Argentina: El problema inflacionario no tiene que ser resuelto por Freud
Insólitamente, el presidente Alberto Fernández, durante una entrevista periodística, dejó de argumentar diciendo que había una inflación autoconstruida, a sostener que es psicológica.
Tal vez el Presidente alguna vez escuchó, al pasar, la expresión expectativas inflacionarias y creyó que se estaba aludiendo a causas psicológicas, como si la suba persistente y generalizada de los precios al consumidor para revertirla, en vez de requerir de una buena política monetaria, requiriera de un equipo de psicólogos que trate a la población y a los comerciantes para que cambien su cultura alcista.
Si se toman los datos de inflación de abril de Argentina y los que informaron los países vecinos, se verán enormes brechas:
Eso por sí solo estuviese mostrando que el problema psicológico de la inflación es únicamente de los argentinos, ya que los vecinos hicieron terapia anteriormente, o no padecen de semejante problema mental. Claramente, un verdadero disparate argumental.
En todo caso, Alberto Fernández podría hablar de expectativas inflacionarias. Este tema se trata en la literatura económica y tiene que ver con las previsiones que tiene la gente sobre la suba de los precios.
En los países en que nunca hubo inflación -al menos a ritmo de dos dígitos al año-, cuando los gobiernos empiezan a emitir dinero para financiar el déficit fiscal, la gente puede percibir que esos aumentos de precios, depreciación de la moneda, son transitorios. Por lo tanto, el comportamiento social puede ser no comprar -aumentar la demanda de moneda-, a la espera de que los precios bajen.
Si el gobierno sigue emitiendo y generando inflación, la sociedad empieza a percibir que esos aumentos de precios que vio al inicio no eran transitorios, sino que pasan a ser permanentes. Es ahí donde comienza a disminuir su demanda de moneda. Se quita los pesos de encima y se refugia en bienes o en monedas fuertes.
Es ahí que se forman las expectativas inflacionarias. Eso que el Presidente argentino llama inflación psicológica, son expectativas inflacionarias que se forma la gente cuando el Banco Central destruye la moneda.
Lo que tenemos hoy es huida del dinero. La gente huye del peso porque sabe que mañana puede comprar menos que hoy. Y, además, ya lleva 21 años en ese proceso. Es decir, actualmente hay toda una generación que nació y vivió en inflación y otra mayor que vivió muchos años de inflación, mega inflación e incluso hiperinflación.
Por eso la reacción de la gente de huir del peso es mucho más rápida que en otros países, porque ya tiene un ejercicio en materia de defenderse de la inflación, lo que quiere decir que al gobierno le cuesta cada vez más cobrar el impuesto inflacionario.
Cuánto más rápida es la huida del dinero, más alta es la tasa del impuesto inflacionario (emisión monetaria) que tiene que cobrar el BCRA para recaudar ese tributo no legislado.
Política inocua
Perdida por completo la confianza en el peso, no hay tasa de interés de referencia del Banco Central que pueda frenar la huida del mismo. Por eso, lejos de evitar una mayor estampida inflacionaria, las subas de la tasa aceleran la fuga del pesos, en particular al dólar, en tanto que la gente, que apenas llega a fin de mes, cuando cobra el sueldo sale corriendo al supermercado como si fuera una cueva a la que va a comprar dólares.
La sociedad invierte en comida al inicio de mes porque si espera para comprar, cada semana puede adquirir menos.
Y así como llega un punto en que la suba de la tasa de interés no frena la huida del dólar, por el contrario agrava la situación cuasifiscal, porque el stock de Leliq y Pases ya supera los $13 billones, y los intereses que paga el BCRA por esa deuda crecen más rápido que la tasa de inflación. En otros términos, no hay licuación de deuda del BCRA. La dinámica del modelo tiende a ser explosiva en estos términos.
En definitiva, subir la tasa de interés mientras entran chorros de pesos al mercado emitidos por el BCRA y encima pesos que la gente no quiere, es como la banda del Titanic tocando en la cubierta mientras el barco se hunde.
Por tanto, en la Argentina no hay problemas psicológicos con la inflación que tengan que ser resueltos por Freud, ni tasa de interés que compense el riesgo de permanecer en pesos, sino un gobierno sin credibilidad, sin rumbo económico, con medidas aisladas que aumentan la desconfianza y son parches que no duran ni el tiempo del anuncio, porque ya no tiene capacidad alguna de tener un mínimo de control en el descontrol que hizo entrar a la economía.
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