 o si al ingresar o exportar por 200 sus gastos o importaciones fueron 50 el balance de pagos será 200 = 50 + 150 y así sucesivamente. Nunca hay desequilibrios en el balance de pagos.
Por lo dicho es que Jacques Rueff en su obra titulada The Balance of Payments concluye que “El deber de los gobiernos es permanecer ciegos frente a las estadísticas de comercio exterior, nunca preocuparse de ellas, y nunca adoptar políticas para alterarlas […] si tuviera que decidirlo no dudaría en recomendar la eliminación de las estadísticas del comercio exterior debido al daño que han hecho en el pasado, el daño que siguen haciendo y, me temo, que continuarán haciendo en el futuro”. Más aun, Rueff en el mismo libro citado dice que para seguir con el absurdo de los razonamientos sustentados en los mal llamados balances comerciales favorables y desfavorables habría que exportar todo y luego “mandar toda la producción nacional al fondo del mar” al efecto de reducir al máximo posible la posibilidad de comprar del exterior. Pero, como queda dicho, el objeto de la venta o exportación es la compra o importación y el tipo de cambio empuja incentivos en una u otra dirección: al exportar baja la relación de cambio respecto a la divisa extranjera lo cual, a su turno, incentiva a la importación pero al importar se encarece la divisa extranjera en términos de la local, situación que frena las importaciones y estimula la exportaciones.
Si alguien dijera que conviene solo exportar y evitar importaciones haría que el valor de la divisa extranjera se desplome con lo cual se frenan las mismas exportaciones que se desean promover. El mercado cambiario regula los brazos exportadores e importadores. Claro que si los gobiernos manipulan el tipo de cambio y las deudas externas gubernamentales sustituyen las entradas genuinas de capital, todo se trastoca.
Si un país fuera absolutamente inepto para vender al exterior y no es capaz de atraer capitales, nada tiene que temer en cuanto a desajustes en sus cuentas externas puesto que nada podrá comprar del exterior.
Pero en el fondo subyace otra falacia de peso y es que los aranceles puede promover la economía local. Muy por el contrario, todo arancel significa mayor erogación por unidad de producto lo cual se traduce en un nivel de vida menor para los locales puesto que la lista de lo que pueden adquirir inexorablemente se contrae. En realidad el “proteccionismo” desprotege a los consumidores en beneficio de empresarios prebendarios que explotan a sus congéneres.
En no pocas evaluaciones de proyectos hay quebrantos durante los primeros períodos que naturalmente se estima serán más que compensados en períodos ulteriores. Entonces si en un emprendimiento se comprueban pérdidas proyectadas durante las primeras etapas, son los empresarios en cuestión los que deben absorber los quebrantos del caso y no pretender endosarlos sobre las espaldas de los contribuyentes vía los aranceles. Y si esos empresarios no cuentan con los recursos suficientes pueden vender el proyecto para participar con otros socios locales o internacionales. A su vez si nadie en el mundo se quiere asociar al proyecto es por uno de dos motivos: o el proyecto es un cuento chino (lo cual es bastante habitual en el contexto de “industrias incipientes” mantenidas en el tiempo) o estando el proyecto bien evaluado aparecen otros más urgentes y como todo no puede llevarse a cabo simultáneamente, deberá esperar su turno o dejarlo sin efecto.
La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancías más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos onerosa las operaciones con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del país receptor.
A juzgar por los voluminosos “tratados de libre comercio” aún no se comprendió que las cerrazones perjudican especialmente a los países más pobres puesto que el delta en productividad es mayor respecto a los más eficientes. Resulta tragicómico que se sostenga que los referidos tratados deben realizarse entre países iguales, cuando precisamente como en todo comercio la ventaja estriba en la desigualdad puesto que entre iguales no hay nada que comerciar.
Sin duda que si los gobiernos introducen dispersiones arancelarias se crea un embrollo que conduce a cuellos de botella insalvables entre las industrias finales y sus respectivos insumos. El decimonónico Frédéric Bastiat se burla del llamado “proteccionismo” al sugerir que en su época se obligara a tapiar todas las ventanas de las casas al efecto de proteger a los fabricantes de candelas de la “competencia desleal del sol”.
Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta bajo el costo que se dice exterminaría la industria local sin percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y la situación no se debe a quebrantos impuestos por el mercado, saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo el costo y revende al precio de mercado. Pero generalmente nadie se toma siquiera el trabajo de verificar la contabilidad del proveedor en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que son capaces de hacer ellos.
Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la aduana se anulan esos tremendos esfuerzos a través de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Hay un dèjá vu en todo esto.
He aquí las argumentaciones iniciadas por personajes como Mariano Moreno y continuadas por Alberdi que mantienen su vigencia debido a la malsana tendencia a reiterar errores.
- 31 de octubre, 2006
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