La maldición del ajuste es lo que tenemos
Hace ochenta años que los argentinos vienen padeciendo un ajuste fenomenal a nuestras gargantas y a nuestros bolsillos. De lo que se trata en esta instancia para revertir esta tragedia es rellenar bolsillos de la gente con los cuantiosos recursos que los aparatos políticos y sus nefastas burocracias han esquilmado sistemáticamente el fruto del trabajo ajeno. Es decir, en este plano un antiajuste. A esto debe agregarse los empresarios prebendarios que operan en base a la cópula hedionda con el poder de turno, los que la juegan de sindicalistas pero explotan a sus compañeros y los profesionales del despojo que hacen de apoyo logístico a gobernantes inescrupulosos. En resumen se necesita con urgencia operar en una dirección opuesta al referido ajuste. Los señoritos del poder cuando hablan de ajuste quieren significar seguir expoliando a los gobernados que como ha escrito el célebre decimonónico Frederic Bastiat: se trata del robo legal. Hay quienes se asustan y alarman cuando se anuncian medidas que apuntan a poner las cosas en su debido cauce, como si la situación actual en nuestro país fuera un dechado de virtudes sin percatarse de la cloaca gigantesca que nos ahoga.
Un error equivalente es cuando la parla alude a la necesidad de recurrir al shock para evitar el gradualismo cuando en verdad la gente sufre shocks desde que se levanta hasta que se acuesta, de lo que se trata es de evitar nuevos shocks para lo cual se requieren medidas de fondo en el terreno institucional, monetario, laboral, tributario y de comercio exterior, sin medias tintas y en nuestro caso retomar los principios alberdianos que hicieron de nuestro país la admiración del mundo civilizado.
Respecto del gradualismo ilustremos esto con un ejemplo: supongamos que un ladrón arranca la billetera de un transeúnte, seguramente si es apresado se hará que el delincuente devuelva el botín a la víctima pero no gradualmente sino lo antes posible. De lo que se trata no es de implantar la justicia con cuentagotas sino de restituir la propiedad.
Por supuesto que todo en la vida tiene un costo. No hay acción sin costo. El lector incurre en costos al leer esta nota puesto que para hacerlo debe dejar de prestar atención a otros asuntos de su preferencia según la secuencia de prioridades de cada cual. En economía esto se denomina costo de oportunidad. En el caso que nos ocupa, en un primer momento absorberán costos quienes deben reasignarse a otros destinos al efecto de ser reabsorbidos en tareas distintas que no podían encararse, precisamente debido a que se encontraban esterilizadas en las órbitas de los aparatos estatales.
En este sentido, la liberación de factores humanos y materiales permite encarar otras tareas, que como queda dicho hasta el momento imposibles de concebir, lo cual presenta nuevos negocios y las consecuentes capacitaciones para sacar partida de los antedichos arbitrajes. El proceso debe llevarse a cabo con el mayor cuidado pero resulta imperioso comenzar con la tarea cuanto antes.
Debe hacerse foco en el sufrimiento, especialmente de la gente de menores ingresos sobre las cuales recae el peso de verse obligada a mantener funcionarios cuyas faenas consisten en asignar recursos en direcciones distintas de las que hubiera decidido la gente en libertad (si el gobierno decidiera lo mismo que prefiere la gente sería superfluo el uso de la fuerza que en todos los casos demanda la intervención estatal). La vida es corta, esta situación injusta que se viene prolongando clama a los cielos.
La herencia recibida es catastrófica pero no podemos consumir nuestras existencias maldiciendo ese estado de cosas sino tomar el toro por las astas y revertir el problema. La buena voluntad y la decencia no son suficientes para una buena gestión.
Liberar recursos se torna indispensable, insistir en que los actuales niveles del gasto público deben hacerse eficientes constituye un error. Cuando algo es inconveniente si se hace eficiente es mucho peor.
En este plano es crucial comprender que los salarios e ingresos en términos reales dependen de las tasas de capitalización. Es un tema de marcos institucionales confiables.
