Brasil: el autoritarismo llama de nuevo a la puerta
Parece que ya es costumbre que a principios de enero diferentes parlamentos o congresos sean invadidos por hordas de fanáticos políticos, de estrambóticos líderes nacionalpopulistas. El último de estos episodios fue la invasión del Congreso de Brasil el 8 de enero por un enorme grupo de seguidores de Jair Bolsonaro, quienes traspasaron la barrera policial e irrumpieron en la sede de la soberanía popular brasileña.
Al ver dichas imágenes, a muchos nos vino a la cabeza el recuerdo del asalto al Capitolio de los EE. UU. el 6 de enero de 2021, durante el cual centenares de seguidores de Donald Trump rechazaban la derrota de este en las elecciones presidenciales y pretendían tomar el poder por la fuerza. A pesar de los disturbios que se pudieran generar, por el bien de la democracia, el resultado final en ambos casos fue el mismo: las fuerzas de seguridad lograron tomar el control y expulsaron a los extremistas del interior de ambos edificios. El Estado de Derecho prevaleció una vez más.
A pesar de las muchas similitudes que puedan existir entre el asalto al Capitolio americano en 2021 y lo vivido el pasado 8 de enero, existen algunas diferencias que merece la pena resaltar si pretendemos hacer un análisis político sólido de los hechos.
De un 6 de enero a un 8 de enero
En primer lugar, mientras que durante el asalto al Capitolio, Donald Trump seguía siendo presidente de los EE. UU. (aunque ya se había confirmado su derrota en las elecciones), Bolsonaro no solo había sido derrotado, sino que había aceptado el resultado de las elecciones (cosa que Trump no hizo) y abandonado el poder a su debido tiempo, hallándose en Florida durante el asalto al Congreso brasileño. De hecho, mientras se puede interpretar que Trump alentó a muchos de sus seguidores a negar el resultado de las elecciones presidenciales y a revolverse contra ello, Bolsonaro en ningún momento trató de negar la victoria de Lula, ni tampoco alentó a sus seguidores a montar una revolución contra el actual presidente brasileño.
Aún así, esto no significa que la derecha nacionalpopulista haya perdido fuerza en Brasil o que no suponga un gran riesgo para la estabilidad política del país, unido a la radicalidad de muchas de las políticas de su actual presidente, Lula da Silva. Muchos analistas han llegado incluso a afirmar que la inestabilidad política que puede surgir de los conflictos acaecidos en Brasil sería mayor que la de las semanas y meses posteriores al asalto al Capitolio, a pesar de que el protagonista indirecto (Bolsonaro) haya jugado un papel mucho menor en ello que Donald Trump en su momento.
No es ninguna locura afirmar que la insurrección brasileña tuvo una mayor extensión que la americana, ya que los asaltantes fanáticos de Jair Bolsonaro no se limitaron únicamente al Congreso, sino que trataron de irrumpir asimismo en el palacio presidencial y el Tribunal Supremo, encontrándose todos estos edificios en una gran plaza.
Otro motivo de enorme preocupación es el funcionamiento de los mecanismos de acción de las fuerzas de seguridad brasileñas. Es decir, tras ver las actuaciones de algunos policías el 8 de enero, mucha gente ha comenzado a dudar de su lealtad al actual presidente y de que estuvieran dispuestos a parar un intento de golpe de estado a escala nacional en caso de que este se produjese. Por poner a los lectores de la presente columna en contexto, cabe recordar que a algunos policías se les vio grabando videos y sacándose fotos con algunos radicales que estaban en esos momentos rompiendo cristales y/o vallas para acceder a los edificios institucionales anteriormente listados. Además, si trazamos el origen de dicha insurrección radical, no cuesta demasiado situarlo en las múltiples semanas de protestas que se llevan produciendo por parte de seguidores extremistas de Bolsonaro, quienes montaron asentamientos a la entrada de bases militares, alentando durante varios días a las fuerzas armadas a dar un golpe de estado.
El funcionamiento de las instituciones
A pesar del duro golpe para la democracia brasileña que supusieron estos eventos, la gran mayoría de contrapesos institucionales y las propias instituciones se mostraron robustos y fueron capaces de sostener el Estado de Derecho. La respuesta de Lula a estos eventos, de hecho, fue bastante mesurada ya que lo que hizo fue ordenar a la policía federal que tomara el control de la seguridad de la capital brasileña y pidió que a los asaltantes se les juzgara con toda la ley, pero solo con la ley. Una de las primeras respuestas en este sentido vino por parte del Tribunal Supremo, que ordenó que el gobernador de Brasilia fuera destituido por permitir y alentar la insurrección, y envió a la policía a desmantelar los campamentos que los bolsonaristas habían montado frente a los cuarteles militares.
Precisamente, una de las instituciones que más sólida se mantuvo fue el ejército, que en ningún momento dio la más mínima seña de levantarse contra el vigente presidente, sino que colaboró en todo lo necesario para reestablecer el orden público y garantizar la seguridad en las calles. Esto ha sido una muestra más del relevante papel que han jugado las FFAA en Brasil durante las últimas dos décadas, ya que su firmeza frente a intentos de golpe de estado ha sido la más valiosa defensa de la constitución.
Para concluir, no sobra decir que lo que se vivió el pasado domingo en Brasil es una muestra más del peligro que suponen los movimientos nacionalpopulistas para la salud democrática de los países. Bolsonaro y Trump son hijos ideológicos de Steve Bannon, y como tal actúan, pero al igual que ellos, hay muchos más políticos (incluso gobernando) dispuestos a socavar las reglas democráticas para perpetuarse en el poder desde ambos extremos del espectro ideológico. En definitiva, de nuevo se vuelve a constatar la importanc
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