Argentina: “Una oportunidad más” para el populismo

Llevo tres generaciones siguiéndolos. Digo eso porque no empezó conmigo en realidad sino con mis abuelos. Gente simple, honesta, trabajadora. Y humilde. Eso es lo peor de todo. Gente humilde que no tenía maldad y no pudo oler, detectar la maldad ajena.
Cuando los dirigentes, toda gente de ciudad, sofisticados, bien vestidos, con aroma a perfumes importados, venían a visitar, la barriada los recibía como si fuese un honor. La verdad, que esos Dioses urbanos se dignaran a bajar a donde estábamos los seres humanos comunes y corrientes era para rendirles homenaje. Bastaba que tocaran a cualquier puerta, para que la familia dejara sin cenar a sus hijos, con tal de agasajarlos y darles lo que tenían, disimulando la miseria con la mejor sonrisa. Con o sin dientes.
¿Qué necesitan? ¿Pavimento? ¿Alumbrado? ¿Cloacas? ¿Escuelas? ¿Transporte público? ¿Trabajo? ¿Viviendas? ¿Que no se inunde? ¿Que no haya narcos afuera de las escuelas? ¿Hospitales?
Nos escuchaban tan atentamente, tan profundamente, con la mirada clavada en nuestros ojos, pero con ojos vacíos. Profundamente vacíos de contenido. Siempre había alguien con una libretita tomando nota, como dando importancia a lo que se les pedía.
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