El jefe de cocina y el mercado libre
En el Chef, sofisticado jefe de cocina con ancestros que sospecha llegan al Miguel Angel del Renacimiento, es común encontrar el desprecio de artistas e intelectuales por las economías de mercado. Ludwig Von Mises lo explica de forma brillante en “La Mentalidad Anticapitalista”, partiendo de que economías libres y competitivas son aquellas donde los consumidores, la gente común y corriente, tienen en sus manos el destino de los negocios y los puestos de trabajo. Son sus compras diarias, libres y voluntarias, sobre bienes y servicios que ofrecen empresarios sin poder político para prohibir competencia, las que deciden quién de ellos va a cerrar en negro o en rojo.
En “Sin Reservas”, otra película de Catherine Zeta-Jones, tenemos un buen ejemplo del disgusto que provoca al que tiene un talento especial cobrar en relación de dependencia, en una nómina general con trabajadores comunes. También el trago amargo de una relación contractual obliga prestar atención o rendir pleitesía a una clientela que mezcla bruto y refinado, sin costumbre y rey de la etiqueta, “connoisseur” genuino y charlatán pretende ser uno. El odioso anatema de que el consumidor siempre tiene la razón, del que Hollywood toma venganza con esta escena de la película.
Un cliente se queja ante la chef y la gerente dueña del negocio de que un fino plato pidió para su acompañante no cumple con sus expectativas. Catherine lo fulmina con la mirada, infiere que busca impresionar a la exuberante cabeza hueca le aceptó cita por internet y le enrostra su ignorancia detallando el elaborado proceso de crear la exquisitez que no merece. El cliente se enoja, anuncia que se marcha, la gerente trata infructuosamente de intervenir en busca de armonía que sepulta la chef al gritar mientras la pareja va camino a la puerta: “¡En la esquina hay un puesto de salchichas al aire libre, ve allá para practicar lo que sabes de gastronomía!”
El mensaje al público es que el cliente es un fanfarrón estúpido, a la dueña del negocio sólo interesa ganar dinero aguantando de todo a la clientela y la chef es la heroína valiente que pone al cretino en su lugar sin importar lo que diga su jefa. A la escena sólo le faltó para ser perfecta la advertencia en letras grandes: “No intente esto en su puesto de trabajo.”
La gerente advirtió a Catherine que no la despedía en el acto por ser una de las mejores de la ciudad, que al cliente hay que buscarle la vuelta, tratar de complacerlos porque para el gusto se hicieron los sabores, que si ha dejado de ir a la terapia de ira le recomendó. ¡No señora, no estoy loca, mi cocina hay que respetarla, el que me fuñe devolviendo filete porque no está tan rojo como lo pidió, le clavo con un cuchillo filoso uno crudo en la mesa, pon afuera un letrero que diga si de cocina no sabe no provoque a la chef!
Lidiar con ese tipo de personajes es uno de los riesgos operacionales que se encuentra en esos negocios. La culpa, en buena parte, la tienen aquellos dueños que les dan una importancia desmesurada a su contribución en la oferta que hacen a los clientes. Los más sensatos valoran su contribución en conjunto con los otros atractivos que permiten una velada tan placentera que motive volver al restaurante. Buscan el equilibrio entre oferta gastronómica de calidad, control inteligente de los egos en la cocina, limpieza y atención de primera de todo aquel que interactúa con los clientes. La verdadera heroína de la película es la gerente que se desvive en lograr eso, no la artista engreída ve con pavor como parte de sus obras son devoradas y destruidas por flujos gástricos de gente común sólo merece picapollo chino.
Es que como bien apunta Mises, el intelectual y el artista no acepta que su sustento dependa del juicio de las masas irreverentes e incultas. Su ideal es depender de grandes mecenas que les patrocinen sus obras. Un gobierno fuerte y grande que impulse la cultura que representan ellos o un millonario que los mime y promueva gratis sus creaciones. Aspiran a que otros le quiten el peso de ganarse su sustento vendiendo a su propio riesgo las creaciones de su esfuerzo e intelecto, es decir, de lo que tiene que hacer el resto de los mortales. Por eso es que se identifican con las formas de gobiernos de aristócratas, señores feudales, reyes y dictadores. Prefieren monopolios y mercantilismo, donde los mecenas son pocos y acumulan fortunas estables, a competencia y mercados libres, donde fortunas son volátiles y hay poco tiempo para oler las rosas.
El final lógico de esta película era que la chef, cansada de la presión de tener que lidiar con clientes a los que no podía discriminar trabajando en relación de dependencia, se fuera a trabajar a la casa de una familia de la aristocracia económica o política. También podía ir a una posición en un club social de altísimo poder adquisitivo y cultural, millonarios con educación Ivy League, donde sus astronómicas ganancias diarias la tornara más tolerante ante la rara eventualidad de encontrarse a necios haciendo bulto con el foie gras o lo jugosito que quiere el filete. Pero no.
En un final sin sentido, o tal vez con sentido si se tiene en cuenta la admisión de bipolaridad, Catherine termina como chef-empresaria en un local propio. Esto sin mostrar el más mínimo remordimiento o pista de haber abandonado el humor de perro con que maltrataba a clientes exigían su derecho y en un restaurante que no era suyo. Mala película, distorsionadas ideas del funcionamiento de la economía, pero, el consuelo para el contribuyente americano, de que sus impuestos no se destinan a la producción de ocio malo con fines de lucro que se ve en otros países.
- 31 de octubre, 2006
- 23 de enero, 2009
- 7 de octubre, 2024
- 4 de septiembre, 2015
Artículo de blog relacionados
Por Steve H. Hanke National Review – El Instituto Independiente Las elecciones ponen...
17 de noviembre, 2023Por Salvador Luis Schiavon Nuñez El fondo de la actual crisis financiera no se...
11 de febrero, 2009El Nuevo Herald Cuando el ministro de defensa ruso Sergei Shoigu dijo hace...
23 de marzo, 2014Afortunadamente esta vez son solo 190 páginas en la edición argentina del Siglo...
29 de abril, 2015