Por un aborto legal, ¿y gratuito?
Después de 12 años sin pronunciarse, por fin el Tribunal Constitucional ha dado luz verde a la ley del aborto del año 2010 frente al recurso de inconstitucionalidad planteado por el Partido Popular.
Con ocasión de este hecho, en la presente entrada voy a tratar de dar una respuesta a la controvertida cuestión del aborto desde un punto de vista feminista libertario. Antes de comenzar a abordar el asunto, es de justicia reconocer que la tesis que aquí se va a exponer está fuertemente influenciada por la postura de Wendy McElroy en su artículo Aborto: un atolladero moral (2002).
En lo relativo al aborto inducido, tendríamos fundamentalmente dos posturas contrapuestas. De un lado tendríamos a quienes, bajo la etiqueta "proelección", consideran que la mujer debe tener un derecho irrestricto a poner fin a su embarazo, y además a que entre todos se le sufrague la intervención; y por el otro tendríamos a los provida, quienes opinan que el aborto debería estar prohibido en cualquier circunstancia por constituir un asesinato en el vientre materno. Es cierto que también existen otras posturas, como son los partidarios de una ley de supuestos como la que existió en España entre los años 1985 y 2010, pero aquí nos interesan las posturas que se encuentran claramente enfrentadas entre sí al representar posiciones morales antagónicas.
¿Cómo aproximarnos entonces correctamente a la cuestión del aborto? Nadie ha encontrado todavía una fórmula mágica con la que poder armonizar todos los intereses que hay en juego; básicamente, porque no la hay. En la cuestión del aborto intervienen varios actores: la mujer, la criatura que está por nacer, el padre de dicha criatura, las asociaciones provida, los organismos que reconocen el aborto como un derecho… Cada uno de ellos tendrá una visión particular sobre lo que se debería o no hacer, o sobre lo que se debería o no permitir (a excepción de la criatura, por razones obvias). Por tanto, aunque idealmente a lo que nos gustaría llegar como sociedad es a erradicar por completo el aborto porque todos los embarazos que se produjeran fueran deseados, a lo único a lo que podemos sensatamente aspirar por ahora es a que la voluntad de unos no se imponga sobre la de los demás. Para ello, es preciso reconocer el derecho no sólo de la mujer a no seguir adelante con su embarazo, también el derecho del hombre a no tener por qué ejercer una paternidad no deseada (lo que se conoce como "aborto de papel"), el derecho de los profesionales sanitarios a acogerse a la objeción de conciencia, y en definitiva a que el aborto no sea subvencionado con los impuestos de todas aquellas personas para las cuales se trata de una práctica que atenta contra sus creencias más arraigadas.
Aun así, todavía faltaría por dar respuesta a un argumento potente que se puede esgrimir tanto desde las filas del conservadurismo como desde el liberalismo y que se enmarcaría dentro de la postura provida: el aborto constituye de por sí una violación al principio de no-agresión contra el nasciturus. En este punto, resulta conveniente acudir al archiconocido escenario mental del violinista que propone Judith Jarvis Thomson y que reproduzco a continuación:
“Te despiertas por la mañana y te das cuenta de que estás espalda con espalda en una cama unido a un violinista inconsciente. Es un violinista famoso que tuvo una terrible enfermedad renal y la sociedad de amigos de la música ha invertido todos los medios médicos disponibles y ha descubierto que tú eres la única persona que tiene el tipo de sangre adecuado para ayudarle. Esta asociación te ha secuestrado y anoche estas personas unieron el sistema circulatorio del violinista al tuyo, de modo que tus riñones
serán usados para extraer veneno de la sangre del violinista a la vez que sirven a tu organismo. (…) El director del hospital te dice ahora, “mira, lo sentimos, pero la sociedad de amigos de la música te ha hecho esto, nosotros nunca lo hubiéramos permitido si lo
hubiésemos sabido. Pero ya ha ocurrido y ahora el violinista está unido a ti. Separarlo de ti implicaría su muerte. Pero no te preocupes, solo serán nueve meses. Luego él se recuperará de su enfermedad y podrá ser retirado de ti sin daño” (Thomson, 1971).
Como se puede apreciar, Thomson establece una analogía entre el secuestro por parte de la sociedad de amigos de la música para salvar al famoso violinista y el embarazo no deseado. El punto fuerte de la misma reside en que, a diferencia de la mayoría proelección que degrada el estatuto ontológico del concebido y no nacido como modo de legitimar el derecho al aborto, la autora norteamericana estaría dispuesta a conceder a los partidarios provida que el feto es un ser humano con el mismo derecho a la vida que cualquier otra persona; pero, aun con todo, esto no obligaría a la mujer a tener que ofrecer su cuerpo como soporte vital sin su consentimiento. Todavía se podría llegar a pensar que el escenario que Thomson plantea podría ser válido para los casos de violación, pero no así para los embarazos que se producen a partir de relaciones consensuadas, en tanto en cuanto consentir la relación es, de alguna manera, aceptar los riesgos asociados a ella. Sin embargo, si bien es cierto que el pensamiento individualista, base del libertarismo, nos obligaría a hacernos responsables de las decisiones que tomamos, esto no significa que podamos controlar absolutamente todas las posibles consecuencias -por remotas que éstas sean- que se derivan de nuestros actos, ya que de adoptar como principio la hiper responsabilidad más allá de lo que es razonable exigir, nuestra libertad quedaría reducida, literalmente, a la nada. En este sentido, no creo que sea aventurado pronosticar que si las mujeres que no desean tener hijos supieran el momento exacto en el que van a quedarse embarazadas, se daría un descenso significativo en el número de abortos provocados por renunciar conscientemente a la relación que supone un riesgo real e inminente, y no meramente plausible, de acabar en embarazo. La responsabilidad individual, en este caso para tomar todas las medidas anticonceptivas necesarias, no estaría reñida con la existencia de elementos ajenos a nuestro comportamiento.
Como conclusión: el feminismo libertario no se propone como objetivo ofrecer una respuesta filosófica sobre la moralidad o inmoralidad del aborto; deja que esa decisión sea tomada por cada individuo. Su único propósito es actuar como árbitro para evitar que una determinada visión del mundo se imponga sobre todas las demás, y por ello se opone tanto a la prohibición del aborto como a que éste tenga que sufragarse mediante los impuestos recaudados de los que no están de acuerdo con su práctica.
Bibliografía:
- McElroy, Wendy (2002): Aborto: un atolladero moral.
– Thomson, Judith Jarvis (1971): A defense of abortion.
- 28 de diciembre, 2009
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- 17 de octubre, 2018
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