¿De Rusia con Amor? La compleja trama de espionaje que desnudó la detención de dos “topos” con pasaportes argentinos
Ambos nacieron en 1984. Ella en Grecia; él, en Namibia. Se conocieron y se enamoraron, y juntos emigraron a la Argentina, donde tuvieron dos hijos y se nacionalizaron. Pero luego rumbearon hacia Eslovenia, con pasaportes argentinos, en busca de un futuro mejor. Allí se dedicaron al arte y la informática. O eso es lo que parece. Porque ahora, todo está en el aire, sujeto a verificación. María Rosa Mayer Muños y Ludwig Gisch –si esos son, en efecto, sus nombres– encarnarían la punta de una compleja madeja de espionaje internacional montada por Rusia con ramificaciones en al menos tres continentes, según reconstruyó LA NACION en base a fuentes y documentos de la Argentina, Eslovenia y Grecia.
Sólo hay certidumbre sobre unos pocos datos. Gisch y Mayer sí vivieron en el piso 9 de un edificio de la calle O’Higgins 2191 del barrio porteño de Belgrano. Sus vecinos los vieron conformar una familia: S. nació en 2013 y D. llegó en agosto de 2015. Hasta que llegó el momento del adiós. En algún momento entre 2017 y 2019 –según qué registro se coteje–, la pareja concluyó –o eso arguyó– que las calles de Buenos Aires eran demasiado inseguras y comenzó a montar una nueva vida en el número 35 de la calle Primožičeva de Ljubljana. Fue allí, en la capital eslovena, donde el 5 de diciembre pasado, las fuerzas especiales de la Policía eslovena arrestó a ambos. ¿Los cargos? Ser “topos”. Es decir, espías en fase de hibernación.
“Los sospechosos son miembros de un servicio de inteligencia extranjero que estaban residiendo y hacían negocios en Eslovenia bajo identidades falsas, basados en documentos de identidad que obtuvieron ilegalmente”, dijo a LA NACION la vocera de la Policía eslovena, Maja Ciperle Adlešič, sin matices. “Estaban desarrollando actividades encubiertas de inteligencia en Eslovenia para beneficio de un servicio de inteligencia extranjero”, abundó.
La letra chica de esa declaración oficial es inquietante. ¿Por qué? Porque da por verificado que Mayer Muños no se llama así, que tampoco Gisch es un nombre real, que ambos obtuvieron pasaportes de la República Argentina de manera ilegal y que ambos trabajan para el régimen de Vladimir Putin. Para más datos: en su servicio de inteligencia exterior (SVR, por sus siglas), bajo las órdenes de Sergey Naryshkin.
En el momento de ser detenidos, la pareja se despidió de sus trabajos que para las autoridades eslovenas no eran más que una fachada. Primero fundaron DSM & IT, una empresa de tecnología –el mismo rubro al que él se dedicó en Buenos Aires-, con la asistencia de una escribanía de Ljubljana en la que se identificaron, según verificó LA NACION, como ciudadanos argentinos. Un año después, montaron otro proyecto: la Galería de Arte 5′14.
Les fue bien. O así lo informaron en sus declaraciones tributarias. No tenían clientes conocidos, pero DSM & IT llegó a facturar 43.785 euros al año, a los que sumaron 25.220 euros más con la galería –según declamó en las redes sociales colaboraba “con 90 artistas a los que presenta en feria y además organiza exposiciones”–, mientras ambos combinaban la crianza de sus hijos con viajes, en teoría laborales, a distintos países, en especial de Europa.
Ahora, sin embargo, las autoridades de Eslovenia, Alemania y otros países pusieron bajo la lupa esos viajes. ¿Sirvieron de tapadera para que ambos pudieran interactuar con otros “topos” o desarrollar tareas de espionaje? De acuerdo a la prensa local, por lo pronto, cuando las tropas especiales allanaron la oficina que alquilaban en el edificio Lesnina de la calle Parmova se habrían encontrado con tanto dinero en efectivo que les tomó “horas” contarlo. Consultada por LA NACION, la Policía eslovena se negó a confirmarlo o desmentirlo.
