Bancos centrales: lo que el Líbano nos enseña
Un encarnizado debate está teniendo lugar en varios países respecto de los bancos centrales, percibidos por muchos como responsables de la inflación y otros trastornos monetarios que están perjudicando a los ciudadanos de a pie. Los Estados Unidos son uno de ellos, pero hay muchos más. En Argentina, uno de los países con la mayor inflación de precios, un 'outsider' ha cobrado fuerza en las encuestas prometiendo, entre otras cosas, abolir el banco central y adoptar el dólar estadounidense como moneda nacional si gana las elecciones de este año.
Líbano, donde recientemente pasé algún tiempo, es otro país con una inflación descontrolada y un banco central muy impopular. Es un caso de estudio sobre los efectos perniciosos que pueden tener los bancos centrales.
Han pasado cuatro años desde que estalló una gran crisis financiera. Las dramáticas consecuencias económicas y sociales están lejos de desaparecer. Para colmo de males, las autoridades, comenzando por el tristemente célebre Riad Salameh, gobernador del banco central (Banque du Liban), que ha estado al timón durante treinta años, siguen en sus puestos (probablemente pronto será sustituido por alguien de adentro). Ellos y una camarilla de banqueros, empresarios y políticos (las fronteras entre las tres categorías son difusas) han bloqueado la posibilidad de reestructurar el sistema bancario a corto plazo.
La crisis lleva años gestándose. Los centenarios bancos del Líbano, antaño el orgullo de la nación y con razón, incurrieron en prácticas destinadas a engendrar una gran crisis. Ofrecían tasas de interés grotescamente altas a los fondos que los expatriados e inversores (muchos de países del Golfo) enviaban al Líbano. La razón por la que fueron capaces de sostener esto era el banco central, al que, a su vez, prestaban estos fondos a cambio de tasas de interés aún más elevadas que generaban un buen margen. Quedaba poco crédito para la economía real.
Esto tuvo lugar en el contexto de un "anclaje" monetario, un término elegante que simplemente significa que el tipo de cambio entre la lira (moneda local) y el dólar estadounidense era fijo. Dos condiciones deben cumplirse cuando una moneda local está anclada a la de un país con una economía más fuerte: disciplina (no vivir por encima de las posibilidades) y contar con suficientes reservas de divisas para mantener la paridad, lo que en este caso significaba no sólo tener suficientes dólares en el banco central para empezar, sino también atraer permanentemente dólares del extranjero.
La primera de estas condiciones estaba lejos de ser cumplida, ya que el gobierno libanés acumulaba déficit tras déficit y, por tanto, una enorme deuda. La segunda se cumplió durante un tiempo, pero con el tiempo quedó claro que una moneda artificialmente sobrevalorada estaba provocando que las exportaciones libanesas no fuesen competitivas en el exterior. Esto en parte fue compensado con el dinero que seguía ingresando de aquellos que pensaban que las altas tasas de interés podían sostenerse. Esta especie de esquema Ponzi (la capacidad de pagar altos intereses dependía de la entrada de nuevo dinero) pareció funcionar durante un tiempo.
Mientras tanto, el banco central seguía utilizando el sistema para financiar las extravagantes finanzas del gobierno y las masivas importaciones que no eran solventadas con exportaciones (a veces los bancos financiaban directamente al gobierno). En promedio, el déficit comercial del país en los últimos treinta años ha ascendido al 32 por ciento del tamaño de la economía.
El castillo de naipes se derrumbó en 2019 cuando los depositantes empezaron a retirar su dinero y las reservas del Banque du Liban cayeron; el sistema, que había enriquecido a unos pocos y dejado a muchos en una situación desesperada, quedó expuesto como un fraude. Tras el colapso, muchos de los grandes actores, incluido el banco central y la camarilla de intereses financieros, empresariales y políticos que mencioné antes, sacaron miles de millones del país al tiempo que eran impuestos controles de capital a quienes carecían de influencia y la gran mayoría de los depositantes enfrentaba límites draconianos al retiro de divisas de sus cuentas.
¿A cuánto ascienden las pérdidas provocadas por la trama corrupta? En un informe elaborado hace un año, el Fondo Monetario Internacional estableció la cifra en 90.000 millones de dólares y formuló numerosas recomendaciones, incluida la de que los grandes depositantes y accionistas soportaran la mayor parte de esas pérdidas. Dado que sólo seis mil depositantes poseían 90.000 millones de dólares, lo que representaba el 52% de los depósitos totales, tiene sentido que los peces gordos deberían cargar con la peor parte de las pérdidas. El rechazo de los peces gordos ha hecho imposible asignar las pérdidas y empezar a reestructurar el sistema financiero.
Muchas personas con las que hablé sospechan que el banco central y el lobby bancario siguen confabulados entre sí (el Banque du Liban y los bancos privados aún no han sido auditados de manera independiente). Temen que las autoridades y los bancos hayan decidido trasladar el grueso de las pérdidas al resto de la sociedad, lo que significa que las cuentas de los libaneses, la mayoría de las cuales están denominadas en dólares, serán eventualmente "lirificadas", es decir, convertidas en cuentas en moneda local a un tipo de cambio muy devaluado. Esta expropiación, a su vez, se sumará a la desbocada inflación (que también ayudará a licuar parte de la deuda pública). En la práctica, esto es lo que ha venido sucediendo desde hace cuatro años.
El espíritu revolucionario que llevó a la gente a rebelarse contra el sistema del Líbano en 2019 parece haberse apagado, ya que la gente se encuentra demasiado ocupada sobreviviendo o emigrando. O podría ser una calma antes de la tormenta. Pero lo que no se ha apagado son las razones que la empujaron a rebelarse. Están vivitas y coleando.
Traducido por Gabriel Gasave
El original en inglés puede verse aquí
Álvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior del Centro Para la Prosperidad Global del Independent Institute. Sus libros del Independent incluyen Global Crossings, Liberty for Latin America y The Che Guevara Myth
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