De todos modos, cualquiera sea la situación, quienes estiman necesario ayudar en mayor medida al prójimo lo pueden hacer, por ejemplo, a través de una ONG especial de amplio acceso público donde cada uno ingresa su donación. Con esto los políticos y sus socios dejarían de recurrir a la tercera persona del plural en sus discursos y, en su lugar, lo harían en la primera del singular asumiendo responsabilidades. En este supuesto no se usarían a los pobres para campañas electorales y se finiquitaría con la hipocresía de sostener que los gobiernos (es decir los vecinos) deberían ayudar a otros de modo coactivo.
En este contexto del ajuste conviene despejar un mal entendido que demanda algún espacio pero el tema lo justifica. Se ha dicho que la libertad de uno termina donde comienza la del otro. Esto, aunque expuesto con la mejor de las intenciones, puede prestarse a confusión puesto que la libertad significa la de todos, lo cual naturalmente se traduce en el respeto recíproco. La invasión a las libertades de otros no es libertad sino anti-libertad, precisamente constituye un atropello a la libertad. No es que la libertad se extralimita, es que entra en la zona de la no-libertad. Lo mismo va para el derecho, plano en el que se ha introducido la absurda teoría del “abuso del derecho”, una contradicción en los términos puesto que una misma acción no puede ser conforme y contraria al derecho.
Pero aquí viene un asunto de la mayor importancia que se traduce en un debate que viene de largo tiempo y promete seguir. Ilustro el tema con lo consignado por dos pensadores de fuste: Karl Popper y Sidney Hook.
El primero escribe que “la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra la embestida del intolerante, entonces el tolerante será destrozado junto con la tolerancia […], puesto que puede fácilmente resultar que no están preparados a confrontarnos en el nivel del argumento racional y denunciar todo argumento; pueden prohibir a sus seguidores a que escuchen argumentos racionales por engañosos y enseñarles a responder a los argumentos con los puños o las pistolas” (The Open Society and its Enemies).
En la misma línea argumental, el segundo autor mantiene que “las causas de la caída del régimen de Weimar fueron muchas: una de ellas, indudablemente, fue la existencia del liberalismo ritualista, que creía que la democracia genuina exigía la tolerancia con el intolerante” (Poder político y libertad personal).
El problema indudablemente no es de fácil resolución. Giovanni Sartori ha precisado que “el argumento es de que cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y la minoría” (Teoría de la democracia). Sin duda que la democracia así concebida se ha degradado y desfigurado hasta convertirse en cleptocracia, es decir, el gobierno de ladrones debido a impuestos confiscatorios, deudas estatales inviables y deterioro del signo monetario, ladrones de libertades y autonomías individuales y ladrones de vidas y sueños aniquilados por megalómanos en el poder. Por tanto, en contextos contemporáneos la teórica función gubernamental de proteger “la vida, la libertad y la propiedad” en gran medida ha quedado en agua de borraja. Tal como se expone en el texto de este libro en la referida sección de los marcos institucionales, la omnipotencia del número facilita el atropello del Leviatán.
Sin embargo, el tema de proscribir a los enemigos de la sociedad abierta tiene sus serios bemoles puesto que resulta imposible trazar una raya para delimitar una frontera y, aunque fuera posible, siempre presenta graves problemas. Como he escrito antes, supongamos que un grupo de personas se reúne a estudiar los Libros V al VII de La República de Platón donde aconseja el establecimiento de un sistema enfáticamente comunista bajo la absurda figura del “filósofo-rey”. Seguramente no se propondrá censurar dicha reunión. Supongamos ahora que esas ideas se exponen en la plaza pública, supongamos, más aún, que se trasladan a la plataforma de un partido político y, por último, supongamos que esos principios se diseminan en los programas de varios partidos y con denominaciones diversas sin recurrir a la filiación abiertamente comunista ni, diríamos hoy, nazi-fascista. No parece que pueda prohibirse ninguna de estas manifestaciones sin correr el grave riesgo de bloquear el indispensable debate de ideas, dañar severamente la necesaria libertad de expresión y, por lo tanto, sin que signifique un peligroso y sumamente contraproducente efecto boomerang para incorporar nuevas dosis de conocimiento.
