El mérito y el progreso de los países
El concepto de meritocracia está siendo atacado por todos lados. Por caso, por la izquierda, que lo llama una tiranía, término acuñado por Michael Sandel, profesor de teoría de gobierno en la Universidad de Harvard, que publicó in The Tyranny of Merit en el 2020, haciendo especial énfasis en la importancia de la sociedad y lo comunitario como factor principal del avance individual. O por críticas que dicen que es una trampa, un instrumento de opresión de la élite blanca, definido por Daniel Markovits, profesor de derecho en la Universidad de Yale, en su libro del 2019 The Meritocracy Trap.
Desde la derecha, también un grupo de republicanos también esta siendo muy crítico, desde una mirada de nacionalismo conservador, como J.D. Vance, autor de Hillbilly Elegy y actualmente candidato a Senador en Ohio, Ross Douthat, columnista del New York Times, y otros intelectuales como Charles Murray. Sus argumentos son en contraposición a la globalización y al crecimiento de las élites que buscan imponer su visión del mundo y valores al resto de las personas. Como, por ejemplo, empresarios reunidos en Davos o funcionarios de las burocracias internacionales que deciden sobre la vida de los demás desde instituciones que nadie ha votado, ni tienen representatividad democrática. Políticamente esto se vio reflejado en las victorias de Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Inglaterra y Jair Bolsonaro en Brasil.
La intensidad del debate y su importancia para el futuro del sistema democrático liberal es claramente explicado por Adrian Woodrige en su último libro Aristrocracy of Talent, how meritocracy made the modern world. Wooldrige, que luego de muchos años como editorialista en The Economist es actualmente columnista de negocios globales de Bloomberg, hace una sólida y bien argumentada defensa de la meritocracia como sistema de generación de desarrollo y prosperidad individual y social. Basando sus argumentos en una detallada historia de la meritocracia en los últimos siglos, comenzando con Platón en Grecia, pero tanto en Asia, como Europa y América, concluyendo, como en la mayoría de sus trabajos, que Occidente ha sido clave en la creación de una infraestructura global que fomenta la democracia y el respeto a la libertad y derechos individuales. Un debate todavía de mayor relevancia en el contexto actual de la guerra en Ucrania y el enfrentamiento entre democracia y autoritarismo que el conflicto bélico está haciendo mas pronunciado y definido.
Por supuesto que la meritocracia tiene sus falencias, tal vez las mas importantes relacionadas a la falta de igualdad de oportunidades, la concentración de riqueza especialmente en élites hereditarias, o la corrupción que se vio recientemente en Estados Unidos en el acceso a las mejores instituciones educativas. Pero más preocupante aún es la disminución de la movilidad social, por la falta de acceso a buenos aprendizajes, o la correlación entre niveles de ingresos familiares y la calidad de la educación.
Idealmente, un sistema que se basa en el mérito, en la posibilidad de que los individuos alcancen sus sueños y sus aspiraciones, basados en sus capacidades, en el esfuerzo y el trabajo, sigue siendo el principal factor de desarrollo sostenible y de autoestima, superación y dignidad personal.
La meritocracia también significa una estrecha relación entre los estudios y la preparación con los ingresos y, de alguna manera, el lugar que se ocupa en la sociedad. Esta alternativa es mucho mejor que la asignación de posiciones y lugares en la sociedad basados en la herencia, el apellido o familia a la que se pertenece, o una disposición del Estado. Y definitivamente mas democrática.
Es paradójico que, a pesar de las críticas a los sistemas meritocráticos, los grandes movimientos migratorios son de países de baja meritocracia hacia países donde es justamente una meritocracia mas extendida la que genera mayor desarrollo económico y oportunidades individuales.
“Pero el argumento mas poderoso pro meritocracia es moral mas que económico”, como sostiene Adrian Wooldridge. Por un lado, todas las personas tienen los mismos derechos independientemente de donde provienen o quienes son, pero a su vez son dueños de su propio destino y tienen sueños que pueden alcanzarlos a través de sus talentos y capacidades. La meritocracia permite el mejor equilibrio de esas realidades: “paradójicamente, tratar a las personas como iguales en términos morales también los reconoce como agentes de su destino, y por lo tanto pueden ser desiguales. La meritocracia es la forma ideal de darle sentido a esa paradoja”.
El autor fue ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires.
- 31 de octubre, 2006
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