El orgullo de ser empresario

El Universo, Guayaquil
“En los parques y plazas, en los sitios bellos, majestuosos e imponentes se levantan estatuas de próceres, personajes eminentes cuya trayectoria en favor de la patria o la humanidad es así reconocida y honrada. Prácticamente nunca son empresarios”. Es una verdad monumental. Así comienza el libro del catedrático Arturo Damm, cuyo título tomamos para esta columna.
Ser empresario no siempre ha sido comprendido ni bien valorado. Por eso hace un par de años desde la Cámara de Comercio de Guayaquil impulsamos la campaña El orgullo de ser empresario, invitando en dos ocasiones al país al referente regional en el tema.
Con el Dr. Damm realizamos múltiples eventos, en distintos formatos, gratuitos y masivos, para comerciantes, estudiantes y público en general. Nuestro objetivo es orientar a la ciudadanía sobre lo que significa e implica ser un verdadero empresario y lo positivo que resulta para el país que cada vez tengamos más empresarios.
Emprender implica crear valor para uno teniendo que antes haberlo creado superavitariamente para otros. Ahí está la clave. No es fácil, no todos pueden. El empresario que no piense en los demás, en cómo resolver los problemas de sus clientes potenciales y así satisfacer a su mercado, no prosperará. Por eso, las ganancias empresariales son la evidencia establecida por los consumidores de que el emprendimiento cumple con su misión. Y por eso el dinero bien habido es como un certificado de desempeño, de honor, bien merecido por la creación de valor.
Si el empresario es el motor que mueve la economía, innova, invierte, crea empleo, contribuye con impuestos, aporta a la paz social y desarrollo del país, lo que mantiene encendida la combustión es la competencia empresarial. Entonces, quienes deben sentirse orgullosos de ser empresarios son los que sobreviven el camino largo de la competencia. ¿Quiénes son? Los empresarios competitivos. Afortunadamente, gran mayoría de este país.
Pero el planeta siempre ha padecido de falsos empresarios. Por un lado, aquellos que no quieren transitar el camino de la libre competencia, sino que prefieren atajos como cabildear con gobiernos por privilegios que siempre los acaba pagando la ciudadanía. Privilegios como impuestos con dedicatoria, aranceles, salvaguardias, proteccionismo, tramitología, restricciones, trabas y un casi infinito etcétera. Por otro lado, también vivimos tiempos en que presuntos empresarios roban la atención de la ciudadanía por hacer lo mismo con las compras públicas del Estado. No puede haber espacio para medias tintas. Aquí hay que sacar la espada como sociedad y marcar en la arena una línea divisoria: a un ladrón no lo puedes llamar empresario. Cierto es que hay casos de exempresarios que luego se torcieron y otros que ya eran ladrones y pretendieron disfrazarse de empresarios (como la mafia, igualito). En cualquier caso, no podemos permitir que se confunda ser empresario con ser lobista o ladrón. Nuestro país necesita más referentes éticos. El empresario competitivo es nuestro orgullo, referente para jóvenes, y se merece su monumento.
- 4 de febrero, 2025
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