La confrontación de teorías rivales resulta indispensable para mejorar las marcas y progresar. En una simple reunión -sea presencial o virtual- con colegas de diversas profesiones y puntos de vista para someter a discusión un ensayo o un libro en proceso se saca muy buena partida de las opiniones de todos. Es raro que no se aprenda de otros, de unos más y de otros menos, pero de todos se incorporan nuevos ángulos de análisis y visiones de provecho, sea para que uno rectifique algunas de sus posiciones o para otorgarle argumentación de mayor peso a las que se tenían. Se lleva el trabajo a la reunión pensando que está pulido y siempre aparecen valiosas sugerencias. Es que como ha dicho Borges parafraseando el pensamiento de Alfonso Reyes: “Como no hay tal cosa como un texto perfecto, si uno no publica, se pasa la vida corrigiendo borradores”. Por otra parte, en estas lides, el consenso se traduce en parálisis. Nicholas Rescher pone mucho énfasis en el valor del pluralismo en su obra que lleva un sugestivo subtítulo: Pluralism. Against the Demand for Consensus. Incluso la unanimidad tiene cierto tufillo autoritario; el disenso, no el consenso, es la nota sobresaliente de la sociedad abierta (lo cual desde luego incluye, por ejemplo, que un grupo de personas decida seguir el antedicho consejo platónico y mantener las mujeres y todos sus bienes en común).
Sidney Hook apunta que “una cosa es mostrarse tolerante con las distintas ideas, tolerante con las diversas maneras de jugar el juego, no importa cuan extremas sean, siempre que se respeten las reglas de juego, y otra, muy diferente, ser tolerante con los que hacen trampas o con los que están convencidos de que es permisible hacer trampas” (op. cit.: XIV). Pero es que, precisamente, de lo que se trata desde la perspectiva de quienes no comparten los postulados básicos del liberalismo es dar por tierra con las reglas de juego, comenzando con la institución de la propiedad privada. En este sentido recordemos que Marx y Engels sostuvieron que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada” (”Manifiesto del Partido Comunista, en Los fundamentos del marxismo) y los fascistas mantienen la propiedad de jure pero la subordinan de facto al aparato estatal, en este sentido se pronuncia Mussolini: “Hemos sepultado al viejo Estado democrático liberal […] A ese viejo Estado que enterramos con funerales de tercera, lo hemos substituido por el Estado corporativo y fascista, el Estado de la sociedad nacional, el Estado que une y disciplina” (“Discurso al pueblo de Roma” en El espíritu de la revolución fascista).
No se trata entonces del respeto a las reglas de juego sino de modificarlas y adaptarlas a las ideas de quienes pretenden el establecimiento de un Estado totalitario o autoritario. Esto es lo que estamos presenciando en estos momentos con los Maduro del planeta y sus imitadores. Nos percatamos del riesgo: los que se amparan en la libertad de expresión apuntan a ejecutar sus ideas, es decir, los Stalin y Hitler de nuestra época pretenden asesinar y destruir toda valla jurídica para sus designios totalitarios. Lo dicho no contraría que en sociedades libres respondan ante la Justicia quienes han lesionado derechos de terceros, lo cual nada tiene que ver con la censura puesto que se trata de un proceso ex post facto.
El tema entonces radica en la educación, nada puede hacerse como no sea el ganar la argumentación a favor de la sociedad abierta, de lo contrario los delitos de homicidio y robo instalados en la civilización son eliminados de un plumazo por los sátrapas. Y cuando ponemos énfasis en la educación estamos hablando de valores y principios compatibles con la sociedad abierta que no necesariamente muestran un correlato con el monto presupuestario que se destina a ese rubro. Se trata de respeto recíproco.
Es cierto que el corrimiento en el eje del debate procede de los ambientes intelectuales que, como una piedra en un estanque, van formando círculos concéntricos desde el cenáculo a la opinión pública que, en esta etapa cultural, es capitalizada por las estructuras políticas. El ajuste entonces debe estudiarse en un plano más amplio a los efectos de entender el proceso y el ámbito en el que opera.
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