La clave del fracaso es intentar complacer a todo el mundo
Con el placer de recibirlos en este espacio, hoy titulado con una conocida frase de Woody Allen. Imagino, amigo lector, que al leer el título usted lo podría asociar al manejo de nuestras relaciones internacionales. Y podría ser, es cierto. Pero la idea, en esta oportunidad, es utilizarlo para reflejar nuestras contradicciones entre la ponderación del valor que aportan nuestros recursos humanos y los pocos incentivos de progreso que les estamos ofreciendo para que consideren a nuestro país como un lugar de desarrollo.
Una madre acompañada por su hijo se cruza con un joven que está pidiendo monedas en una esquina. La madre mira a su hijo y le dice: “Si no estudiás, vas a terminar como él”. Esta frase refleja la importancia de la educación, como una solución individual, para lograr el desarrollo personal.
Un anciano que pasaba por ahí, reconocido por su gran sabiduría, agregó: “Si estudiás, serás capaz de generar un mundo mejor para ese joven vagabundo”. Esta frase refleja la importancia de la educación, como una solución colectiva, para lograr desarrollarnos como sociedad.
¿De qué sirve salvarse solo?
Educa quien motiva a transformar una situación adversa del presente. Es imprescindible retener a aquellos que son capaces de hacerlo. Es imperdonable los pocos incentivos que le estamos dando a nuestros jóvenes emprendedores a quedarse en nuestro país, dado que el único mérito que se premia es el de la militancia.
La teoría económica dice que las cosas valen según su nivel de escasez, y a partir de allí, surgen las distintas teorías de valor. Por ser agotables convierten a los “recursos naturales”, al “capital” y a los “recursos humanos” en bienes muy demandados. Pero lo que ya nadie discute es que el actor principal de la economía para resolver los problemas de escasez es “el conocimiento”.
Supongamos que un multimillonario decide viajar al lugar más inhóspito del planeta y demostrar que, con recursos, puede sobrevivir en cualquier ambiente, para justificar que lo que importa es precisamente el “capital”.
Para ello, contrata a un ayudante, un ingeniero que es especialista en alimentación y en logística, quien posee experiencia en escalar altas montañas y todos los conocimientos que uno podría imaginar para ese riesgoso viaje. El ingeniero acepta el desafío a cambio de una muy alta compensación económica.
Entenderán ustedes que, una vez llegado al lugar, sus diferencias en cuanto a ingresos y a la riqueza acumulada no tendrán sentido. Ambos serán económicamente iguales por la sencilla razón de que no habrá bienes o servicios para comprar.
La pregunta sencilla es: ¿quién de los dos tiene más poder ahora? ¿el millonario dueño del “capital”? ¿o el ingeniero poseedor del conocimiento? Finalmente… ¿Quién depende de quién? Escaso es el conocimiento, y eso definirá quién tiene más poder.
Si un país tiene el objetivo de desarrollarse y crecer en serio, no puede ser pasivo ante la fuga de sus recursos con capacidad de transformación. Los países que se desarrollan son los que capitalizan el conocimiento. Para mí, eso sí es hacer patria.
De hecho, los campos valen no por ser campos, sino porque nos permiten transformar semillas en alimentos; así como un fabricante convierte acero y otros metales, por ejemplo, en griferías; una docente transforma y prepara a un niño para el mundo futuro y una empresa de energía convierte rocas y agua en suministros energéticos para alimentar nuestras industrias y hogares.
Por eso, no comparto la decisión argentina de castigar el salario de nuestros recursos humanos, aplanando la curva de ingresos, ignorando el mérito y desalentando a nuestros talentos a producir en y para la Argentina. Se van y… ¿A dónde? ¿A Irán, Cuba o Venezuela? ¿O a España, Estados Unidos o Australia?
El salario es un incentivo y un premio al esfuerzo. Solo compare lo que está dispuesto a pagar un país desarrollado por el conocimiento y cómo se lo remunera en nuestro país.
Si la sociedad no reconoce, no honra y no incluye a aquellos que realmente generan valor agregado, la mayor parte de lo que llamamos “riqueza” desaparecerá.
Es más inteligente aprovechar el empuje emprendedor de los que tuvieron más posibilidades, facilitar su desarrollo para lograr que, con sus beneficios, financien el empleo, la educación, la innovación y la inclusión laboral.
Nuestro problema no se resuelve con dinero (de hecho, recibimos mucho en el último tiempo). Si lo usamos mal, multiplicamos los problemas. Tenemos el mayor gasto público de la historia con el mayor nivel de pobreza: ¿no será que gastamos mal?
Cuenta la historia que en Davos, Suiza, en el año 2005 el presidente de Tanzania, Benjamín Mkapa explicó que cerca de un millón de niños morían anualmente de malaria porque no tenían mosquiteras que solo costaban cuatro dólares cada una. Sharon Stone, que estaba entre el público, pidió la palabra y afirmó estar conmovida. Con lágrimas en los ojos, donó 10.000 dólares. Muchos en la sala levantaron sus manos prometiendo también hacer sus donaciones. Al rato se anunció con bombos y platillos que se había recaudado un millón de dólares. Sharon Stone se convirtió en la superestrella de Davos 2005.
Se enviaron mosquiteras a Tanzania por el valor de un millón de dólares. Resultado de la donación: muchas mosquiteras fueron robadas en las aduanas, otras fueron utilizadas como redes para pescar, otras se rompieron para utilizarlas para otros fines y algunas pocas se utilizaron para cumplir con la función de detener a los mosquitos. En definitiva, no se sabe cuántas vidas se acabaron salvando.
La moraleja es que muchos tienden a estar más interesados en recaudar dinero que en gastarlo de manera eficiente. Está demostrado empíricamente que si la recaudación no se hace bien resulta contraproducente porque fomenta la corrupción, causa dependencia y hace que los jóvenes prefieran dedicarse a la militancia del reparto arbitrario antes que a actividades productivas.
Propongo que el que exporte conocimiento viviendo en la Argentina no esté obligado a liquidar sus ingresos en pesos al tipo de cambio oficial, y que pueda ahorrar en la moneda que quiera, y que todo cargo público jerárquico deba ser ocupado por un egresado universitario que sea designado mediante un concurso, y no por un militante político, ni por un familiar de un gobernante. Que sea un cargo público y no político.
Para el cierre de esta nota recurro a una linda fábula.
Las abejas, un día, creyeron que andaría mejor el gobierno de la colmena si establecían impuestos para costear los servicios públicos. Viendo que los zánganos andaban ociosos, les ofrecieron encargarles la cobranza, lo que éstos aceptaron gustosos, ya que era trabajo liviano y bien remunerado. Pero, poco a poco, indujeron estos a las abejas a aumentar el número de los cobradores, consiguiendo así colocar a una cantidad tan considerable de sus amigos, que hubo que aumentar los mismos impuestos para pagarles. Y se llegó a un punto en el que toda la miel de la colmena no sería suficiente para alimentarse.
Las abejas se dieron cuenta del peligro y decretaron la inmediata expulsión de los zánganos. Los zánganos preguntaron llorosos a las abejas qué iba a ser de ellos, una vez en la calle, y las abejas les contestaron: “¡Hagan miel, ustedes también!”.
El autor es licenciado en administración con un posgrado en finanzas. Gerente de Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Bs. As y director del Laboratorio de Finanzas de la UADE.
- 31 de octubre, 2006
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- 4 de septiembre, 2015
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