Desde la Oficina de la Fiscal del Distrito de Ljubljana que lidera Katarina Bergant, en tanto, sí confirmaron a LA NACION que la pareja nacionalizada argentina continúa detenida e incomunicada. En ese sentido, a principios de marzo, la Fiscalía solicitó una prórroga de su detención y presentó dos cargos formales en su contra por los que podrían afrontar una pena de hasta 8 años de prisión efectiva.
La investigación eslovena, según indicaron fuentes oficiales a LA NACION, ya incluyó los primeros contactos formales o informales con países como la Argentina, Grecia y Brasil, a los que solicitó información y, al hacerlo, expuso indicios de la profundidad y alcance de la pesquisa, que incluye también a la Agencia de Inteligencia y Seguridad de Eslovenia.
Tentáculos internacionales del espionaje
El ida y vuelta con Buenos Aires a través de canales diplomáticos y de Interpol recién comienza. Pasará por dos ejes, adelantaron a LA NACION fuentes argentinas al tanto de esas primeras tratativas. El primero, corroborar la autenticidad de los pasaportes argentinos; el segundo, cotejar las huellas dactilares de la pareja detenida con el material disponible en el Registro Nacional de Identidad (Renaper).
Qué hizo la pareja en la Argentina es un misterio. Sí se sabe que, aunque comenzó los trámites para establecerse en Eslovenia entre 2017 y 2019, la pareja atravesó en Buenos Aires la cuarentena por la pandemia de Covid-19. Recién en marzo de 2022 volaron a su nuevo hogar, en un vuelo de Lufthansa con escala en Alemania, el 5 de marzo de 2022, según reveló Infobae.
En la Argentina, en tanto, tramitan varias investigaciones judiciales vinculadas directa o indirectamente al régimen ruso. Entre ellos, la que instruye la jueza federal María Servini para desentrañar por qué más de 10.000 mujeres embarazadas rusas viajaron a parir en el país y, de ese modo, quedar en condiciones de solicitar la ciudadanía argentina.
El contacto de Eslovenia con Grecia resulta, hasta ahora, mucho más inquietante. A través de los canales de Europol, la Policía Eslovena alertó a su contraparte griega que había detenido a Mayer Muños, quien decía haber nacido en Atenas, y a Gisch, y colocó a los agentes griegos en la senda para destapar a otra espía rusa, que se movía como la fotógrafa María Tsalla, pero cuyo verdadero nombre sería Irina Alexandrovna Smireva.
Según informó el Servicio Nacional de Inteligencia (EYP) griego, María Tsalla sí existió, pero fue una criatura que nació en 1991 y murió poco después. Eso le habría permitido a la agente rusa robarle su identidad en 2018 con la ayuda de un estudio de abogados local al que pagó 5 millones de euros por sus servicios, para luego establecer un local comercial llamado “Galazio”, en el barrio ateniense de Pangrati.
Pero allí no se agotaron las derivaciones del arresto de dos presuntos “topos” rusos con pasaportes argentinos. ¿Por qué? Porque Tsalla –o Smireva– se marchó a Rusia en enero; es decir, en las semanas que siguieron a las detenciones registradas en Eslovenia. Así lo hizo también su supuesto esposo, que se movía con otra identidad falsa: decía ser el brasileño Gerhard Daniel Campos Wittich. Desapareció, en enero también y sin dejar rastros, mientras paseaba por Malasia como –en teoría, siempre en teoría– mochilero.
Campos Wittich no sería el único “topo” ruso con cobertura brasileña. En octubre, las autoridades noruegas detuvieron a José Assis Giammarias, académico en la Universidad de Tromsø, cuya verdadera identidad sería Mikhail Mikushin, en tanto que Holanda arrestó en La Haya a Viktor Muller Ferreira, quien intentaba infiltrarse como pasante brasileño en la Corte Penal Internacional (CPI), que investiga los crímenes de guerra cometidos por Rusia en Ucrania. Su verdadero nombre sería Sergej Vladimirovich Cherkasov.
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